Por Lautaro Toth—-
Al cumplirse ocho meses del gobierno presidido por Mauricio Macri el plan neoliberal se va cumpliendo en buenos términos con el epicentro de las medidas puesto en la devaluación de la moneda; la quita de retenciones a las principales commodities del agro, así como a la megaminería; y la apertura cuasi indiscriminada a las importaciones de bienes producidos en el país. Los intereses de clase del actual gobierno responden orgánicamente a la oligarquía financiera y a la burguesía minera y petrolera, dejando escaso margen de maniobra para otras fracciones de clase (dominante) que actúan en el entramado gubernamental.
Las implicancias en el terreno material para las clases subalternas responden a este fenómeno: una considerable transferencia de recursos de las mismas hacia las cúpulas sociales y económicas de la sociedad, que se constatan en primer término en la disminución de los recursos fiscales, producido por la quita de retenciones, que intenta ser saneado con el aumento indiscriminado de las tarifas de los servicios básicos, fenómeno que afecta directamente a los hogares. En segundo término, la apertura a las importaciones de bienes producidos por pequeñas y medianas empresas locales, que en nuestro país explotan una gran parte de los asalariados totales, y la suba de tarifas de servicios implican una contracción de la demanda local, que responde al fenómeno socioeconómico global, y una incapacidad para competir con los precios de bienes importados de alguna empresa más grande y con mayor tasa de explotación en el extranjero han generado despidos en el empleo privado, cimentados culturalmente en cierto consenso público ante los anteriores despidos en el empleo público «fundados» en la ociosidad de los despedidos y en la aversión al supuesto carácter kirchnerista de los mismos. En tercer término, la metamorfosis de las funciones administrativas del estado han arrojado despidos públicos, cierre de áreas y han sido suplantados por la apertura de nuevas áreas, orgánicas al nuevo proyecto, así como el empleo de nuevos trabajadores sin concurso previo.
Sustentos del proyecto: legitimidad y represión.
Como todo proyecto hegemónico capitalista su sustento se basa en el consenso y en la coerción. Lo que tal vez sea la tarea del campo popular es comprender de qué forma y con qué intensidad actúan las facetas simultáneas de la hegemonía y contrarrestarlas. Sin duda, durante buena parte de los gobiernos kirchneristas el rol de los medios oligopólicos de comunicación han ocupado un lugar primordial de la escena política argentina y, por tanto, en la legitimidad del orden, sea en momentos a favor y en momentos en contra del gobierno peronista.
En un principio, los medios hegemónicos de comunicación fueron aliados de Néstor Kirchner para, entre otras cosas, disciplinar a los movimientos piqueteros no habían sido cooptados por el estado. Va de suyo que las campañas televisivas de criminalización de los piqueteros como de la protesta social en general surtieron efecto y fomentaron hasta ser sentido común el papel obturador de las libertades individuales burguesas de los piqueteros indisciplinados. Este es un fiel caso del ejercicio simultáneo de las facetas hegemónicas: por un lado, la cooptación e institucionalización de movimientos piqueteros y la construcción del consenso público en torno al papel de los piqueteros como cercenante de las libertades civiles o el transporte de mercancías, sean productos o personas (en ambos casos, por estatización o por ostracismo, la función de los mismos pasa a ser pasiva); y por otro, el enjuiciamiento de miles de luchadores sociales. La coyuntura histórica parecía determinar que para recomponer la tasa de ganancia capitalista y los fundamentos del sistema, el kirchnerismo debía vaciar las calles y alentar a los trabajadores a que «vayan de la casa al trabajo y del trabajo a la casa» para así recomponer el entramado social astillado (y en parte, roto).
Andando el tiempo el kirchnerismo rompería su alianza con las corporaciones mediáticas, y luego con la principal central sindical, generando dificultades en torno a su legitimidad. Sin embargo, mientras los precios de las commodities tocaban el cielo y la coyuntura económica nacional era favorable, el consenso del gobierno sería suficiente como para ser reelecto. Ahora bien, el «controlado» aterrizaje de la crisis mundial, la merma de dividendos de materias primas exportables y la inagotable maquinaria mediática opositora sentarían fundamentos para el descontento de buena parte de la sociedad y llevarían al fin del kirchnerismo del poder político estatal. Vale remarcar, que el detonante último no fue el papel del Grupo Clarín, sino la merma de las condiciones materiales de existencia de los sectores populares, con paritarias a la baja de la inflación, así como el descontento por la desatención de ciertas demandas, justas o no, de los sectores medios. Sea una acción racional (instrumental) con arreglo a fines o un sueño habermasiano, el enfrentamiento del kirchnerismo con los grandes oligopolios mediáticos está supeditado, en última instancia, a la materialidad de las cosas.
Si fue una tarea quijotesca la de las corporaciones mediáticas cooperar con el triunfo de Macri, más aún lo es sustentarlo, entendiendo esto siempre en el plano del sentido común, en el poder estatal central. Lo que en todo caso no se hace tardar son los niveles crecientes del descontento civil: casos de corrupción (sean muchos o pocos), sea bajo una dictadura de pensamiento mediático o no, no priman ante el deterioro del bolsillo de los sectores más dinámicos de la sociedad. Al decir de Thompson «la economía moral de los pobres», estipulamos que primero está la economía y luego la carga moral. El gobierno lo sabe y sea tal vez por eso que ha emprendido la tarea de ensuciar su pureza aliándose con sectores peronistas, ya sea con los poderes estatales provinciales o con los movimientos sociales y sindicales, para garantizar la paz social, eufemismo que encubre no ya la legitimidad del «ajuste inexorable» sino el ejercicio coercitivo por parte de los instrumentos punteriles de los sectores más bajos. El tiempo dirá, o más bien la resistencia que pueda imponer el campo popular que no transa, si Cambiemos aprendió lo suficiente del peronismo menemista acerca de cómo imponer la voluntad «desde los de abajo y contra los de abajo».
A la vez, los métodos de represión del gobierno pro imperialista probablemente vengan cargados de elementos que no podemos divisar. A corto y mediano plazo podemos plantear: la autonomización de las fuerzas represivas del estado (principalmente las policías provinciales); la investigación, documentación y persecución de los militantes políticos a través de redes sociales y/o otras herramientas de Internet; el seguimiento «cercano» de trabajadores (militantes o no) desde el interior de las empresas; o el fichaje y seguimiento a militantes territoriales a través de patotas, barrabravas o tranzas en las barriadas más periféricas. En cuanto a represión lisa y llana ante una protesta social, creemos que eso dependerá del capital político, la legitimidad social y la locación geográfica para llevarla a cabo. Hasta ahora se pueden divisar actos de represión en movilizaciones chicas o medianas (hasta 3 mil o 4 mil personas) y, principalmente, en la periferia provincial o nacional. En cuanto al proyecto estratégico de represión habría que estudiar los mecanismos locales para su implementación, ya que «Ese modelo económico siniestro necesitaría de manera ineludible del apoyo de un aceitado sistema de represión y degradación de las clases inferiores, se trataría de la instalación de un neofascismo mafioso acorde con la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación (restringiéndonos a la realidad latinoamericana no está de más observar lo que ocurre en México o en países de América Central).»1 Sin dudas, las nuevas formas de represión traerán aparejadas nuevos repertorios de protesta para contrarrestarlas.
La doble tarea del campo popular: resistencia y construcción de alternativa
Con sólo tres cuartos del primer año de mandato de Cambiemos la intensidad y regularidad de protestas sociales es inédita desde 2002, entendiendo la dimensión de las mismas por sus diversos orígenes sociales (corporatizados o no), su relativa efectividad y su extensión geográfica. Se han extendido desde los repertorios clásicos de protesta (sindicatos), pasando por movimientos sociales en reclamo de políticas de subsistencia hasta reclamos meramente «cívicos», individuales y con altos grados de espontaneidad, pero altamente efectivos como lo han sido las «quejas en puerta» por altas tarifas de servicios básicos.
Una de las características de los ciclos políticos en la Argentina es que luego del dejamiento del poder político del peronismo y la asunción de un gobierno de corte liberal más clásico (no necesariamente por su origen partidario sino por su proyecto político), las fuerzas peronistas: o son cooptadas por la caja nacional, sus intereses corporativos o la mera mantención de una cuota de poder; o surgen como resistencia feroz pero mayormente sin un horizonte político que se declame más allá de otro proyecto burgués (o muchas veces el mismo, pero con diferentes métodos) en un marca de alternancia republicana burguesa. Otra de las características clave, que sólo implican una regularidad histórica y no teleología, es que durante los gobiernos peronistas la central sindical más poderosa (CGT) se divide y durante gobiernos no peronistas se reagrupan.
Dicho esto, vale una reflexión bidimensional para los actores y para los propósitos de los mismos. Por un lado, la necesidad de la unidad de las izquierdas al menos para la coordinación de las luchas «economicistas»; locales, provinciales o nacionales; sindicales, territoriales o estudiantiles. Y simultáneamente, la efectividad <en el seno del pueblo> de las mismas traerá aparejado por ósmosis de la rebeldía juvenil a las bases peronistas en mancomunión de intereses objetivos con los sectores clasistas, combativos y alternativos al bipartidismo tradicional. No como entrismo o cooptación política sino bajo la diferenciación de las identidades y tradiciones políticas en perspectiva de la unión de las mismas con objetivos de carácter estratégico. De aquí emanarán los propósitos de los actores y esta es la tarea más dificultosa. Un proyecto estratégico no puede basarse en la identificación del enemigo principal sino en coincidencias estructurales del mismo proyecto. De otra forma la unidad sería fértil para la resistencia, pero estéril para la ofensiva. El proyecto estratégico debe ser de carácter anticapitalista y debe contar con una fuerza de programa que actúe tácticamente con el programa de mínima y que se desencadene como acumulado histórico en el momento de ruptura, de negación de todo lo fundante sobre lo existente: en el quiebre revolucionario.
Andando las horas de un nuevo aniversario, el número 63, del Asalto al Cuartel Moncada y J. M. de Céspedes, y en las vísperas de la conmemoración nonagésima del natalicio del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro vale mencionar la <ortodoxia> de todo revolucionario. Ortodoxia como visión del mundo desde una perspectiva, intelectual y militante, de clase que no se deja seducir por cantos de sirenas reformistas, transformistas o posibilistas. Recordando esa gesta vale mencionar que el Che tenía razón al decir que «el deber de todo revolucionario es hacer la Revolución», probablemente provocando a algunos burócratas que veían al partido revolucionario como un fin en sí mismo y no como una herramienta para la revolución. Pero no es menos cierto que para hacer la revolución hace falta revolucionarios en el presente, bajo el yugo capitalista. Cierto progresismo bienintencionado que se reivindica en contra de los fundamentos del capitalismo, que se declara a favor de una revolución, no debe olvidar, a menos que piense que la revolución se exportará de una potencia socialista que no existe y, en tal caso, no sería más que una parodia de revolución, que un cambio social radical, una transformación revolucionaria es el producto de la acumulación histórica de las luchas de un pueblo que un día da el salto cualitativo mayor, se constituye en un bloque histórico y «toma el cielo por asalto», pero el prerrequisito para que ello ocurra es la existencia histórica de revolucionarios en minoría, en la marginalidad a veces, en la insolencia del sentido común, en la pobreza, en el lugar más incómodo que es cuestionar los parámetros de lo bueno, lo bello y lo justo e imponer unos nuevos, propios del estadio más alto de la modernidad y de la potencialidad del hombre moderno: el hombre nuevo.