Las manos llenas de sangre

Por Gonzalo Ramos

Los emergentes violentos en la sociedad expresados en las proclamas de mano dura por parte de crecientes sectores transversales a la clase a que pertenecen son producto de una corriente de pensamiento punitivista instalada en nuestro sistema penal y en nuestro sentido común.

Una corriente que no es nueva ya que hunde sus raíces en el derecho romano pero que con la constitución del capitalismo ha ido tomando distintas variantes más o menos descaradas para ser hoy su rostro más brutal la hegemonía en la administración de justicia, mejor dicho lo brutal es que sea hegemónico habiéndose naturalizando procedimientos represivos otrora inaceptables. Por ejemplo; a nadie le produce resquemor que estén requisando a un joven en la calle ni que se reprima desmedidamente una manifestación callejera, ni mucho menos, he ahí nuestra tragedia social, que se fusile a jóvenes por la espalda (por ejemplo Nahuel Salvatierra en Salta o Facundo Ferreyra en Tucumán) ni que se desaparezca a militantes sociales como Santiago Maldonado.

Esta corriente punitivista, que nos determina social y culturalmente, instala como única posibilidad de establecer la “paz social” la suba en las penas mínimas en delitos menores como el arrebato, el narcomenudeo, los robos de menor escala instalando una viralización de medidas preventivas y de seguridad que se expresan en cárceles superpobladas de presos sin condena firme. O sea, presos ilegales. Ese sujeto prisionizado ilegalmente no es cualquier sujeto, es por lo general un varón de clase trabajadora pobre y en su gran mayoría, lumpenizado. Varios son los procesos de lumpenización de la clase trabajadora pero los fundamentales y en constante expansión son dos clásicos que no pasan de moda: el desempleo y la drogadicción. El desempleo se explica rápidamente por la condición marginal de Argentina en el capitalismo (que más que nunca demuestra su escala y organización internacional) sumado a una burguesía parasitaria que sostiene un saqueo sostenido del presupuesto estatal como única propuesta política. El nivel de intoxicación de los sectores jóvenes de la clase trabajadora es desgarrador en los barrios y villas marginales que circundan a todas las grandes urbes del país, la droga además de ser de la peor y la más dañina en estos sectores se convirtió en una economía que pasó de ser paralea a ser estructural no solo para los “dealers” sino para grupos familiares enteros, es más factible que en el kiosko del barrio te den de vuelto un par de bolsitas de pasta que caramelos. La conjunción de estos dos factores son el caldo de cultivo del resto de las precarizaciones que esta franja (en constante crecimiento) de la clase trabajadora padece: decreciente escolarización secundaria, falta de planificación familiar, embarazo adolescente, violencia intrafamiliar, despolitización, falta de horizonte vital entre otras cuestiones más o menos urgentes.

La deshumanización del derecho penal es lo que transunta los discursos que moldean el accionar de una Argentina embebida en barbarie, discursos que taladran ya desde el interior del sentido común y que se refuerzan en los medios masivos de comunicación. A contracorriente de lo que se dice como una verdad de perogrullo no necesitamos a la policía que nos reprima ni a comunicadores fachos para que nos azucen la estupidez, la yuta está en nuestra cabeza y los feinmann (malos) no hacen más que reconfirmar algo que ya sentimos. Se nos ha hecho carne una corriente teórica tan retrograda como útil, nada se puede esperar más que patadas en la cabeza seguidas de muerta a un pibe que afanó un celular . La justicia es una entelequia, una bella metáfora literaria con suerte, un horizonte absurdo en una sociedad de clases.

Queda a la vista, entonces, un factor insoslayable en el análisis de la actuación de nuestro mal concebido sistema penal, un factor, pocas veces tomado en cuenta, y que es fundamental para sostener la criminalización: la clase. Son los trabajadores los que llenan las cárceles, los “perejiles” de la sociedad y también son los pertenecientes a esa misma clase los que los custodian y reprimen. vaya genialidad del capitalismo: crear pobres funcionales para encarcelarlos y así generar empleo a otros pobres funcionales. La justicia está organizada por una clase para defender los propios intereses, la justicia es una construcción social, la administración de la justicia burguesa no puede, no debe, no podría ser beneficiosa para la clase trabajadora. El orden social que estructura a partir de las instituciones burguesas pareciera ser el mal menor ante el caos que sería no reconocer dicha institucionalidad. ¿es preferible este orden opresivo y desigual al caos que rompa con el poder burgués? ¿si este sistema es una porquería qué estamos esperando para derrumbarlo? Imposición ideológica se llama el sutil proceso que explica porque en el fondo nuestra sociedad sigue pensando que es posible vivir bien dentro de los márgenes del capitalismo, alienación propiamente dicha. El desafío es combatir esa destrucción de la capacidad crítica a partir de reflexiones incisivas y arriesgadas seguidas de acciones que expresen los resultados de esas síntesis. El problema es cultural y la solución también lo será, cultural no es sinónimo de onanismo teórico ni reflexionismo anquisolante, la resistencia es cultural, tomar las armas para defender la vida es cultural, organizarse para combatir el capitalismo es batalla cultural.

Porque…

¿Por qué matamos a Santiago, a Nahuel y a Facundo? Entre otros. La bala policial los mató, la sociedad que permite los mató y la desorganización con la ñata contra el vidrió los mató. Vivir en una sociedad que estructura su sentido común en la lógica de que todo aquel que sea molesto al orden burgués pasa a ser enemigo es una de las más acertadas respuestas. En el derecho romano “el extranjero, el extraño, el enemigo, el hostis, era el que carecía de derechos en absoluto, el que esta fuera de la comunidad”i Entonces, hace veintiocho siglos como ahora, el enemigo no es penado por sus actos sino por su condición de tal. Así como para la dictadura militar los subversivos eran el enemigo y no merecían ni juicio ni debido proceso para la democracia argentina los Santiagos, los Nahueles, los Facundos no son sujetos de derecho, apenas cuerpos que deben ser rápidamente enterrados como la memoria de sus fusilamientos. El mal llamando garantismo, corriente jurídica que apunta a la literalidad de la administración de justicia en función de lo que está escrito, ha perdido la batalla ante el monstruo multimedia del punitivismo, también como sociedad hemos perdido la brújula de cómo resistir el avance sobre nuestras ideas de justicia e igualdad, basicamente no nos importa la pauperización de los valores mientras podamos correr tras la zanahoria del consumo como única forma de la felicidad. Somo una sociedad enferma, que se jacta de su estupidez y le hace monumentos a Chocobar.

Nada puede salir bien de una sociedad de clases: la solidaridad, el compañerismo, la sororidad, la resistencia organizada son marginales, valorables, heroicas pero marginales. Hacer crecer lo marginal pareciera ser la respuesta. No. Hacer que esos valores marginales sean lo central es el camino, en sencillas palabras, es la disputa por el poder lo único que puede garantizar la superación de tanta brutalidad. Luchar por el poder y por los medios de producción no es tan romántico como salirse del sistema con diversivos como la religión, las luchas aisladas o el alternativismo funcional, no es romántico porque es real, es brutal-realismo que a nadie le puede agradar pero también es la única forma de trans-formar. Es un abismo inquietante, poco promisorio y que exige jurgarse la vida, claro que sí. En un mundo de alienados, cooptados y quebrados no es extraño que el posibilismo sea la ley.

Nuestro tiempo da contundentes síntomas de deterioro, tantos que ya es una septicemia irreversible: xenofobia, racismo, machismo entre otras violencias se estructuran sobre una violencia fundamental: la explotación del hombre por el hombre, es decir, la violencia de clase. Nunca, pero nunca podemos perder de vista que estamos estructurados sobre un sistema que se hace sustentable a partir de la continuidad de la explotación de un sector mayoritario de la sociedad por otro minoritario. Aquí no es una cuestión de moral, es una cuestión de funcionamiento, no hay capitalistas que no se roben la plusvalía de los trabajadores ni trabajadores que no sean esquilmados en su humanidad al pasar la mayor parte del tiempo posponiendo su realización como humanos en pos de conseguir los medios que le permitan sobrevivir solo para ser sustentables al patrón de turno. ¿es absurdo no? ¡Es el capitalismo, estúpido!

iZaffaroni, Eugenio Raúl, El enemigo en el derecho penal- 1° Ed. 3° reimp. – Buenos Aires: Ediar, 2012.

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