El progresismo como aporía del campo popular; los desafíos de la izquierda

Por Leonardo Juárez—-

Con el triunfo del neoliberalismo y el repliegue de la clase obrera, elementos que se conjugaban con mucha fuerza en la posdictadura, las ideas y el compromiso político revolucionario fueron muy castigados, lo que en décadas anteriores era ocupado por militantes que abrevaban en el marxismo, el nacionalismo, el populismo y por activistas eclesiásticos vinculados a la teología de la liberación, pasó a ser ocupado en parte por políticos e ideólogos capitalistas, por tecnócratas. Lo nuevo, lo presentado como realmente inteligente, fue un “no compromiso” que eludiera las definiciones fuertes, las afirmaciones terminantes y los enfrentamientos con los sectores del poder. La “sombra” de la dictadura cívico- militar facilitaba la adaptación a tiempos duros; y económica, política e ideológicamente este primaba como postura práctica frente a la política y a la vida intelectual como un todo. (Se conoció luego como posibilismo)

El horror de la dictadura conmino a “muchos”, otrora marxistas, a entender la democracia, como el único horizonte político, no solo pensable, sino también deseable. El sistema sociocultural dominante ofrece al movimiento popular el “progresismo” como límite de sus aspiraciones y rebeldías (lo llena de significantes vacios, ayer la “democracia” que todo lo resolvía, hoy lo “empodera”, lo invita a una épica vacua, a un antiimperialismo de pacotilla). Se lo pretende moderado y constructivo en sus finalidades, pero sobre todo “parlamentario” en sus métodos: la “ciudadanía” anuladora de diferencias de clase permanece como una categoría central, ineluctable1. La condena al “capitalismo salvaje” y la invitación a un “capitalismo serio” , es una modalidad que permite exculpar por omisión al capitalismo, al conjunto de la dirigencia política y al sistema parlamentario que alberga, que no se vuelve sobre los males congénitos al capitalismo; así como desvía la mirada de las falsedades de la democracia parlamentaria convertida en el non plus ultra de los ordenamientos político-institucionales ,lo que permite aliarse alegremente con algunos de los mentores más eficaces del ajuste modernizante, a los fines de combatir las consecuencias excesivas del mismo una vez realizado. (en esta metamorfosis los ajustadores de anteayer son los populistas de ayer y ajustadores nuevamente de hoy).

Ante esta abrumadora hegemonía política cultural del posibilismo, las izquierdas no lograron superar los debates de salón, las disputas de capillas, y la profesión de fe marxista para asumir desde esas limitaciones evidentes, la defensa de la perspectiva transformadora y socialista. La reticencia a reconocer la magnitud y el alcance de ciertas derrotas,( la de los 70 entendiendo el golpe del 76 como una contrarrevolución preventiva con carácter de genocidio, la desaparición de la URSS, sólo por mencionar dos de las mas significativas) se combinó con cierta pereza para encarar la polémica con los mejores representantes del pensamiento de derecha, así, unas pocas frases hechas condenando el famoso texto de Fukuyama parecían querer liquidar una ofensiva económica, política e intelectual de colosales dimensiones.(queda claro que el breve opúsculo de Fukuyama, alcanzó una repercusión desmesurada, pero este tenía más que una pretensión intelectual, una gran fuerza política, que aspiraba a enclaustrar a las ideas y prácticas políticas anticapitalistas en el parque jurásico, y no fue fácil mantener los principios, el pensamiento crítico y el decoro, ante semejante ofensiva de alcance planetario).

Con la caída de la URSS y la desintegración del campo socialista se constituyeron en el movimiento revolucionario tres campos teóricos políticos: “en uno se agruparon los que creían que todo esfuerzo había sido en vano, que la revolución es una utopía en el sentido vulgar de imposible de alcanzar, pronto contactarían con un sector socialdemócrata que abandonaba el modesto sueño de encontrar un lugar intermedio entre socialismo estatalista y capitalismo para pasar a buscar el punto intermedio entre el capitalismo neoliberal (en pleno despliegue) y el viejo capitalismo con distribución, también conocido como Estado de Bienestar, así se constituyó una corriente de pensamiento y acción política que conquistó la hegemonía del movimiento revolucionario, del movimiento popular y que fue hegemónico en el proceso abierto con el triunfo de Chávez, Lula, Kirchner y Tabaré Vásquez en América Latina. Los ex comunistas que asumieron el proyecto del Frente Grande primero y del kirchnerismo después, expresaron esta posición de una manera muy clara.

El segundo campo agrupó a aquellos que no se enteraron de la derrotas y que atribuyeron todo lo ocurrido a conspiraciones y traiciones. Este campo se dividió a su vez entre un sector mayoritario que, por el camino del dogmatismo, volvió a la cultura del evolucionismo, la lucha contra el enemigo principal y el etapismo que los llevó a las filas del neoprogresismo de tercera vía. El Partido Comunista Congreso Extraordinario puede ser un buen ejemplo de este recorrido. De la resistencia al viraje y la unidad de los revolucionarios al seguidismo más patético y desinhibido.

Y hubo también un intento de renovar el pensamiento revolucionario sin perder la esencialidad. La Carta de los Cinco marcó una perspectiva que podría haber sido un camino de superación de la trampa ideológica en que buscaba encerrar el Imperio al movimiento revolucionario de todo el mundo: claudicar o desaparecer era el chantaje.”2

La marca en el orillo del“progresismo”, tanto la superestructura política e intelectual como su militancia, es que una y otra vez caen en las redes del modelo actuante, y del sistema en su globalidad, volviéndose incapaz incluso de sostener sus propias prerrogativas discursivas. El reclamo de honestidad no es principio válido de articulación política. La acumulación electoral no puede ser la racionalidad básica y fundante de un proyecto transformador. El reclamo de reconstruir la “solidaridad” y los vínculos sociales, se torna reaccionario si no índica los fundamentos de esos quiebres. ( el alfonsinismo, el frente grande y el kirchnerismo son claros ejemplos en este sentido). Este, a la hora de tomar nota de lo político institucional se decanta en perfeccionamiento de lo existente, y cuando aborda lo socio-económico, lo hace como un pedido de piedad para los desamparados, de “redes de asistencia social” que contengan a los que son expulsados del mercado.

Ayer y hoy, los viejos y nuevos profetas de la “adaptación”, forman su propio recambio y en estas condiciones, es difícil encontrar “intelectuales comprometidos” que se piensen como militantes de las transformaciones y no como “funcionarios de la ideología”, como agentes de la “hegemonía”, como “operadores de la superestructura”, en definitiva como meros soportes ortopédicos, a veces erudito, la mayoría de las veces vulgares, del estado burgués.( “El club de cultura socialista” en el alfonsinismo y “carta abierta” en el kirchnerismo terminaron jugando este rol).

A modo de síntesis podemos concluir que el progresismo en los 70 en la argentina estaba vinculado a la periferia del partido comunista o a la izquierda revolucionaria, en los 80 asociada al alfonsinismo se planteo como único horizonte político la democracia , en los 90 al frente grande y al frepaso asumiendo como propia la tercera vía entre neoliberalismo y socialdemocracia planteándose la lucha contra la corrupción , (pero asumiendo como una verdad económica incuestionable la convertibilidad) y en la actualidad es la periferia del neoliberalismo duro , que se desarrollo a partir del consenso de las comoditties (kirchnerismo).

LOS DESAFIOS DE LA IZQUIERDA

Sería obtuso negar la necesidad de avanzar en un proceso de unidad que posibilite la construcción de una alternativa política, que desarrolle adecuadamente la relación entre Reforma y Revolución, entre Programas y Vías, entre amplitud y profundidad, entre coalición de fuerzas preexistentes y movimiento, entre otros clivajes  que requiere la construcción de dicha fuerza que no ha existido nunca en la Argentina, y aunque parezca una tautología, la unidad se da entre fuerzas diversas. Es necesaria esta unidad para empujar un proceso general que en su propio desarrollo irá expresando diversas tendencias, que a su vez será la expresión hacia el interior del mismo de naturales disputas por hegemonizarlo.

 En definitiva no es  proclamando   una ficticia comunidad de fines (donde nos pondríamos todos de acuerdo y marcharíamos unidos y armoniosamente), como se construye una fuerza política frentista; pero claramente la tarea de los comunista es la de avanzar en este proceso desde nuestra tradición política, es decir desde Marx, Lenin, Gramsci , el CHE y definitivamente lejos de los progresismos claudicantes.

A partir de tener un horizonte programático básico, es legítimo preguntarse acerca de cómo, de cuándo, con qué fuerzas, en qué etapas aquello se puede realizar, tan legítimo como afirmar que esto nos permitirá transitar un camino claro con una propuesta no enigmática ni ambigua y que le ha provocado una gran atonía al movimiento popular.

Construir una Fuerza de Programa puede convertirse en la llave de bóveda para resolver el problema de la Alternativa en la Argentina que es el gran talón de Aquiles de nuestro pueblo, teniendo conciencia de que este camino es una tarea de generaciones y no la puede realizar un solo partido por grande y poderoso que se presuma.

Los comunistas podemos y debemos jugar un rol en esta tarea y para ello, necesitamos más organización, ideas claras, luchas duras, y un liderazgo colectivo capaz de hacer pedagogía, rico en ideas y prestigio, solidario y unido.

La izquierda revolucionaria tiene que superar las tentaciones propias a asumir una marginalización definitiva, a refugiarse en ghettos de supervivientes. La enormidad de las injusticias, los dolores múltiples y cotidianos de marginados, excluidos y precarizados de mil maneras, nos exige alcanzar estatura histórica para enfrentar los viejos y nuevos desafíos.

1 Los argumentos sobre los que se sostienen estos discursos se asientan, en que hablar de clases es reduccionista”, porque las clases se están disolviendo y los principales puntos de partida políticos son culturales y se enraízan en diversas identidades (raza, genero, etnicidad, preferencia sexual). Asimismo se afirma que el Estado es el enemigo de la democracia y la libertad, y es corrupto e ineficiente como distribuidor del bienestar social. En su lugar la “sociedad civil” es la protagonista de la democracia y del mejoramiento social. Con el agravante que la caída del denominado socialismo real habilito la idea, de quelas revoluciones siempre terminan mal o son imposibles y que las transformaciones sociales amenazan provocar reacciones autoritarias y que por lo tanto la alternativa es luchar por consolidar transiciones democráticas para salvaguardar los procesos electorales.

2 José Shullman, trabajo inédito.

Revista comunista de análisis y debate