Por Lic. Maddonni Verónica
En Milán, el 12 de Mayo de 1972, J. Lacan trasmite lo central del discurso capitalista.
Es el discurso más astuto que se haya jamás tenido, pero éste está destinado a reventar. Porque es insostenible, porque eso se consume.
En este discurso para Lacan la verdad está puesta al servicio de la ciencia, de los laboratorios, de la técnica. Lo imaginario abunda, lo efímero va ocupando toda la escena. Es un discurso que está tan al borde, todo discurso hace lazo social, esencialmente eso es un discurso. Pero éste está al límite de este lazo. El padre arma lazo social ya que es su función, la que separa al niño de la madre y provoca una salida a la exogamia. Acá, en el discurso capitalista, de lo que se trata es del padre. Pero de lo peor del padre. No hay tope. Todo es posible en este discurso. Si en el discurso del amo, la verdad del amo, era su castración, es decir el amo no era amo sin el esclavo, por lo cuál mostraba en ese mismo acto su falta, su castración, que algo le hacia falta, en este discurso el amo instrumentó la verdad a su capricho, sin castración. Efectos catastróficos de este discurso son: la segregación, los ataques de pánico, los trastornos de la alimentación, las adicciones y la ambición desenfrenada. Todo satisface, de todo hay que llenarse hasta quedar redondos y repletos, completos, es decir, sin falta, sin castración, sin lo fundamental que arma el deseo.
Nos quedamos sin eso, en este discurso. La anoréxica deja de comer para sentir un espacio vacío, una ausencia, en algún lugar, selecciona el estómago, a ver si por fin alguien de una vez por todas le va a preguntar que quiere, que desea y sino ella decidirá morir, antes que vivir sin su deseo.
Donde ya no hay deseo nos queda el goce. Por lo tanto nada alcanza y se fabrican más y más objetos de consumo. El sujeto aparece como consumidor y sino ya no será sujeto y venderá su fuerza de trabajo como una mercancía más, compitiendo con los demás objetos del mercado y en esta vuelta queda como un objeto pasible de ser desechado. Pero hasta que lo desechan primero se lo aliena y se lo despoja de todos sus signos de humanidad.
Será nuestra búsqueda, será nuestra lucha la de saber ir encontrando las pistas para colocar algún corte posible a está alienación, a lo imaginario, a lo que encandila y ya no nos deja ver. Corte, nombre del padre, síntoma, son algunas de las pistas para recuperar los rasgos de nuestra humanidad, de nuestra subjetividad.