Por Eduardo Ibarra
La presente nota está enfocada a analizar la esencia del peronismo, su concepción primaria del sujeto social que da las bases para toda construcción social cultural, institucionalidad político jurídica y determinadas políticas económicas. Buscar su núcleo central que posibilitó la génesis a una cultura política que marcó la mitad del siglo 20 hasta el presente, al tiempo que nos posibilite indagar su permanencia más allá de las coyunturas y sus corrientes internas.
La ontología del ser social peronista y las etapas históricas
Desde el surgimiento del peronismo se ha consolidado la idea de que los sectores populares, tanto trabajadores como desocupados y marginados, tienen la identidad política constituida a partir de la gesta del 45 y de los tres gobiernos de Perón.
De esta manera se fue rearmando el entramado del sistema político en Argentina desde la vuelta a la democracia en 1983, cuya referencia a la identidad, en un primer momento, fue la imagen omnipresente del líder fallecido. En ese entonces todos los actos de los candidatos peronistas, con Italo Lúder disputando la presidencia y Herminio Iglesias la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, tuvieron la impronta de la imagen del General y la efervescencia de las masas ante las reiteradas menciones a su figura. Después del sorprendente triunfo de Alfonsín se dio un desplazamiento de la dirección del “Movimiento” desde el aparato político del pj hacia la cúpula de la CGT encabezada por Saúl Ubaldini, quien consolidó la impronta del trabajador peronista frente al gobierno radicali.
Con el ascenso de la figura de Antonio Cafiero y su posterior triunfo electoral a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires en 1987, la dirigencia sindical es nuevamente relegada a un segundo plano, centrándose la disputa por el dominio del partido justicialista entre los dirigentes políticos ortodoxos nucleados en las 62 organizaciones comandadas por Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias, y los que pretendían un desplazamiento de quienes fueron derrotados por Alfonsín, apoyado por el sector sindical denominado la 25ii. Si bien Cafiero trató de aggiornar las viejas banderas de la tercera vía, con su Frente Renovador Peronistaiii, fue el gobernador riojano Carlos Saúl Menem quien, personificando a los caudillos del siglo 19 y con un discurso de reivindicación a la génesis peronista, supo aglutinar a los sectores populares de distintas vertientes, incluyendo a la facción militar del nacionalista e integrista católico entrenado por EEUU, Mohamed Alí Seineldín.
Las propuestas de revolución productiva y salariazo, junto a la negativa de privatizaciones de las empresas estatales, que el desorientado gobierno alfonsinista quiso implementar, fueron el corolario hacia una reminiscencia del peronismo de 1945. Así la liturgia y la identidad de partido como movimiento nacional tuvo un renacimiento como expresión de los sectores populares golpeados por la hiper inflación, siendo el peronismo presentado como la legítima identidad de los trabajadores y del pueblo todo.
La década de los 90s marcada por la caída de la URSS junto con el campo socialista del Este, tuvo al presidente Menem como uno de los alumnos más destacados del consenso de Washington y de la expansión del capitalismo financiero a nivel mundial.
Este cambio de paradigma y época hizo que el otrora caudillo riojano, pusiera las promesas populares en el cajón donde van a parar los recuerdos y las nostalgias, lo cual generó una resistencia acotada dentro del propio peronismo mientras la gran mayoría de la dirigencia justicialista se iba acomodando al mandato del nuevo líder.
Si bien el menemismo fue el emergente de una nueva cultura política dentro del llamado movimiento nacional, su núcleo central ideológico no fue del todo disruptivo con la vieja génesis peronista. Las políticas de vaciamiento y desguace del Estado de bienestar con su correlato de despidos y marginalidad, se constituyó a partir de un discurso hegemónico que conjugaba la tradicional perorata de los liberales de Alsogaray, anclada en la eficiencia del Estado mínimo, con la vieja promesa peronista de hacer de los trabajadores una clase media popular y consumista, por lo que la política económica de convertibilidad del dólar frente al peso argentino, conjuntamente con las indemnizaciones de las empresas privatizada, un crédito al consumo sostenido en el incremento de deuda externa y la importación indiscriminada, posibilitaron cierto nivel de consumo y la continuidad del gobierno menemista hasta 1999.
Fue en este período donde la columna vertebral del movimiento peronista se fue desdibujando hasta desaparecer como un sujeto social de importancia en el armado político del peronismo menemista. Tanto el desarrollo de un capitalismo financiero globalizado como los cambios en la composición orgánica del capitaliv, generaron la fragmentación de la clase obrera y el surgimiento de una masa importante de desclasados, lo cual se reprodujo, en los discursos hegemónicos del menemismo peronismo, en clave de un anclaje individual y no grupal. Así se pasó de una referencia al pueblo y los trabajadores a una referencia al ciudadano y consumidor.
La oposición a las políticas neoliberales de los 90s fueron enfrentadas por un conjunto reducido de diputados peronistas, denominados Grupo de los 8, en el cual se destacaron las figuras del dirigente sindical Germán Abdala (fallecido en 1993) y la de Chacho Álvarezv. Si bien no lograron derrotar a Menem en su reelección de 1995, hacia fines de su segundo mandato y con las consecuencias nefastas de las políticas económicas aplicadas por el economista Domingo Cavallo, pudieron conformar una alianza ganadora en la que confluyeron la centro izquierda, los peronistas desencantados y la vieja UCR, expresada en la fórmula presidencial de Fernando De la Rua como presidente y Chacho Álvarez como vicevi.
La particularidad de esta oposición que triunfó en 1999, fue la de no recuperar la retórica tradicional del peronismo apelando al pueblo trabajador frente a la oligarquía autóctona. Su eje discursivo estuvo centrado en la lucha contra la corrupción endémica que caracterizó al gobierno de Menem, el cual, a pesar de todo, fue convalidado con la continuidad de su plan económico de convertibilidad y la del retorno del ministro liberal Domingo Cavallo, por lo que se siguió convalidando la lógica de mercado dentro del rol estatal, siendo la tormenta perfecta que estalló en el levantamiento popular del 2001.
La crisis social llevó a un descrédito del régimen político institucional generando una seguidillas de presidentes express hasta la asunción de Néstor Kirchner en el 2003. Esta Crisis no fue sólo económica o institucional, sino que fue orgánica a todo el sistema, por lo que la vía revolucionaria pudo estar habilitada, pero se careció de un Frente de Liberación Nacional.
La reconstrucción de la gobernabilidad y de la estabilidad socialvii, estuvo signada por el surgimiento de los países periférico al capitalismo globalizado, los llamados Brics, que comenzaron un rápido proceso de industrialización tecnológica posibilitó la ascensión de vastos sectores populares. El cambio de nivel de vida de una masa inmensa de pobres y campesinos, demandó una cuantiosa cantidad de alimentos que América Latina podía otorgar. En este nuevo escenario la Argentina pudo ser la punta de lanza de la comercialización de los commoditties producto de la incorporación del capital financiero y el famoso paquete tecnológico (siembra directa, semillas transgénicas, herbicidas, maquinarias, desarrollos asociativos en red, etc).
Con un superávit comercial y políticas enfocadas a expandir el mercado interno el rol del Estado volvió a recuperar su impronta intervencionista keynessiana.
Si bien, en un primer momento, la construcción del espacio político kirchnerista estuvo enfocada a un espacio transversal por fuera del aparato del pj, hacia el fin del primer mandato de Néstor Kirchner y comienzo del de su esposa se volvió a la tradicional conformación de la estructura peronista, cuya alianza con la CGT de Moyano fue primordial. Los superávit gemelos, tanto de la balanza comercial externa como la recaudación tributaria, le dio al kirchnerismo la posibilidad de disciplinar a gobernadores e intendentes díscolos, al tiempo que pudo ampliar el consumo de las clases populares por medio de transferencias directas e indirectas (paritarias, incremento de obras públicas, subsidios, jubilaciones, etc).
La fundamentación histórica (y necesaria) del armado ideológico discursivo que el kirchnerismo construyó rompió con la vieja retórica peronista a la cual, en mayor o menor medida, todos recurrieron para incluir y encolumnar a los dirigentes justicialistas, tanto sectoriales, territoriales y de corrientes internas. Si bien tuvo un inicio ambivalente con el gobierno de Néstor Kirchner, fue Cristina quien al asumir su primer gobierno en 2007 profundizó la desperonización simbólica discursiva. Sin embargo la matriz del ideario del sujeto popular peronista fue continuada e incrementada a niveles exponenciales durante toda la llamada “década ganada”. Este sujeto popular no refirió concretamente al obrero fabril constitutivo del 45, sino a un sujeto pueblo, mas laxo y no definible en términos sociales dentro de la argumentación del significante vacío que proponía Ernesto Laclau. Si bien no refiere a una clase, sí se plantea la construcción de ese sujeto pasivo frente a un Estado corporativo que no solo interviene en la puja entre distintos actores sociales armonizando la organización nacional, sino que construye al propio sujeto afín a la lógica del poder estatal peronista. No solo fue un modelo keynessiano con características de capitalismo periférico, ya sea populista, fascista o desarrollista, sino que se propuso moldear a los distintos sujetos sociales a su imagen, semejanza y necesidad. En esto el kirchnerismo no sólo fue un claro continuador de la herencia del General, sino que lo potenció tomando herramientas ajenas al peronismo.
La impronta setentista que rescata y utiliza el kirchnerismo no deviene de una identidad ideológica filosófica ni de hechos históricos concretos, sino de una construcción discursiva que apunta a crear una nueva cultura adaptada al siglo 21 en clave estatal. Es una inversión del mito de Sorel que rescataron tanto Lenin como Gramcsi, en lo cual lo teleológico se vuelve constantemente hacia el mito fundante; me imagino una serpiente mordiéndose la cola y girando sobre su eje, que al moverse cree que va hacia adelante pero sólo se mueve en un mismo lugar (presente) permanentemente.
Teniendo en cuenta el concepto de revolución pasivaviii de Gramcsi que cuadra perfectamente con el peronismo en todas sus facetas, su lógica pretendió (y quizás pretenda) ir más allá no sólo siendo mediador intermediario sino constructor de un ser social homogeneizado desde la política.
El kirchnerismo trató de conjugar la imagen de un sujeto social con impronta latinoamericanista en función a las alianzas con los distintos procesos que se fueron dando en el cono sur (Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Correa en Ecuador), con un modelo desarrollista basado en una burguesía nacional enfocada a la producción de bienes y servicios para el mercado interno y una clase obrera desclasada dentro de los ámbitos de consumo de la imaginaria clase mediaix.
El sujeto hegemónico y la diversidad
La creencia eficazmente construida de que los trabajadores y el pueblo son peronistas tiene una multiplicidad de factores constitutivos, los cuales parten de hechos concretos a partir de la gestión de Perón en las distintas carteras ministeriales del gobierno de Facto Ramirez / Farrel y su posteriores presidencias. Este imaginario social que trató de conformar un sujeto social delineado desde la estructura política estatal, tuvo una confluencia de distintas clases sociales con sus costumbres, intereses e identidades, amalgamadas (en el caso de la clase obrera) desde fines del siglo 19 con la llegada de los obreros europeos portadores de ideas anarquistas y socialistas, y después de la Revolución Rusa con aportes de la nueva cultura comunista internacionalista, que si bien el peronismo trató de uniformar bajo la impronta de un obrero autóctono sin identidad política, las prácticas y costumbres de los proletarios continuaron y se reprodujeron dentro del llamado Movimiento Nacionalx.
Si bien el peronismo y el propio Perón supieron construir su base política a partir de la clase obrera (claramente diferenciados de los fascismos europeos), esta incorporación no pudo anular la identidad y prácticas de clase, que se reprodujeron no como ideas extrañas a la idiosincrasia nacional que el peronismo trató de diferenciar y remarcar, sino como una confluencia entre distintas experiencias y saberes que fueron constitutivas de la identidad nacional propia de la clase.
Estas culturas subsumidas al aparto estatal peronista, comenzaron a emerger con el golpe de Estado de 1955 y la posterior proscripción del peronismo, hasta eclosionar en el enfrentamiento entre dos proyecto antagónicos en la década de los 70s, en cuyo tercer mandato presidencial de Perón no se pudieron canalizar y subordinar al programa de gobierno y a las medidas económicas enfrentadas a las demandas y propuestas políticas de los trabajadores.
Con la derrota militar del proyecto emancipatorio de las clases subordinadas en mano de los grupos paramilitares armados durante la tercera presidencia de Perón y con la posterior Dictadura militar, se produjo una segunda derrota ideológica cultural, en la década de los 90s, con la caída del campo socialista y el triunfo de la llamada globalización.
Esta derrota generó una fragmentación en la clase trabajadora al producir una enorme masa de desclasados y marginados, al tiempo que emergía una nueva identidad de la izquierda autonomista y horizontal, cuyos ejes se asentaban en el descrédito de los partidos leninistas y en la noción de imposibilidad de la toma del Poder.
El desarrollo de estas nuevas prácticas e ideas tuvo en un primer momento el acierto de crear espacios de resistencia a la hegemonía neo liberal, pero que al entrar en crisis el sistema capitalista, imposibilitó una respuesta contundente y unificada de las clases subordinas. Es así que los autodenominados colectivos sociales generaron una fragmentación al reclamar demandas sectoriales para que sean reconocidas por el Estado y no contra el sistema (aunque declamativamente se esgrima lo contrario).
Fue (y es) en este nuevo escenario donde el kirchnerismo trató de volver a unificar una identidad a su imagen y semejanza, utilizando los mismos mecanismos del peronismo estatalista con la diferencia de utilizar como instrumento principal de homogenealización los subsidios y captación de los grupos piqueteros y las organizaciones socialesxi. Si bien este mecanismo fue efectivo mientras se conservó el poder estatal, al entrar en un período de crisis económica y al perder el gobierno, la identidad política se fue diluyendo por la propia lógica de acumulación política y por la lógica de los distintos grupos frente al Estado.
Síntesis y contradicciones
El desconocimiento y/o la relativización de las clases sociales dentro de la lógica de construcción política peronista, refiere a sujetos sociales que se realizan en el mayor aumento del consumo dirigido y canalizado por el Estado, no como forma de satisfacer la demanda social en sí misma, sino como forma de imponer con políticas públicas una visión ontológica del ser social, dentro las cuales la resultante aspiracional es el fifty fifty o 50% para los trabajadores y 50% para los empresarios, del PBI, desconociendo las leyes del valor por las cuales vive y se reproduce el sistema capitalista. Esto pone de manifiesto la pretensión de mimetizar al gobierno peronista con el Estado y a la sociedad clasista con la comunidad organizada dentro de un etéreo movimiento nacional (superador de los partidos políticos), siendo este Estado/gobierno quien designa la identidad del sujeto social pueblo (peronista) y sus necesidades “ontológicas”, dejando al mercado la producción de mercancías en clave de esa construcción. Es aquí donde surge la puja entre las burguesías (autóctonas y transnacionales) y la burocracia estatal, por la naturaleza de ese ser social unificado por el Estado como pueblo o como individuo masificado en la libertad de consumo.
Las contradicciones dentro de la continuidad ontológica del ser “peronista” o pueblo peronista en todas las facetas históricas abarcan en rasgos generales a:
- El mecanismo para forzar una sociedad homogénea u organizada por medio de la política estatal, sólo puede llegar a una cierta estabilidad dentro de un ciclo de expansión de los mercados, con un superávit apropiado mayormente por el Estado o por medio de créditos a través del endeudamiento externo e interno. No sin tensiones y pujas entre clases.
- El sujeto social aspiracional de clase media, sólo suscribe a una identidad política circunstancial que desecha en los momentos de crisis y contracción de los mercados.
- El consumo y bienestar económico no genera por sí mismo identidad política ni conciencia social, por lo que es inverosímil la conformación de una identidad nacional por medio de los índices de consumo y poder adquisitivo.
- Si bien los distintos gobiernos peronistas tuvieron políticas estatales disímiles, en todos subyacía la conformación de un sujeto desclasado y consumista tendiente a unificarse en la idealización del espacio socio económico de clase media.
- Mientras Marx demostró que los procesos históricos se generan a partir de las luchas entre grupos sociales, que se manifiestan dentro del capitalismo como identidades políticas en lucha por el poder estatal, los peronismos fuerzan la idea de una identidad social construida desde el Estado y por medio de la suscripción política (en consonancia con la teoría de Hobbes en la que el poder soberano es quien forma la organización social).
- El sujeto social como núcleo central de todo sistema político, es puesto en el peronismo dentro de una visión metafísica estática en el tiempo y sujeta a un devenir permanente. Por lo tanto el sujeto es Ser más allá de su voluntad y del momento histórico en el que vive
- Esto concatena con la necesidad del peronismo (en todas sus vertientes) en hacerse con el poder estatal, a fin de constituir la naturaleza del Ser y su organización social, distorsionadas por los gobiernos no peronistas.
- El peronismo no se constituyó por y para las clases trabajadoras o subordinadas sino para la restauración del sistema capitalista, desplazando a los partidos y sus dirigentes tradicionales. Si se analizan los períodos históricos en que nacen y resurgen los gobiernos peronistas, se podrá observar que la constante en todos ellos, sea de la corriente interna que sea, es la respuesta a una crisis de la dirigencia tradicional de una burguesía que no pudo plasmar sus intereses en un partido político; desde el surgimiento de una democracia de masas hasta el triunfo del macrismo como verdadero partido orgánico de la burguesía. Por lo que hoy no están en crisis los liderazgos o las propuestas del peronismo, kirchnerismo, etc., sino su rol histórico frente a un partido político de derecha triunfante y con un gobierno con cierto grado de estabilidad económica e institucional.
Suscribir a la idea hegemónica dentro del llamado campo popular, de que el pueblo y particularmente la clase obrera son peronistas, es reproducir una lógica de dominación encubierta que delega la lucha de clases a competencias electorales y a la subordinación a los candidatos populistas surgidos de la burguesía.
Si son los verdaderos representantes de los trabajadores, ¿por qué nunca los máximos dirigentes fueron obreros?, Si son parte del pueblo ¿por qué los niveles de vida económicos y culturales no son los mismo del pueblo?.
Adherir desde la izquierda a la construcción imaginaria de que el pueblo y los trabajadores son peronistas es referenciar a un momento de la historia y negar el movimiento dialéctico que impulsa la historia de los pueblos. Es desconocer que la identidad se constituye desde la conciencia de clase y no desde la adhesión a un partido político.
La Carta de intención del FMI de 1986 derivó en un nuevo acuerdo stand by que el gobierno radical firmaría en febrero de 1987, aunque incorporaba un nuevo ingrediente: las reformas estructurales, requisito para calificar en el Plan Baker. Era el inicio de una nueva etapa que se caracterizaría por los intentos de aplicar esas transformaciones, por la securitización de la deuda pública y por su canje por activos estatales…
Los funcionarios argentinos y el equipo directivo del Banco mundial acordaron un programa de mediano plazo de reformas macroeconómicas y sectoriales, que expresaban una modificación de la perspectiva del gobierno acerca del Estado y una transformación cuantitativa y cualitativa de la intervención del Banco Mundial