Medios y Política

Los medios de la política y la política de los medios

Medios y política
Los medios de la política y la política de los medios

Flabián Nievas flabian.nievas@gmail.com

Usualmente nos enfrentamos con visiones de los medios como dispositivos omnímodos y omnipotentes, capaces de manipular el pensamiento de las poblaciones a su arbitrio, según sus necesidades mezquinas e inmediatas. En este trabajo vamos a abordar el complejo entramado de las significaciones y de los intereses, y sus posibilidades, siempre variables, de impacto positivo en las poblaciones en las que actúa. En principio estableceré una distinción, a mi juicio crucial, entre medios de comunicación y medios de difusión, centrándome en el análisis de estos últimos desde dos perspectivas: como negocio y como sistemas tecnológico-políticos de inducción, pero trazando también sus límites de operabilidad. Finalmente, realizaré algunas consideraciones sobre el impacto que tienen sobre la democracia.

I. Hacia una crítica ideológica a su nominación

En la literatura de ciencias sociales de los años ’60 y ’70 es habitual encontrar que se alude a los medios con el sintagma en inglés mass media, el que traducido literalmente sería “medios de masa” o “medios masivos”. En el tiempo, los mismos han pasado a denominarse “medios de comunicación”. No se trata de una adaptación ni de una mala traducción; es más bien el resultado de un sutil y eficaz desliz ideológico que tiende a presentar un dispositivo jerárquico como horizontal.

La comunicación supone un flujo ordenado de información, orden que

posibilita el cumplimiento de un requisito básico, que es la bidireccionalidad, es decir, que el polo que en un punto es emisor, en el momento siguiente se transforme en receptor y viceversa. Si el orden es preciso, y no existen interferencias externas que produzcan “ruido” (interferencia externa), la comunicación cumple un primer parámetro, o primera condición, no exclusiva y, por ende, de posibilidad. La segunda condición necesaria para que exista “comunicación” es que ambos polos (o los múltiples polos que participen) compartan un código en ciframiento y desciframiento de la información. En su sentido más básico, este código es el lenguaje; pero la polisemia de los términos, las ambigüedades semánticas y, finalmente, los marcos ideológicos ineludibles, restringen las posibilidades de una comunicación altamente satisfactoria para todos los participantes de la red comunicacional. Las dos condiciones enunciadas, fluidez bidireccional y código común redundan en una tercera: igualdad potencial entre emisor/receptor y receptor/emisor. La acción de emitir tiene un destinatario preciso, el receptor, y esos roles se alternan en el tiempo, de modo que cada polo ha sido, al final de la comunicación, indistintamente lo uno y lo otro. Hasta aquí no existen demasiadas controversias en las teorías comunicativas. Lo que no deja de resultar sorprendente es que puedan denominarse “de comunicación” a dispositivos cuya función es difundir (noticias, imágenes, cultura, ideología) a destinatarios colectivos —por ende relativamente imprecisos— unidireccionalmente y sin posibilidad de alternancia. El esquema de difusión es, por lo tanto, jerárquico: un emisor (activo) y un receptor (pasivo) como figuras fijas. No existen razones teóricas o técnicas que justifiquen esta sinonimia. Resulta mucho más ajustado conceptuarlos (y mencionarlos) como medios de difusión masiva.

La primera distinción, entonces, que debe realizarse es entre medios de comunicación (teléfono, fax, correo postal o electrónico, plataformas interactivas de Internet —chats, mensajería instantánea—, SMS, etc.)[1] y medios de difusión masiva (medios gráficos, radiofónicos o televisivos, bandos, carteles publicitarios, etc.). Seguramente ambas listas son incompletas, y además siempre puede haber contraejemplos además de situaciones híbridas, como Internet, que es una plataforma válida para difundir y comunicar o, incluso, los SMS, que pueden ser usados para publicidad, lo que no debilita la diferenciación que estamos estableciendo, que es conceptual.

La segunda cuestión a considerar es la propia idea de “medio”, en tanto vehículo para el flujo informativo se lo supone como una plataforma cuya virtud es la de evitar los ruidos, y a la que los dos o más polos de comunicación existentes tienen igual acceso y sobre la que, además, tienen similar dominio. Esta es, justamente, la situación con los medios de comunicación, pero no lo es con los de difusión. En los primeros hay una destreza mínima requerida para cada uno de los comunicantes que constituye el supuesto básico para establecer la comunicación; en los segundos, en cambio, la destreza en el uso  es requerida diferencialmente para el emisor y el receptor, debiendo el primero poseer mucha mayor capacidad que el segundo. Tómese, por ejemplo, la distancia existente entre montar estudios de televisión y producir su programación, versus la facilidad de encender un televisor y ajustar sus controles o la de producir un diario (redacción, diagramación, composición, impresión, distribución, etc.) comparado con la facilidad de leerlo. Tal asimetría es imposible en los medios de comunicación: quien puede atender un teléfono puede también realizar un llamado.

Como puede apreciarse, la diferencia entre medios de comunicación y medios de difusión masiva es tan notable que no pueden ser asimilados unos con otros, salvo que tal confusión se realice de manera deliberada por unos e inadvertida por otros, como muy probablemente debe haber ocurrido en los inicios de tal desliz. Cuando esto ocurre, no se trata de un problema conceptual lo que lleva a esta situación, sino que el problema conceptual se produce como consecuencia de una dinámica social, de un diagrama específico, cuestión que luego abordaremos.

II. Esquema histórico de los medios de difusión masiva

Desde aproximadamente mediados del siglo XIX comenzaron a popularizarse los diarios y periódicos. Impresos en hojas de papel, el editor difundía cotidianamente sus puntos de vista sobre los aspectos de su interés, principalmente sobre cuestiones comerciales y políticas. Estos medios gráficos subsistían en gran medida si lograban conformarse en aglutinantes de grupos de interés (económico y político), llegando en algunos casos a expresar tan acabadamente a grupos de poder, que Marx no dudó en identificarlos como verdaderos partidos políticos, tal como ocurre con el National, periódico parisino de importante influencia política a mediados del siglo antepasado.[2]

La trascendencia que fueron cobrando los medios gráficos puede advertirse en el hecho de que los grupos dirigentes de las clases dominantes disponían de su propio medio de expresión. Estos medios, de expresión propia, no cumplen una función catárquica, sino que intentan influir en los destinatarios de los mismos, los lectores, predisponiéndolos a aceptar tales puntos de vista, construyendo argumentos a favor de tales ópticas, con la pretensión —lograda en distintos grados, coyunturalmente variables— de convertir a sus receptores en micro-emisores de los mismos transformando a este último, obsérvese, en un verdadero medio de retransmisión.

La importancia de estos instrumentos fue rápidamente reconocida por las incipientes asociaciones obreras que prontamente comenzaron a editar sus propios periódicos. Lenin sostenía en 1901 que “necesitamos, ante todo, un periódico. […] La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas […]. El periódico [es] también un organizador colectivo.”[3] Esta última aseveración da cuenta del carácter político-instrumental del medio de difusión masiva, muy clara a los ojos del revolucionario ruso.

De estas breves notas surgen nítidas dos cuestiones: 1) la no neutralidad de los medios; por el contrario, aparecen, cada uno de ellos, como verdaderos organizadores de fracciones sociales específicas; 2) la relativa accesibilidad técnica para cualquier grupo organizado, que posibilitaba la circulación de medios gráficos periódicos, expresión de muy distintas posiciones políticas y situaciones sociales. La primera de estas cuestiones puede sorprender al lector del siglo XXI, pues con asiduidad encontrará que tales medios se presentaban con gran honestidad intelectual como portavoces o voceros de tal o cual fracción. La identificación sectorial no era algo que había que ocultar por entonces, a diferencia de lo que ocurre hoy, que presenta los puntos de vista propios como la opinión de “la sociedad” o como un medio imparcial y objetivo. En cuanto al segundo tema, podría parecer que esto era posible debido a que el desarrollo tecnológico era, en el siglo XIX, todavía asequible a cualquier fracción, lo cual es cierto; sin embargo, esta apropiación de la técnica por parte de sectores de la clase obrera se debe más que a aquello, al hecho de que la distancia social de esta clase respecto de la burguesía no era aún tan pronunciada como lo es hoy. Si bien las condiciones de existencia nos parecen —vistas a la distancia— brutales, no es menos cierto que las fracciones de la burguesía no tenían un grado de acumulación que las distanciaran del proletariado tanto como ocurre hoy.

Entonces, al igual que hoy, la existencia fáctica de los medios de difusión (no tan masiva entonces como hoy)[4] sólo era posible por la conjunción de un organizador (el grupo burgués u obrero convocante) y de trabajadores que desarrollaban las tareas necesarias para la producción del medio (por entonces tipógrafos, obreros gráficos, etc.; hoy, técnicos diversos, administrativos, etc.). La diferencia estriba en que hoy el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas tornan prácticamente inviable medios de difusión no burgueses, por una parte, y prácticamente no existe un grupo político-social capaz de intentar esa vía.

III. El desarrollo de los medios de difusión masiva

En los primeros años del siglo XX un nuevo espectro de medios de difusión, más masivo ahora, hizo irrupción en el mundo: la radiofonía. Con menores requerimientos para el receptor (ya no era necesaria la destreza de la lectura) aunque en sus orígenes privativo por el costo de los aparatos radio-receptores, pronto comenzó a popularizarse.

Esta aparición trajo sus novedades: mayor requerimiento de especialistas (técnicos especializados, locutores, programadores), una mayor concentración de capitales necesarios para la constitución del medio (particularmente de capital constante) y, la gran innovación: no son los propios dueños de los medios quienes expresan directamente sus ideas, sino trabajadores contratados para tal fin. Los periodistas ya no son los propietarios (aunque hay que decir que en los medios gráficos tampoco eran los dueños los que escribían exclusivamente, pero sí solían hacerlo) sino que utilizan para ello a trabajadores especializados.

A mediados del siglo XX un nuevo artilugio técnico hizo su aparición: el televisor. Por primera vez la imagen y el sonido pueden enviarse simultáneamente y en tiempo real a distintos receptores. Las consideraciones realizadas para la radiofonía son plenamente válidas para la televisión. Sólo que ahora de manera más acentuada, no sólo porque los capitales necesarios son mayores, sino porque algunos trabajadores deben sumar un requisito: deben tener una apariencia acorde a ciertos parámetros. Ya no basta la inteligencia ni la voz, ahora debe portarse una imagen determinada. Esto implica un mayor grado de preparación. Se trata, por lo tanto, de trabajadores de muy elevada especialización y, en consecuencia, de muy elevados niveles salariales. Esto no es un dato menor, pues el modo de vida de los trabajadores altamente remunerados los coloca por su forma de vida más cerca de sus empleadores que de la media de los trabajadores de una sociedad. Por lo tanto, más proclives a expresar los puntos de vista de sus patrones como si fueran propios.

Los altos niveles de inversión en capital constante, mayores en la televisión que en la radiofonía, y mayores en ésta que en los medios gráficos, fue tornando necesaria la estructuración de corporaciones (es decir, de asociaciones de capitalistas individuales) para la constitución y gestión de estos medios, a diferencia de la prensa decimonónica, que podía existir a partir del capitalista individual que desarrollaba la empresa.

Otro aspecto que debe considerarse es que en el transcurso de este devenir se desarrolló una técnica específica dirigida a sectores de la sociedad bien definidos: lo que se conoce con el nombre de “prensa amarilla” o sensacionalista, que apunta a un público de escasa o nula capacidad crítica —y que tiene como efecto reforzar esta incapacidad—, situado principalmente, por sus condiciones de existencia, en las clases subalternas. La prensa sensacionalista anestesia las conciencias de quienes la consumen —apuntando al impacto emotivo, reforzando estereotipos, moralizando elementalmente e, incluso, utilizando técnicas de melodrama—,[5] presentando casos extremos que tornan más tolerables sus propias condiciones de existencia. Al crear focos de atención externos, por otra parte, desenfocan la atención de sus condiciones inmediatas y con ello, contribuyen en la minimización de la posibilidad de autoorganización a partir del reconocimiento negativo de clase, facilitando que tal reconocimiento sea sólo fenoménico, exterior, y no por su modo estructural de existencia.

IV. Análisis de los medios de difusión masiva actuales

La existencia de los medios de difusión masiva requiere, decíamos, de altos niveles de inversión de capital. Esto es posible en dos circunstancias; bien mediante la inversión estatal, bien mediante la inversión privada, a partir de la constitución de corporaciones a tal fin. En ocasiones se pueden encontrar asociaciones mixtas, con prevalencia de uno u otro de estos sectores.

Con el devenir del desarrollo capitalista finisecular, la participación estatal es, en general, mínima.[6] Las corporaciones especializadas han ido ocupando el lugar de gestión de los medios de difusión masiva. En América Latina, en particular, la avanzada capitalista que se conoce como neoliberalismo diluyó prácticamente toda capacidad de crítica a esta política estatal de dejarlos en manos de capitales privados. En nuestra región hay más televisores por hogares (84,3%) que la media mundial (81,0%),[7] por lo que esta situación tiene consecuencias más o menos directas en el complejo entramado de sentidos, cuestión que abordaremos luego.

La función de los mismos debe analizarse en al menos tres planos: a) como dinamizadores de la ganancia capitalista; b) como polos de ganancia capitalista; c) como factores de influencia política. La articulación de estos tres planos es sumamente compleja y permite entender el importante papel que juegan coadyuvando a la reproducción del sistema capitalista.

  1. Se sabe que no basta con la producción de plusvalía (que es la base de la ganancia, aunque no es sinónimo de ésta); es necesario realizarla, es decir, vender los productos portadores de plusvalor para que la ganancia sea efectiva. El ciclo que comienza con la inversión de capital dinerario en medios de producción y fuerza de trabajo, culmina con la venta de las mercancías consumadas en el proceso productivo. Sólo con la venta final se cierra el ciclo. Y cada ciclo arroja una ganancia dada. La masa de ganancia depende tanto de la tasa de ganancia como de la cantidad de ciclos completados en un período considerado. De modo que, independientemente de los esfuerzos por elevar la tasa de ganancia mediante la intensificación del proceso de trabajo (aumento de plusvalor relativo) o la extensión de la jornada laboral (plusvalor absoluto), una aceleración en los ciclos del capital aumenta la masa de ganancia. Para la aceleración de ese ciclo se reveló fundamental la estimulación del deseo de consumir los bienes y servicios producidos. Para ello se desarrollaron técnicas precisas de propaganda y/o publicidad,[8] y ésta se realiza de diversos modos, pero con suma intensidad a través de los medios de difusión masiva.
  2. La venta de pautas publicitarias sirve en primera instancia para la amortización del capital invertido e inmediatamente después para generar ganancia para el grupo capitalista que gestiona los medios de difusión masiva (MDM). En tal sentido, éstos se caracterizan por la importante cuota de participación en la ganancia general, al punto que, como toda rama dinámica que se desarrolla, comienza a especializarse: hoy existen de manera independiente (relativamente, en cuanto a integración de capitales) agencias de publicidad, productoras de contenidos, emisores, distribuidores de señales, etc. Cada una de estas empresas participa de la cuota de ganancia media capitalista y de la ganancia general de los medios de difusión masiva. Asimismo se crearon circuitos internos a la industria: así puede verse la comercialización de contenidos entre diversos medios, no circunscriptos a un país, sino también de manera transnacional.

Una pauta de su funcionamiento como empresas capitalistas la dan las compañías de televisión por cable. En Argentina, en la década 1998-2007 la variación en personal ocupado fue de más 19,4%, mientras que la facturación creció 194,1%,[9] es decir que la facturación decuplicó en crecimiento al del personal empleado. Esto nos da una idea aproximada del crecimiento en el plusvalor extraído. Cabe aclarar que en 2001 el 54% de los hogares del país estaban abonados a la televisión por cable.10 Como parámetro, en España —que tiene un 26% de hogares cubiertos por servicio de TV por cable— la facturación publicitaria total alcanza al 0,2% del PBI.

  • En tanto corporaciones poderosas desde el punto de vista económico tienen fuertes intereses que defender, constituyéndose —en tal sentido— en grupos de presión política, como lo son todos los sectores económicos en el capitalismo (no hablamos aquí de ramas de actividad, que incluye patrones y trabajadores, sino de los intereses de los primeros como empresarios). Pero, en tanto su función específica es regular estados de ánimo masivos, su acción como factor de influencia política tiene una particular incidencia. Tienen, en tal sentido, una posición privilegiada: a diferencia de cualquier otro grupo de presión, ellos tienen a su favor el saber-hacer, la destreza de la “persuasión” de masas.

V. La complejidad de las tramas

Desde los años ’60 – ’70 psicólogos y sociólogos principal aunque no únicamente, tomando los conocimientos de su profesión, comenzaron a aplicarlos a la publicidad. Advirtieron tempranamente que el consumo no se explica por conductas racionales o, dicho en otros términos, que los consumidores no actúan racionalmente.11 La segunda cuestión que constataron es —en la misma línea— que “no ha de suponerse que la gente sabe lo que quiere.”12 A partir de allí comenzaron a estudiar técnicas específicas de inducción a la compra de productos específicos las que, consideradas en su  conjunto, tienen como resultado la estimulación del deseo de consumo. Todas estas técnicas se fundan en la estimulación de los sentimientos más básicos y primitivos, por ello el estímulo sexual es tan importante en las campañas publicitarias y es corriente ver una atractiva mujer al lado de un automóvil. No hay nada que explicar (en realidad, la explicación anularía el efecto buscado): la asociación entre atracción sexual y posesión del vehículo es instantánea para el público masculino, al cual se dirige la publicidad por ser el principal consumidor de automotores.

Las exploraciones realizadas en mercadeo fueron identificando los principales prejuicios (entendiendo por tales no sólo los negativos, sino especialmente los positivos,

  1. Observaron, por ejemplo, que un producto ofrecido de a pares a un precio más del doble que individualmente, era más vendido así que en presentaciones singulares.
  2. Packard, Vance; Las formas ocultas de la propaganda, Buenos Aires, Sudamericana, 1966, pág. 20.

es decir, los modelos ideales, tuvieran o no correspondencia con la realidad) y exacerbaron esas imágenes: modelos familiares, constitución física del hombre y la mujer, pautas de comodidad, descanso, tranquilidad, patrones de felicidad. Se explotan tanto los miedos atávicos como los deseos. Todo apunta a fortificar tanto los nudos ideológicos como los núcleos inconcientes en que descansan que tornen viables la sensación de conformidad por parte de los potenciales consumidores.

La multiplicidad de mensajes gráficos, sonoros y audiovisuales (en ocasiones también olfativos y táctiles, aunque éstos en espacios reducidos), que suelen presentarse como “caos semiótico”, constituyen, en realidad, una malla objetiva de estimulación de deseos y de veladas amenazas que opera cooperativamente influyendo con distintos grados de eficacia en la construcción de sentidos. Esa malla sostiene la excitación permanente de los centros de estimulación más primitivos, generando horizontes de seguridad/ inseguridad, que luego cobran forma racionalmente como certezas. Estos procesos, ocurridos diferencialmente en cada persona, actúan además con un plus: en tanto malla operan de modo sinérgico, instaurando un plano en el cual no puede valorarse la acción individual de cada estímulo o cada acción, sino que debe considerarse el conjunto de ellos tanto en su influencia (diferencial) en los procesos de constitución de cada subjetividad individual, coadyuvando, en síntesis, en el diseño de un modelo social, un modelo basado en el deseo que, a diferencia de un modelo deseado, no surge del análisis de los existente sino, por el contrario, de la invisibilidad —inducida— de lo real, de la imperceptibilidad ideológica fomentada por la excitación de los centros del sistema límbico. Se conforman así “máquinas deseantes”.13 Esto actúa consonantemente con las transformaciones jurídicopolíticas que acompañan, permiten e impulsan la emergencia de la figura del consumidor en detrimento de la otrora excluyente figura del ciudadano.14 Los “refuerzos positivos” generan ansiedad, fundada en la expectativa  continua de consumo, canalizando las energías creativas y lúdicas en pos de la pasividad consumista. El síndrome de las compras

  1. “En las máquinas deseantes todo funciona al mismo tiempo, pero en lo hiatos y las rupturas, las averías y los fallos, las intermitencias y los cortocircuitos, las distancias y las parcelaciones, en una suma que nunca reúne sus partes en un todo. […] Los propios consumos son pasos, devenires y regresos.” Deleuze, Gilles y Guattari, Felix; El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona, Barral, 1974, pág. 47.
  2. Cf. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “El lento ocaso de la ciudadanía”, en Pensares. Publicación del CIFFyH, Nº 5, Noviembre, Universidad Nacional de Córdoba, 2008.

compulsivas es un emergente individual exacerbado de esta estimulación.15

Como “refuerzo negativo” ha de considerarse que en sociedades mayoritariamente urbanas, en las que las probabilidades de contacto múltiple son mayores y, por lo tanto, también de la circulación de rumores, la circulación de los miedos —en gran medida acicateadas por los medios de difusión masiva— conforma un nuevo espacio de acción simbólica, que es la de la seguridad —ya no de manera genérica, sino como preservación física—, otra de las fuentes primarias de acción inconsciente de los individuos y, en consecuencia, ámbito de operación de los publicistas. En este punto vale la pena tomar el término publicista en sentido amplio, incorporando el sentido que tenía en el siglo XIX e inicios del XX: como propagadores de idearios políticos, como propagandistas. La seguridad —entendida de esta manera— se torna, así, una mercancía producida y proporcionada por agentes específicos (agencias de vigilancia, de seguridad privada, redes de monitoreo electrónico, cerramientos, blindajes, etc.).

La operación continua omnipresente de los mismos torna muy dificultoso sustraerse de su acción; y aquí debemos señalar que tal omnipresencia es imposible circunscribirla a lo comercial, a la esfera de circulación de capitales, aún cuando en buena medida nazca de ella. No sólo la peculiaridad de ciertas mercancías —tal la seguridad, como fue señalado— sino otras dos cuestiones hacen imposible delinear esa frontera: en la medida que se conforma un modelo social idealizado, desmaterializado,16 se configura también un formato de pensamiento que actúa de manera extensiva en distintos ámbitos de la actividad social; no es ajena a esta “colonización epistemológica” la política, cuyos cuadros profesionales rápidamente se adaptarían a esta situación.

VI. Política, guerra y comercio

  1. Este síndrome se caracteriza por la “urgencia irresistible por comprar que pretende conseguir un alivio temporal de la tensión emocional. […] La compra compulsiva afecta en un 80% de casos a mujeres jóvenes de nivel socioeconómico, cultural y profesional medio-alto, con una prevalencia en la población general del

1,1%.” http://elfrenopatico.blogspot.com/2008/01/la-compra-compulsiva.html

  1. Todo lleva a pensar que la distancia cada vez mayor entre las condiciones materiales de existencia y las deseadas debido a la sobreestimulación perpetua afloran patológicamente en determinados sujetos bajo la forma de trastornos varios, sean de ansiedad (ataques de pánico), alimentarios (bulimia, anorexia), etc. La imprecisa etiología de los mismos abona esta hipótesis.

“Sería mejor si [el arte de la guerra], en vez de equipararlo a cualquier otro arte, lo comparáramos con el comercio, que es también un conflicto de intereses y actividades humanas; y se parece mucho más a la política, la cual, a su vez, puede ser considerada como una especie de comercio en gran escala. Todavía más, la política es el seno en que se desarrolla la guerra, dentro de la cual yacen escondidas sus formas generales en un estado rudimentario, al igual que las cualidades de las criaturas vivientes se contienen en sus embriones.”17

¿Por qué evocar aquí la guerra? No sólo por la conexión que establece Clausewitz en el epígrafe de este apartado, sino debido a que son tres ámbitos de experimentación tanto con medios de comunicación como con medios de difusión. La guerra, con sus exigencias y necesidades perentorias, pone en el máximo nivel aquello que luego aparece o puede aparecer morigerado, tanto en el comercio como en la política. Por otra parte, nunca como en estos tiempos, desde la Modernidad, han quedado tan difuminadas las fronteras entre guerra y paz, con esta suerte de guerra perpetua y difusa en que se encuentra buena parte del globo.18

Si en el comercio y en la política el control de la información es importante, en la guerra es vital. Justamente en esta actividad social resultan evidentes dos cuestiones: obtener información lo más certera posible del enemigo, y brindar la menor cantidad de información cierta que se pueda. Por ello Lia Chin, comentarista de Sun Tzu, escribía que “Un ejército sin agentes secretos es exactamente como un hombre sin ojos ni oídos.”19 Pero como ambos combatientes están en idéntica situación, “una parte de la información obtenida en la guerra es contradictoria, otra parte todavía más grande es falsa, y la parte mayor es, con mucho, un tanto dudosa.”20 Esta advertencia nos quita de la uniteralidad y nos reinstala en el plano relacional.

Es, justamente, la necesidad de proteger como secreta determinada

información lo que lleva a producir contrainformación y/o desinformación; expresado en

  1. Clausewitz, Karl; De la guerra, Buenos Aires, Solar, 1983, pág. 91
  2. Los cambios en los parámetros de los fenómenos bélicos, cuya forma principal en la actualidad no ocurre bajo el formato clásico de enfrentamiento entre ejércitos regulares; la irrupción de formas cuasi artesanales, como el terrorismo, tornan imposible esa distinción clásica entre paz y guerra. Esto afecta diferencialmente a distintas regiones del planeta, pero todas en mayor o menor medida se encuentran comprometidas en este fenómeno, que lógicamente es más visible en Medio Oriente, por ejemplo, que en América Latina. Cf. Nievas, Flabián; “De la guerra «nítida» a la guerra «difusa»”, en Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra, Buenos Aires, Proyecto, 2007.
  3. Sun Tzu; El arte de la guerra, Buenos Aires, Estaciones, 1992, pág. 112.
  4. Clausewitz, Karl; De la guerra, Buenos Aires, Solar, 1983, pág. 57.

otros términos, a manipularla con fines específicos. Lo que otrora —y en circunstancias particulares— era relativamente posible, como la censura, aplicable a los medios de difusión masiva, hoy, con el desarrollo de los medios masivos de comunicación, resulta menos eficaz, cuando no directamente inviable. Ello ha tornado cada vez más importante pasar de una política “negativa” (la censura) a una “positiva”, es decir, de producción de información, apuntando tanto a confundir o desorientar al enemigo, como a alentar y fortalecer al propio bando.21 Esto último es tanto más importante en los países con sistemas democráticos, cuyos pueblos muy difícilmente aceptarían las implicancias y consecuencias propias de una guerra si las conociesen en profundidad, particularmente cuando no son objeto claro de agresión externa. Por ello durante el siglo pasado los ejércitos prestaron especial atención a esta faceta. A medida que transcurría el mismo este aspecto fue ganando importancia, en particular en el período de la “guerra fría”. La CIA bombardeaba los países ubicados detrás de la “cortina de hierro” con panfletos e instaló estaciones de radio desde las que incitaba a las poblaciones de dichos países a la sublevación a la vez que producía informes en los que se “acomodaban” los hechos a la política que se seguía, más allá de lo efectivamente ocurrido.22 No obstante, aunque no alcanzó a tener una importancia decisiva en el desarrollo de ese enfrentamiento sordo, allí se desarrollaron de manera sistemática algunas prácticas que luego se difuminarían en gran parte de la actividad informativa.

La importancia de la desinformación, particularmente para el bando propio,

quedó de manifiesto justamente en al menos dos oportunidades en que la misma estuvo relativamente ausente (en el sentido en que falló en su objetivo). Un caso fue en la guerra de Vietnam (1964-1975), sobre la que no pocos militares estadounidenses siguen pensando el día de hoy que quienes los derrotaron fueron los reporteros de su propio país, al mostrar y relatar los horrores que producían sus tropas en el país asiático, y otro caso similar ocurrió en la batalla de Mogadiscio, en Somalia (1993), cuyas imágenes llegó al público estadounidense mostrando la suerte de algunos de las 18 bajas mortales que tuvieron, obligando al gobierno a retirar las tropas de dicho país debido a la presión que recibió a partir de lo que denominaron el “efecto CNN”. A partir de entonces los esfuerzos por tener

  • Cf. Nievas, Flabián; “Sociología de la guerra”, en Redes.com Revista del desarrollo social de la comunicación Nº 5, Sevilla, 2009.
  • Cf. Weiner, Tim; Legado de cenizas. La historia de la CIA. Buenos Aires, Sudamericana, 2008.

controlados los medios de difusión han sido notables. Para los casos en que es imposible evadir la presencia directa de la prensa (operaciones muy publicitadas, como las invasiones a Irak o a Afganistán), y habiendo evaluado como contraproducente y relativamente ineficaz la censura, se recurrió a lo que se llaman medios “asimilados”, esto es, la deliberada orientación de la cobertura de prensa, en lugares y momentos en que el ejército lo decide. Con el ariete de la protección, deslizan una velada amenaza para quienes no se “asimilan” al mando central: cualquier riesgo queda asumido por el reportero y/o el medio para el que trabaja.23 No obstante, la proliferación de medios de comunicación, en especial Internet, torna prácticamente inviable un control total.24 Pese a ello, la ocultación de la información o, mejor aún, la manipulación —cuando no la simple y llana invención— de la misma, se vuelve un artilugio recurrente, al menos para el “gran público”, es decir, la gran mayoría de los que son literalmente bombardeados por mensajes relativamente homogéneos, que constituyen un horizonte de certidumbre, ya que dificultan el ejercicio de toda capacidad crítica; si todo suena igual, ha de ser así.

VI. La insustancialidad de la democracia

En esta simbiosis propuesta podemos trazar otro paralelismo: en ninguna de las tres actividades los agentes operativos actúan de manera plenamente racional —en éstos la racionalidad aparece de manera esporádica. En los niveles superiores, de dirección y planificación, por el contrario, está más presente—. Así como en la guerra “todo es niebla”, el consumo de mercancías en general es irracional, y también lo es la generación de aceptaciones. Aunque, ciertamente, no debe pensarse que todo es manipulable por estos gerenciadores del consenso. La irracionalidad en la política descansa en parte, en tradiciones, en parte en coyunturas y, en gran medida, en deseos proyectados.25 He ahí

  • Cf. Miracle, Tammy; “El ejército y los medios de comunicación asimilados”, en Military Review, marzoabril de 2004.
  • Cf. Goldstein, Cora; “Un fracaso estratégico. La política norteamericana de control de información en la ocupación de Irak”, en Military Review, julio-agosto de 2008.
  • Recuérdese que las tres fuentes de dominación legítima son la tradicional, la carismática y la racionalburocrática (Weber, Max; Economía y sociedad, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1984, págs. 170 ss.) siendo esta última la menos dinámica de las tres.

donde operan estos especialistas. Téngase en cuenta que, desde otros ámbitos, en apariencia distantes, como la publicidad comercial, se fomenta la institución de formas de pensar. Se actúa más en el cómo pensar que en el qué pensar. Mutatis mutandi, el espacio de la democracia queda reducido, de esta manera, a la formalidad. Es que, justamente, a partir de los desarrollos en mercadeo y en inteligencia, estas técnicas irrumpieron en el mundo de la política profesional. No sólo aparecieron estrategas de imagen, sino especialistas en la construcción de mensajes. Nuevamente el contenido cede lugar a la forma.

La competencia democrática, al menos en nuestro continente, y en general

en las democracias relativamente consolidadas, no se da entonces entre proyectos sustancialmente distintos, sino entre propuestas bastante similares con envoltorios diferenciales. La continuidad en políticas económicas por gobiernos de distintos signos políticos (en el caso de América Latina, muchas de ellas originadas en períodos de dictadura) es un muy buen indicador en tal sentido. Casi podría decirse que es una competencia de packaging. Se orienta el voto hacia los candidatos más creíbles y no a los programas de gobierno, y ciertamente es más creíble aquél que no propone más que cambios cosméticos; de allí que no se discutan perspectivas sustancialmente diferentes, sino quién “haría mejor” lo que se hace. Para ello, la observancia del concepto de “corrección política” se torna primordial. La importancia dada a las formas tiende a despolitizar, es decir, a que la población en líneas generales sea expropiada de intervenir críticamente en los núcleos del rumbo político de la sociedad para influir en su determinación, lo que tiene como efecto que la misma pierda el interés en la participación política, y este desinterés es, por su parte, el caldo de cultivo para que sigan floreciendo estas prácticas en las que los medios de difusión masiva cobran protagonismo. La doble dependencia (partidos y medios) de la publicidad, el flujo de recursos económicos que ello supone, ha puesto de relieve el aspecto de la financiación de la política.26 Con mucha razón Max Weber sostenía que “las finanzas de los partidos constituyen para la investigación, por razones comprensibles, el capítulo menos claro de su historia y, sin embargo, uno de los más importantes.”27 En este aspecto cobran también un importante papel los medios de

  • Recuérdese el enfrentamiento del ex presidente Manuel Zelaya con el Congreso por este tema a inicios de 2008; las recurrentes sospechas en Argentina y México; y las dificultades en general que existen para visibilizar esta cuestión.
  • Weber, Max; op. cit., pág. 231.

difusión, dando o negando cobertura a tales cuestiones. Empero, este es el territorio de la adicción, de lo indecible, es el terreno de los límites de la legitimidad, de la “razón de Estado”, del secreto comercial, y también de los ilegalismos, las “cajas negras”, el cohecho, los crímenes disimulados, en fin, un inframundo invisibilizado que hacen a la viabilidad del capitalismo. Si, como hace décadas advirtiera Foucault, la burguesía tempranamente supo que no podía confiar el poder a la mera reglamentación sino que necesitaba de un infrapoder que eran las disciplinas, hemos de decir que no basta ya con las disciplinas (producto de prácticas corporales que influyen sobre las actitudes) y que el vaciamiento más completo, en el sentido de convocar alternativas, se logra mediante la mediatización de la política.

Los medios de difusión masiva organizan e instalan agendas a gran parte de

la población, luego aparecen políticos que ajustan su discurso a esa agenda. Abordemos primero este asunto. Deben desestimarse aquellas ideas de que los medios tienen el poder de diseñar la realidad a su antojo. Ningún grupo tiene, por sí mismo, semejante poder. Ni aún un monopolio mediático. Se trata de un proceso complejo, al que hay que aproximarse por partes. En primer lugar, los medios de difusión masiva son, ante todo, empresas capitalistas; se orientan por lo tanto por la ganancia. Para ello deben vender. Sus ventas dependen de la aceptabilidad de sus productos. Esto hace que deban orientarse, a su vez, por una demanda externa; no pueden ofrecer cualquier producto (las mediciones de rating son elocuentes en tal sentido). Pero esa demanda, a su vez, es conformada, en parte, por la propia oferta. Sólo en parte, vale aclararlo. Por otra parte, el público se segmenta según poder adquisitivo presunto.28 No hay, por lo tanto, un público, sino variados públicos. Estos diversos públicos, no obstante, en tanto comparten un formato de pensamiento instaurado por la orientación de los deseos y los miedos, reciben un tratamiento relativamente unificado en la selección teórico-política de acontecimientos considerados relevantes por los editores jefes de los medios de difusión masivos. Estas líneas editoriales, a menudo diseñadas en sus grandes líneas por los directorios, o al menos consensuadas con ellos, cobran cuerpo en la actividad periodística cotidiana y se reflejan en la creación de climas de opinión, sostén y presupuesto de la configuración de esa nebulosa llamada “opinión

  • Utilizando la nomenclatura funcionalista, suelen ser apreciados los segmentos A, B, y C1, dejando de lado los segmentos C2 y D.

pública”.29 Cabe aquí una puntualización. Suponer que a los periodistas se les impone la línea editorial es subestimar a estos profesionales. Lo que hay es una selectividad por parte de los medios de periodistas (en particular sus jefes de redacción) que compartan con su pensamiento la línea editorial del medio. Convencidos éstos de la orientación del medio, la conformación de un discurso coherente ocurre “naturalmente”. Es por ello que no faltan a la verdad cuando dicen que se expresan libremente.

En segundo lugar, existe una retroalimentación periodística, ya que parte del escudriñamiento de la prensa es sobre la propia prensa, lo que dicen y escriben otros colegas, conformando de esta manera una red discursiva que se estructura sobre objetos comunes e incuestionados.30 No es posible, en consecuencia, determinar el “origen” de tal o cual enfoque, preocupación o problematización. Los enfoques lineales conducen indefectiblemente a fracasos, pues nos encontramos frente a una red en la que no existen puntos últimos, a menos que entendamos como límite la propia trama.

La imposibilidad de reflejar todos los acontecimientos lleva a que se realice una selección de los mismos, y allí es donde operan los criterios teórico-políticos, de manera implícita y/o explícita, en parte en concordancia con las predilecciones del público (ahora sí, en general), y en parte por la orientación de sus intereses corporativos inmediatos o de la burguesía local en general, ésta particularmente cuando se tocan sus intereses directos. Esta orientación puede constatarse en a) el tipo de hechos seleccionados como “noticia”; b) la línea interpretativa con que se abordan los mismos; c) la cantidad de veces que se los reitera (en radio y televisión) o bien la ubicación y el espacio concedido (en medios gráficos).

Con estos elementos se organiza la agenda de debate político o, como

mínimo, se puja por ella. En este sentido hay variabilidad según los países y las diferentes coyunturas; pero en mayor o en menor medida, en todos y en todo momento esto ocurre. La agenda de debate no es ni la agenda gubernativa ni la agenda política, sino la mediación entre el estamento político (constituido tanto por los funcionarios como por los aspirantes a serlo) y la mayoría de la población. La agenda de debate constituye, en general, la base de la discusión en oportunidad de las elecciones. Los temas más importantes para las

  • Para la idea de climas de opinión véase Salazar, Robinson; “El miedo como estrategia de control social”, en Salazar, R., Salazar, M. (dir.) y Nievas, F. (comp.); op. cit., págs. 85/6; véase también Bourdieu, Pierre; “La opinión pública no existe”, en Sociología y cultura, México D.F., Grijalbo, 1990.
  • Al respecto puede verse el interesante artículo de Patrick Champagne, “La visión mediática”, en Bourdieu, Pierre (comp.); La miseria en el mundo, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1999.

condiciones materiales de vida de la población, sin ocultarse, quedan desdibujados frente a las nimiedades que suelen constituir estos temas organizados por los medios. Tienen, sí, el hipnotismo de la inmediatez; se trata de problemas que afectan directamente (no importa si real de manera supuesta) a la población, o a buena parte de ella: seguridad, corrupción de funcionarios, obra pública menor. Las radicaciones de empresas extranjeras, el tratamiento de los monopolios u oligopolios, el movimiento de las finanzas, la política exterior, entre otros, suelen quedar eclipsados, con anuencia del estamento político, de dichos debates. En realidad, esto posibilita grandes márgenes de acción para la fracción que le toque ocupar la administración del Estado, no sólo sin incumplir promesas electorales, sino, con mayor radicalidad, sin visibilidad por parte de grandes sectores de la población. Y no porque permanezca en secreto, sino porque no se crean las condiciones de su observación y entendimiento.

VII. El problema de la puntuación

La representación de la realidad puede concebirse como un continuum semiótico, donde no existen separaciones y, en consecuencia, no se pueden realizar distinciones si no es por medio de una operación mental. Comenzar a distinguir significa comenzar a conceptuar, y esto se hace puntualizando y discontinuando esa totalidad inicial. Separar, escindir, discriminar, es el proceso básico del conocimiento y el reconocimiento. Estos mecanismos, tempranos en los agentes de la especie para algunos niveles de la realidad, siguen siendo difusos aún en los individuos adultos en otros niveles. La semántica política es, en este sentido, huidiza a la mayoría de las personas no directamente vinculadas con la actividad de manera profesional. De modo que la puntuación por agencias especializadas no sólo pasa relativamente inadvertida, sino que resulta necesaria para el ciudadano de a pie, que requiere de asistencia para la comprensión de fenómenos que escapan a su entorno más o menos inmediato y más o menos conocido —por lo tanto, de su dominio cognitivo—. Los medios masivos de difusión se montan sobre esa necesidad organizando (puntualizando) la semántica política. Es importante aclarar que, sea cual fuere la organización simbólica de lo real, es imprescindible, la realidad nunca se conoce —como imagina el lego— tal cual es. Por lo tanto la tarea de los MDM es una tarea socialmente necesaria, y no puede impugnarse que lo haga de una manera relativamente particular, pues toda forma es siempre particular.31 Veamos a través de un par de ejemplos como se efectiviza esta organización.

Tomaré el caso de la televisión, por ser el más potente de los MDM, no sólo

por cobertura, sino, como veremos, por su especificidad. Esta nos presenta una realidad ineludible e indiscutible pues nos es dada por imágenes. La imagen —como la ciencia— tiene para el lego el sello de certificación de la verdad. Se nos presentan, por ejemplo, imágenes de la explosión en un bar, con escenas de destrucción, de cuerpos de civiles muertos y mutilados, ensangrentados, con acciones de pánico y desesperación, escapes de gases, incendios, sonidos caóticos de sirenas, explosiones. En una palabra, los medios de difusión masiva nos colocan de manera virtual en el escenario del hecho, lo cual aventa toda duda, toda vez que el impacto emocional causado en el espectador lego conforma una base de certeza que opera según lo que Gastón Bachelard llamaba “el primer obstáculo”: aquel de la experiencia básica que se coloca “por delante y por encima de la crítica”.32 Aquello que hemos visto y oído es “real”. Y ciertamente no pertenece a la ficción. El metadiscurso mediático dispone un “recorte” de la realidad y las conclusiones aparecen casi naturalmente, de modo que aquello que ha sido fundado en imágenes culmina con un evidente y casi ineludible etiquetamiento: “atentado terrorista” producido por el grupo “A”. No resulta necesario explicar más nada. Todo lo presentado se torna autoevidente.33 Cualquier intento de crítica sobre la selección del acontecimiento mostrado puede ser refutada arguyendo que el hecho difundible tiene especificidad por la discontinuidad que presenta (el flujo de movimientos más o menos previsibles de un grupo de gente reunida en un bar, por ejemplo, constituye una continuidad que es interrumpida por el estallido de un

  • Dejamos de lado, aquí, el análisis de las psyop (“operaciones psicológicas”), que son montajes deliberados con propósitos definidos. Aunque una delimitación acabada es del todo imposible, aquí nos centramos en una zona que aunque limita con ella, se puede distinguir de la misma. Un caso paradigmático de estas operaciones fue la montada por Venevisión y RCTV durante el intento de golpe de Estado el 11 de abril de 2002. Ese día y los dos siguientes estos medios de difusión omitieron toda referencia a las multitudinarias movilizaciones en contra del golpe y no retransmitieron la cadena nacional. Cf. Villalobos Finol, Orlando; “Globalización, medios de comunicación y poder en Venezuela”, en Salazar, R. y Chávez Ramírez, A. (coord.); La globalización indolente en América Latina. Buenos Aires, Elaleph.com, 2008.
  • Bachelard, Gastón; La formación del espíritu científico, México D.F., Siglo XXI, 1997, pág. 27.
  • Este ejemplo lo he presentado, casi sin variantes, en la ponencia “Acerca del terrorismo y la guerra psicológica”, leída en el II° Congreso Nacional de Sociología, Buenos Aires, 2007.

artefacto; a partir de allí, entonces, la secuencia temporal incorpora una nueva lógica y una nueva dinámica que tipifican el hecho). También esto es cierto. Pero estas certezas son tales dentro de una configuración determinada.34 Es altamente probable que el mismo MDM difunda (no importa si antes o después), con tomas más distantes y panorámicas, que el territorio de donde supuestamente proviene el grupo “A” es bombardeado, produciendo (aunque sin la nitidez de la cercanía) escenas de destrucción, de cuerpos de civiles muertos y mutilados, ensangrentados, con acciones de pánico y desesperación, escapes de gases, incendios, sonidos caóticos de sirenas, explosiones.

¿En qué se asimilan ambos hechos? Ambos toman como blanco central a la población civil, en ambos mueren o son heridas personas no combatientes, en ambos no hay posibilidad de eludir el hecho. ¿En qué se diferencian? En que uno es pequeño y el otro es masivo, en que uno es mostrado en detalle (provocando más horror) y el otro a la distancia, en que uno, finalmente, es un “acto terrorista” y el otro es un “bombardeo”, concluyendo, en consecuencia, en que el primero es ilegítimo y el segundo es (aunque terrible) legítimo. Dos formas de presentación, dos conclusiones opuestas. Quienes generan las imágenes lo hacen, muy probablemente, con expectativas ciertas de los efectos que buscan; quienes las difunden, por el contrario, sólo actúan en consonancia con una trama de dispositivos e intereses de los que forman parte pero no dominan, pues su norte está marcado por la ganancia y no por aprecio a la imparcialidad (esto, por supuesto, es una generalidad y pueden encontrarse excepciones en contrario).

Otro ejemplo: ocurrido un crimen se describe en detalle los sufrimientos de

la víctima, la violencia empleada, la indefensión, el terrible final del hecho, y luego se entrevista a alguna persona sentimentalmente vinculada a la víctima (familiar o amigo) y se lo interroga acerca  de sus emociones y pensamientos, en la espera de que se ratifique lo obvio: que narre su desgarrador dolor y manifiesta (velada o abiertamente) su deseo de venganza. El sujeto interrogado en mérito a ser afectado dicta sus pareceres (ineludiblemente afectados por el hecho) es subrepticiamente puesto en el lugar del que dicta lo que es necesario hacer, el portavoz de lo real. De manera inadvertida se desliza al afectado al lugar de juez, se pone al sentimiento de venganza en el lugar del saber, todo queda sacralizado en el “respeto” al dolor de los sufrientes y se cierra la operación

34 Ídem.

ratificando el cronista lo dicho por el perjudicado.35 De este modo los sufrimientos de “gente común” (socialmente cercana al espectador y, por lo tanto, libre de “sospecha” crítica) se ponen en consonancia con los intereses mediatos de las clases poseedoras (instaurar las condiciones de un Estado policial,36 potencialmente favorable ante las cada vez más importantes diferencias sociales). En estos casos, además, suele difundirse un discurso antigarantista —“a los delincuentes se les ofrecen garantías que ellos no dieron a la víctima”— que pugna por un castigo desproporcionado con el hecho —reclusión perpetua, pena de muerte—, argumentando la “irrecuperabilidad” del autor del delito, cuya presunta liberación futura implica la producción de nuevos hechos violentos —es decir, anticipación de los mismo—. Los tres elementos son componentes de la corriente penológica conocida como “derecho penal del enemigo”,37 surgida al calor de las nuevas guerras y popularizada no por su conocimiento erudito, sino porque un determinado formato de pensamiento lleva a concluir, desde el pensamiento vulgar, en idéntica dirección y sentido. Nuevamente nos encontramos frente a un reforzamiento del formato de un tipo de pensamiento, cuyo enfoque deja de lado la posibilidad de preguntas que cuestionen el orden social.

VIII. La significación de lo real

Íntimamente asociado a lo último que planteamos está el problema del sesgo ideológico, ya no para organizar la realidad según la puntualización de la misma, sino por la acentuación de ciertos espacios de la realidad (ya organizada) en detrimento de otros, que permanecen, de esta manera, relativamente ocultos o invisibilizados para quien no realice el esfuerzo de observarlos por sí mismo.

Partiendo de la premisa de que todo lo que acontece es imposible de reflejar

  • Cf. Parra González, Ana Victoria; “Miedo y Control Social”, en Salazar, R.; Salazar, M. (dir) y Nievas, F. (comp.); op. cit., págs. 105 y 107/10.
  • Cf. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “Del Estado nacional al Estado policial”, en Salazar, Robinson (dir); La nueva derecha, Buenos Aires, Elaleph.com, 2009.
  • Cf. Aponte Cardona, Alejandro; Guerra y derecho penal de enemigo. Reflexión crítica sobre el eficientismo penal de enemigo, Bogotá, Ibáñez, 2006, y Vervaele, John; La legislación antiterrorista en Estados Unidos. ¿Inter arma silent leges?, Buenos Aires, del Puerto, 2007.

mediáticamente, se impone una selección de casos o cosas “relevantes” a ser difundidas. Esto, en sí mismo, no representa un problema, dado que aunque los criterios pueden ser disímiles, resultan necesarios para la selección de los temas que son finalmente difundidos. En tal sentido, no hay ni puede haber ecuanimidad. Pero los medios masivos de difusión dan un paso más, y sobre-enfatizan algunas cuestiones a la vez que menoscaban otras. Esto se observa claramente en el tratamiento de las situaciones conflictivas tipificadas como “delito”. Es notable el tratamiento dispar que reciben estos hechos. Constantemente se nos muestran delitos de sangre y contra la propiedad, pero sólo o mayoritariamente los que se producen en una escala en la que el espectador puede sentirse relativamente identificado, es decir, robos menudos, crímenes domésticos, en síntesis, micro-violencia. Raramente aparecen estafas, grandes desfalcos, genocidios, matanzas, destrucción medioambiental u otras prácticas similares que podríamos definir como macro-violentas. Esta práctica tiene como efectos —buscados o no— dos importantes sesgos de apreciación, que se naturalizan acríticamente: por un lado, la instalación de una cercanía espacial, temporal y social con la micro-violencia, esto es, una amenaza “cierta” y más o menos “tangible”, latente y con la sensación de ser creciente. Esto favorece la localización de un nivel de violencia como la única existente; no porque se desconozcan otros niveles, sino porque los mismos resultan relativamente extraños, posibles pero improbables, sutilmente intangibles y, en definitiva, no como amenaza. Por otra parte, al presentarse la asociación entre micro-violencia (como la única realmente existente) y clases desposeídas (como sus únicas productoras) la vinculación entre éstas y peligrosidad surge “naturalmente”.38 La recreación de la pobreza como germen de la peligrosidad dificulta la articulación de redes solidarias entre las clases subalternas. Se acepta como “natural” que los pobres son peligrosos. Esta naturalización se ver reforzada por dispositivos que se admiten como ventajosos, tal como ocurre con los posicionadores globales satelitales (GPS) —cuyo funcionamiento depende del ejército estadounidense—, que proporcionan “información” sobre los barrios “peligrosos” (que son los barrios pobres).

Este enfoque deliberadamente selectivo no sólo concentra la atención sobre un

  • Esto se ve reflejado en distintos sondeos. Cf. Serna, Miguel; “Inseguridad y victimización en el Uruguay de la crisis”, en Paternain, Rafael y Sanseviero, Rafael (comps.); Violencia, inseguridad y miedos en Uruguay ¿Qué tienen para decir las ciencias sociales? Montevideo, Fundación Friedrich Ebert Stiftung, 2008, y Kessler, Gabriel; El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

espacio social, sino que, por añadidura, las disipa de otro espacio. Se sabe, por ejemplo, que el lavado de dinero está asociado a gran cantidad de crímenes, particularmente el que ingresa fondos provenientes del tráfico de armas, que alimentan guerras y matanzas. El sujeto privilegiado de esta actividad —que suele fijarse por los MDM en los “narcotraficantes” (casi nunca los traficantes de armas) y, en gran medida, a los que venden al menudeo— es el sistema bancario. Sin embargo estas entidades quedan por fuera de la mirada de los medios. La opacidad conceptual es, si no generada, cuanto menos reforzada por ese silencio. El círculo, entonces, se completa: no sólo hay que atender lo que los medios difunden, sino aquello que pudorosamente ocultan.

IX. Los espacios de los medios de comunicación

Dijimos que coexisten medios de comunicación junto a los medios de difusión masiva. La accesibilidad a los mismos si bien es más igualitaria, también es cierto que opera en distinta escala; no porque carezca de cobertura, sino por los límites propios que puede tener la comunicación —que implica, como vimos, no sólo el dispositivo técnico sino una serie de elementos que deben compartir los polos comunicantes— en una sociedad de masas. La comunicación puede abarcar a la totalidad o la gran mayoría de la población, pero dicho entramado no refleja una uniformidad relativa de contenidos —que es el caso de los medios masivos de difusión— sino que se multiplica en las particularidades. El abordaje analítico de los mismos, en consecuencia, no puede ser idéntico al anterior. Se podrá afirmar que los medios de comunicación son más “democráticos” que los medios de difusión, en el sentido de que admiten y reconocen las particularidades.

Dejando de lado el correo postal que es muy poco utilizado —en general circunscrito a cuestiones oficiales o para envío de objetos—, la telefonía es usada, en casi su totalidad, en la modalidad punto a punto, es decir, entre dos polos (las conferencias con tres o más interlocutores, aunque posibles, son raramente utilizadas). En todos los países latinoamericanos en que la telefonía celular está muy desarrollada, al punto de tener más usuarios que la telefonía fija (para los países del MERCOSUR véase Cuadro 1). Debe mencionarse que aquella es de muy inferior calidad técnica que ésta,39 pudiendo atribuirse la extraordinaria extensión en su uso a la incidencia de los medios de difusión masiva. Sin embargo, esta expansión de la telefonía celular expresa, contradictoriamente, un mayor grado de aislamiento, dado que se asienta en —y exacerba el— individualismo característico de nuestra época y funcional a la actual etapa capitalista.40 El efecto de su uso generalizado expresa, por lo tanto, una disociación entre dos niveles que tradicionalmente operaban conjuntos: comunicación y articulación colectiva.

Cuadro 1: Telefonía fija y móvil cada 100 habitantes. Países del MERCOSUR, 2008.

PaísTelefonía fijaTelefonía móvil
Argentina21,2116,3
Brasil22,378,5
Paraguay4,695,5
Uruguay28,0105,2

Fuente: Elaboración propia en base a datos del Observatorio de Industrias Culturales de Buenos Aires, y de la Unión Internacional de Telecomunicaciones.41

Muchos han fijado su mirada en Internet, una suerte de paraíso democrático debido a la imposibilidad de regulación de la red hasta el momento; pero, como en la Grecia antigua, la democracia no parece haber llegado a la mayoría. En América Latina y el Caribe sólo 4 de cada 100 personas tienen acceso a Internet (algo menos de la mitad de la media mundial); sin embargo, en su utilización la situación es más dramática: en 2007/8 se traficaron un promedio de casi 900 bits/segundo por persona conectada, lo que representa menos del 2% del tráfico mundial (véase el Cuadro 2). Respecto a la utilización de SMS (mensajes de texto) como medio de comunicación no hay estudios fiables, aunque se han registrado algunos hechos significativos (no en América Latina), como la concentración popular contra el gobierno de Aznar después de la voladura de los trenes en la estación de

Atocha, concentración que fue convocada por cadenas de SMS.42

Es por estas razones que no pueden contraponerse los medios de comunicación a los medios de difusión masiva. No sólo porque articulan los mensajes de manera

  • Schiller, Dan; “La ilusoria libertad del celular”, en Le Monde Diplomatique, edición del cono sur, N° 68, febrero de 2005.
  • Cf. Sennett, Richard; El declive del hombre público, Barcelona, Península, 2002.
  • Dato de 2008 (Unión Internacional de Telecomunicaciones).
  • Cf. de Ugarte, David;  11 M. Redes para ganar una guerra, Barcelona, Icaria, 2004, págs. 63 ss.

distinta, porque construyen mallas de sentido diferenciales en escala y contenido, sino también porque las comunicaciones —cuya horizontalidad es capaz de generar una situación cooperativa y, por ende, sinérgica— se desarrollan dentro del formato de pensamiento establecido, fuertemente influenciado por los medios de difusión masiva y, en consecuencia, como ratificación de éste. De modo que son éstos los que tienen preponderancia en la delimitación de la información que circula.

PaísConexiones por cada 100 hab. (2008)Bits por persona con conexión (2007/8)
Argentina8,02320,4a
Belice2,4s/d
Bolivia0,7225,5b
Brasil5,32107,6b
Chile8,54076,2a
Colombia4,22233,2b
Costa Rica2,4857,5b
Cuba0,027,0b
República Dominicana2,31406,7b
Ecuador0,3442,9b
El Salvador2,032,6b
Guatemala0,6186,5a
Guyana0,347,1a
Haitís/d15,9a
Hondurass/d241,3a
Jamaica3,6744,3b
México7,1284,7b
Nicaraguas/d144,1a
Panamá5,8s/d
Paraguay1,4480,9b
Perú2,52645,8a
Puerto Rico5,4cs/d
Santa Lucía9,1s/d
San Vicente y las Granadinas8,6274,9b
Trinidad y Tabago4,6s/d
Uruguay7,3903,5a
Venezuela4,8627,8a
Media Latinoamérica y el Caribe4,04887,9
Media mundial8,6047744,9

Cuadro 2: Accesibilidad a Internet en América Latina y el Caribe

a 2007 b 2008 c 2001

Fuente: elaboración propia en base a datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones.

La debilidad de las redes comunicativas no se explica por limitaciones técnicas, sino por debilidades políticas. Ocurre con los medios una suerte de círculo vicioso: los medios de comunicación, que permitirían potenciar una red de significación alternativa a la existente, sostenida en gran medida por los medios de difusión, en la medida que se alimentan de ésta, la potencian. Resulta imposible distinguir, entonces, entre la siempre reclamada libertad de prensa con la nunca enunciada libertad de empresa. Pero la historia del capitalismo nos muestra que sin regulación, ni el propio capitalismo es viable.43 Pero en esta rama en particular asoma una contradicción: el sistema republicano exige la publicidad de los actos de gobierno, y en sociedades de masas tal publicidad sólo es posible por los medios de difusión masiva. En tanto éstos son parte interesada, inevitablemente han de distorsionar la información en función de sus intereses. El caso venezolano es elocuente al respecto. En menor medida, el caso argentino también.

X. Concluyendo

He tratado de presentar los distintos y variados núcleos del complejo entramado entre medios de difusión y política, evitando las posiciones conspirativas —que ciertamente se aproximan bastante a la realidad del fenómeno, pero fallan, creo, en su explicación— y maniqueas —aquellas que, como variante de la anterior, suponen una díada medios/ engañadores y espectadores/engañados—. Los he abordado entendiéndolos como parte de la sociedad, y no como agentes externos. Su vinculación con la política tiene rasgos comunes —y otros específicos— a los de otros grupos de interés —o fracciones burguesas—, como lo son la defensa de su ganancia y su tendencia a incrementarla; de manera específica, su particular lugar en la producción, como coproductores y organizadores de sentido, valiéndose para ello de los climas de opinión, la puja por la agenda de debate político y, en gran medida, sus ocultamientos —es, quizás, más importante lo que callan que lo que dicen—.

43 Cf. Marx, Karl; El capital, Libro I, sección VI.

Sus vínculos con la política son, la mayoría de las veces, de mutua utilización hasta donde ello es conveniente para ambos, medios y políticos —entendiendo a estos últimos como los agentes específicos del sistema político—. Se trata, en definitiva, de una vinculación entre fracciones burguesas y/o entre representantes de los intereses de dichas fracciones. Decir que coadyuvan en el sojuzgamiento de los desfavorecidos, de los explotados, es casi una obviedad. No podría ser de otro modo en las actuales circunstancias. Existen, por supuesto, medios de difusión alternativa, pero no son masivos. Y ello no por limitaciones técnicas sino porque las estructuras de poder social maximizan la capacidad de soportar, de forma más o menos inadvertida por parte de los explotados las condiciones de explotación, su propia situación de existencia;44 es decir, porque la explotación no es un fenómeno “externo”, esporádico o estocástico, sino estructural, la que se ve refortalecida por la renuncia —aún cuando temporal— a la lucha organizada, por parte de los explotados. Esto se corrobora en la inocuidad de los medios de comunicación, que son de carácter horizontal, pero por cuya naturaleza no se deben contraponer analíticamente a los MDM.

Los medios de difusión masiva cumplen un importante papel al ser los principales agentes de organización del sentido, mediante el recurso del metadiscurso preformativo, que configura modos de pensamiento desde cuyos horizontes hay conjuntos de prácticas sociales invisibilizados y preguntan irrealizables. Si su existencia es necesaria en las sociedades de masas, en las que las posibilidades de comunicación son ciertamente limitadas a redes de pequeño alcance, nada hay de ineluctable en cuanto a las configuraciones que generan.

La actual configuración de sentidos es antidemodráctica en un nuevo estilo:

ya no es necesario clausurar las vías político-institucionales legales ni la prensa mediante la censura; por el contrario, las formas democráticas resultan de esencial importancia porque forman parte de ese horizonte de sentido, y excluyen, con su sacralidad, la posibilidad colectiva de la crítica. Pero tal reforzamiento de la forma antagoniza con el igualmente

44

Para la idea de soportabilidad social véase Scribano, Adrián; “Acciones colectivas, movimientos y protesta social: preguntas y desafíos”, en Conflicto Social, Año 2 Nº 1, Buenos Aires, Instituto “Gino Germani” [en línea] en http://www.iigg.fsoc.uba.ar/conflictosocial/revista/01/0105_scribano.pdf. Del mismo autor, “A modo de Epílogo. ¿Por qué una mirada sociológica de los cuerpos y las emociones?”, en Scribano, A. y Figari, C. (comps.); Cuerpo(s), Subjetividad(es) y Conflicto(s). Hacia una sociología de los cuerpos y las emociones desde Latinoamérica. Buenos Aires, CLACSO/Ciccus, 2009.

necesario vaciamiento de contenido. Necesario para la viabilidad del capitalismo en su actual nivel de desarrollo, mucho menos equitativo que en sus orígenes a consecuencia de la acumulación creciente45 y, por ello necesariamente menos visible. En buena medida los medios de comunicación complementan esta situación, reforzando la ilusión de libertad en un contexto de reforzamiento del individualismo propio de esta etapa del sistema capitalista, que reconstituye el aislamiento.46 La libertad formal es amplia en tanto los contenidos de la misma, sean cuales fueren, resulten inocuos para el sistema. No hay en estas condiciones posibilidad alguna de democracia real, entendiendo por ella al debate, en igualdad de condiciones, de los intereses de todas las fracciones sociales. Las actuales configuraciones no están exentas de peligro: las nuevas patologías están mostrando los límites de la soportabilidad del cuerpo. La política de los medios y los medios de la política ayudan a intensificar esta situación, en la que los problemas solo pueden plantearse y resolverse en el marco del sistema, excluyendo la posibilidad de poder plantear que el problema es el sistema.

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[1] Ya nos resulta extraña la acepción que tenía en el siglo XIX, en el cual se entendían como medios de comunicación trenes, caminos, puentes y telégrafos.

[2] Diario parisino publicado entre 1830 y 1851, que expresaba los puntos de vista de los republicanos moderados.

[3] Lenin, Vladimir; ¿Por dónde empezar?, en Obras Completas, Moscú, Progreso, 1981, tomo 5, págs. 9 y 11.

[4] Debe recordarse que era condición para ser receptor el dominio de la lectura, siendo el analfabetismo superior en el siglo XIX a la actual. Hoy, además de ello, no es necesario tener mayores destrezas para oír la radio o mirar la televisión.

[5] Para la idea de melodrama, cf. Salazar, Melissa; “Miedo y terror en los medios de comunicación”, en Salazar, R., Salazar, M. (dir.) y Nievas, F. (comp.); Arquitectura política del miedo, Buenos Aires, Elaleph.com, 2010, págs. 264 ss.

[6] Los casos venezolano y cubano son relativamente excepcionales, aunque claramente diferentes uno de otro.

[7] Fuente: Banco Mundial, [en línea] disponible en http://datos.bancomundial.org/indicador.

[8] La diferenciación entre publicidad y propaganda no es totalmente clara, ya que la publicidad dirigida y testeada en sus efectos es asimilable a la propaganda, en tanto técnica que busca inducir conductas y pensamientos.

[9] Datos tomados del Observatorio de Industrias Culturales de Buenos Aires. [En línea] disponible en: http:// www.buenosaires.gov.ar/areas/produccion/industrias/observatorio/estadisticas.php 10 Ídem.

Revista comunista de análisis y debate