EL VIRUS QUE SE VIENE

Por Leandro Gamarra

El estado de excepción en el que ha entrado el género humano puede presentar un hecho inédito y en modo analógico.

Por ejemplo, sabemos que desde hace  algunos días científicos están estudiando cuánto tiempo puede durar el virus sobre la superficie. Lo llamativo es que todavía a nadie se le haya ocurrido pensar cuánto puede durar el capitalismo sin asalariados.

Porque lo que uno se pregunta es hasta qué punto puede resistir la organización social sustentada en la división y fragmentación de clases.

Es absurdo pensar en una cuarentena global y absoluta, porque si se llegara a tal situación, tarde o temprano el sistema se quedaría sin ese combustible indispensable que alimenta su metabolismo: la plusvalía; al tiempo que dejaría al descubierto la trama que se oculta detrás de todos los fetiches y mistificaciones que la cultura capitalista construye para sobrevivir.

Una vez salidos de la escena esos fetiches, y en medio de una crisis de supervivencia jamás vista, quedarían al desnudo todas las relaciones de dominio y de explotación (sobre todo de alienación) sostenidas por el aparato institucional del estado burgués.

Si la base del capitalismo se da a partir de la obtención de plusvalor, y sobre todo en su acumulación y reproducción, podría inferirse que la cuarentena se presenta como una «enfermedad» letal para el sistema.

Sin embargo sabemos que el capitalismo jamás caerá por sí sólo, ya que sus propios mecanismos de competencia harán que la producción se estabilice en otro nivel de concentración económica, generada por el quiebre de las pequeñas y medianas empresas y en su absorción por parte de los grandes capitalistas.  Mientras que, ante el ajuste y la desocupación,  utilizará la represión hacia las clases subalternas.

En simultáneo, vemos que en Italia (quizás el país más afectado por la pandemia), en Brasil o en Ecuador por ejemplo, comienzan a percibirse pequeños focos de protesta y de rebelión de trabajadores que intuyen o saben que el sistema no solamente no hará nada por ellos, sino que los obligará a seguir produciendo en condiciones de riesgo. Y aún más, quién podría saber cómo y en qué terminan esas protestas sin la presencia de una organización revolucionaria en el teatro de los acontecimientos.

El inicio de la descomposición comenzará por los que sean considerados descartables, es decir, las personas en situación de calle, los ancianos, los inmigrantes, los trabajadores extranjeros, los informales, los cuentapropistas y después, todo hace prever que esa frontera se extenderá a toda la masa de trabajadores.

Nótese, al menos en nuestro país, de qué manera los sectores marginados, los presos, los desocupados, son casi o totalmente ignorados en los discursos oficiales y en las medidas sanitarias.

La vacuna, como necesidad urgente y primaria frente al virus,  no será la única solución a esta situación social provocada por un «accidente» biológico, dentro de un sistema que intentará activar el pánico colectivo para disciplinar y controlar a grandes masas de la población, con el fin de sostener y profundizar su cultura consumista e individualista, vaciada de todo contenido de solidaridad y de igualdad.

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