Por Jorge Beinstein
La crisis global iniciada en 2008 no pudo ser superada, el diluvio de subsidios a los grupos financieros en los capitalismos centrales tradicionales solo consiguió evitar el derrumbe del sistema (lo que no es poco) pero se perpetuaron los crecimientos económicos anémicos, los estancamientos y las caídas recesivas. Se esfumó la ilusión acerca de la emergencia desde la periferia de un nuevo capitalismo superador de la decadencia de los viejos amos del mundo, China desacelera su crecimiento pero al haberse convertido en la segunda economía global su enfriamiento productivo y sus turbulencias financieras tienen un gran impacto negativo sobre el conjunto del sistema. En realidad el “milagro” de China fue un salvavidas doble: proporcionó al capitalismo desarrollado (sobre todo a los Estados Unidos) la mano de obra industrial barata de más de 200 millones de trabajadores superexplotados y por otra parte facilitó la supervivencia del régimen chino mediante la expansión de un capitalismo salvaje que amplió el volumen de sus clases altas y medias urbanas, creó un gigantesca masa obrera industrial y una burguesía rural integrando a una sociedad que en los años 1970-1980 sufría los efectos del estancamiento productivo.
El mundo burgués marcha a la deriva sin perspectivas de recomposición, sus elites sumergidas en el parasitismo concentran riquezas a nivel global como nunca antes había sucedido en la historia humana, sus discursos optimistas ((incluidas las alegres tonterías neoliberales) de otros tiempos han desaparecido de la escena, ahora solo ofrecen ajustes fiscales, empobrecimiento de las mayorías, guerras sin fin, sacrificios y más sacrificios prolongándose hasta el infinito. Por otra parte las tentativas progresistas de reforma, de mejoras graduales fracasan unas tras otra, son bloqueadas o desplazadas por arremetidas reaccionarias como viene ocurriendo a América Latina o su impotencia se transforma en traición grotesca como sucedió en Grecia en 2015. Sin embargo no irrumpe la alternativa superadora, el ejemplo práctico de que es posible la emancipación radical, anticapitalista. Podríamos retomar aquella memorable frase de Proudhon cuando describía a la Francia decadente algunos años antes de la Comuna de París: “todas las tradiciones están gastadas, todas las creencias anuladas, en cambio el nuevo programa no aparece, no está en la conciencia del pueblo, de ahí lo que yo llamo ‘la disolución’. Es el momento más atroz en la existencia de las sociedades”1. Como sabemos unos pocos años después, desde lo más profundo del desastre emergió la Comuna de París (1871), insurgencia decisiva que iluminó las rebeliones sociales del siglo XX.
Es necesario desatacar que el horizonte negro que nos quiere imponer esta civilización contrasta con la increíble vitalidad demográfica, tecnológica, cultural y social en general que demuestra la humanidad especialmente en sus zonas más sumergidas, irrupción juvenil, voluntad de vivir opuesta a las tendencias tanáticas del capitalismo anunciando choques, confrontaciones, alternativas, insurgencias que podrían ir más allá de los límites deteriorados del sistema.
Deberíamos ponernos por encima de tanta basura, atrevernos a la rebelión, pensar más allá de la sensatez, del conformismo que nos informa que lo que es será, tal vez en el mejor de los casos con algunos alivios, y recomponer la utopía posible, la idea de una humanidad autoemancipada que no ha desaparecido para siempre sino que sobrevive, se reproduce secretamente en el subsuelo de la sociedad universal. No ha olvidado sus sueños, sus proezas y espera el momento oportuno para reaparecer renovada bajo la forma de una ola aplastante de explotados y oprimidos.
Propongo una doble negación; la del capitalismo y la de las viejas alternativas híbridas, fracasadas de postcapitalismo expresadas principalmente como comunismo del siglo XX. En el primer caso se trata de rechazar al enemigo absoluto cuya dinámica autodestructiva amenaza arrastrar al abismo al conjunto de la humanidad, en el segundo caso el objetivo es contribuir a la realización de un balance crítico de experiencias e ideas insuficientes, en última instancia ideológicamente atrapadas en la jaula de la civilización burguesa. Esas negaciones deberían abrir el camino, conducir finalmente a la (re)afirmación de la necesidad histórica del comunismo.
La declinación del mundo burgués.
La civilización burguesa se identifica con el imperialismo milenario de Occidente (desde su despegue europeo protoburgués hasta hoy), mucho más viejo que su etapa industrial-financiera. Arranca con las Cruzadas y sigue con el aplastamiento de sus culturas populares internas o próximas (formas precristianas, sincretismos, cristianismos igualitarios, etc), la conquista de América y del resto de la periferia, es la heredera del Imperio Romano, gran cáncer militar-parasitario de la Antigüedad.
Se trata de Occidente y del mundo occidentalizado, es decir de la civilización burguesa victoriosa etapa superior planetaria, culminación perversa de todas las civilizaciones anteriores visualizadas como sistemas de opresión y explotación. De ese modo el rechazo al capitalismo es ante todo una rebelión ética cuya legitimidad está por encima de supuestas “leyes de la historia” u otras formas de fatalismo o de adecuación conformista, apuntando hacia una racionalidad superior integradora del ser humano y su entorno ambiental, sobreponiendo fines universales expresados como “utopía” necesaria y posible, como eutopía comunista. En consecuencia el anticapitalismo debe incluir, asumir como propias todas las rebeliones anteriores donde la insurgencias encabezadas por Espartaco, Tupac Amaru o Thomas Müntzer, la de los campesinos chinos contra sus opresores imperiales, las del Antiguo Egipto o Babilonia forman parte de un movimiento liberador común que atraviesa toda la historia de las civilizaciones. El anticapitalismo como destrucción revolucionaria del sistema, partero de la nueva humanidad.
Al promediar la segunda década del siglo XXI aparecen claramente tres rasgos definitorios del sistema; la declinación económica general, la hipertrofia y agotamiento del parasitismo financiero y la degeneración (lumpen-imperialista) del militarismo.
La tasa de crecimiento de la economía mundial viene declinando tendencialmente desde los años 1970 y por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial tuvo en 2009 una cifra negativa. Desde entonces en las economías imperialistas las expansiones del PBI fueron anémicas, nulas o incluso negativas mientras que los capitalismos periféricos emergentes como China se fueron desacelerando. Paralelamente a (interactuando con) esa prolongada declinación emergió el parasitismo financiero, viejo integrante del sistema que fue creciendo en progresión geométrica hasta llegar a su máximo volumen hacia 2008, en ese momento los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea equivalían a 11,7 veces el Producto Bruto Mundial (representaban 3 veces el producto bruto mundial en el año 2000).
Desde 2008 la avalancha financiera se desaceleró (el volumen global de productos financieros derivados había descendido a 8,5 veces el producto bruto mundial a fines de 2014) enfriando un motor decisivo del sistema que permitía a los estados centrales, sus grandes empresas y sus consumidores sumar más y más deudas, y a sus redes de negocios compensar con operaciones especulativas los retrocesos en las ganancias productivas y comerciales.
La hegemonía parasitaria marcó con su sello no solo a la industria, al comercio, al arte y a la política sino también al perfil tecnológico de la economía y la guerra. El militarismo profesional-estatal se fue transformando en una compleja combinación de formas regulares convencionales, despilfarro tecnológico y presencia ascendente de mercenarios y organizaciones clandestinas, de ese modo el parasitismo imperial (lumpenimperialismo) engendro lumpen-militarización. En su cima sobrevuela una mezcla de narcotráfico, operaciones armadas ilegales, negocios financieros, consumismo elitista desenfrenado, accionar de redes político-mafiosas, etc. todo bajo el paraguas de protección e intimidación de sus aparatos mediáticos y bélicos.
Algunos autores identifican a un núcleo central dominante del Imperio calificado como oligarquía financiera (cuyo poder escapa a todo control) embarcada en una fuga hacia adelante que devora las bases estructurales de los Estados Unidos y del conjunto de los llamados países de alto desarrollo, y que fuera de ese espacio superior, en la periferia, destruye naciones, infraestructuras y culturas. La estrategia de supervivencia, de reproducción de su poder atravesando las crisis económicas, las recesiones, las turbulencias sociales internas y las resistencias periféricas gira en torno de la guerra como ejercicio permanente de dominación acompañado por mecanismos de represión dentro y fuera del Imperio legitimados por la emergencia de formas culturales y políticas ultrareaccionarias2.
La transformación en curso de los Estados Unidos en una sociedad policial sumado a la ola de extrema derecha en Europa, a la implantación del “Estado islámico” con evidente intervención del aparato de inteligencia estadounidense y de algunos de sus aliados de la OTAN, y los brotes de clase media colonial-fascistas en América Latina3 me induce a referirme al ascenso del neofascismo del siglo XXI. No está de más recordar el rol desempeñado por las élites financieras e industriales de los Estados Unidos e Inglaterra en los orígenes del nazismo alemán4, por ejemplo del ultraracismo estadounidense en su formación ideológica5. En el nacimiento del fascismo y su culminación nazi los caminos se cruzaron, la extrema barbarie fue el resultado de una obra colectiva, transnacional de Occidente.
Por otra parte los teóricos del “estancamiento secular” como Larry Summers y sus referentes en el tema tecnológico como Robert Gordon6 señalan el impacto decreciente del desarrollo tecnológico en el crecimiento económico, cuestión ya abordada en los años 1970 por Giarini y Loubergé7 cuando se iniciaba la decadencia sistémica global.
Es necesario insistir sobre un aspecto esencial habitualmente no señalado o subestimado por esos autores: la hegemonía financiera (y parasitaria en general) sobre el conjunto de la reproducción social de los polos imperialistas y en consecuencia sobre su desarrollo tecnológico donde el saqueo y los negocios rápidos y turbios dominan el panorama. Como lo demuestran la explotación minera a cielo abierto, la extracción de gas y petróleo por medio de la fractura hidráulica o la agricultura con transgénicos y glifosato, asistimos al predominio de tecnologías depredadoras, abiertamente destructoras del medio ambiente, a la imposición de un estilo tecnológico que no está en función de la reproducción ampliada de las fuerzas productivas materiales y espirituales de la humanidad sino de una vasta operación de saqueo. Como lo señalaban Marx y Engels a mediados del siglo XIX llevando hasta el último extremo la dinámica de la reproducción del capitalismo: “Dado un cierto nivel de desarrollo de la fuerzas productivas, aparecen fuerzas de producción y de medios de comunicación tales que, en las condiciones existentes solo provocan catástrofes, ya no son fuerzas de producción sino de destrucción”8. Audacia teórica desmesurada lanzada hace más de un siglo y medio, la magnitud del desastre actual, su aspecto escatológico de destrucción de las bases materiales y culturales de la supervivencia de la humanidad eleva dicho pronóstico hasta niveles seguramente no imaginados por sus entonces jóvenes autores. Nunca antes había existido la posibilidad de que la decadencia de una civilización fuera capaz de provocar un mega desastre ambiental y demográfico de alcance planetario radicalmente superior al causado por la conquista europea de América, el mayor desastre demográfico de la historia.
Según los cálculos de Dobyns al finalizar el siglo XV la población originaria de América llegaba a las 110 millones de personas y en los primeros 130 años de la conquista la misma se habría reducido en un 95 %. Por su parte Cook y Borah establecieron que la población de México disminuyó de 25 millones en 1518 a 700 mil personas en 1623.
Consideremos que al comenzar la conquista de América la población total de la península ibérica llegaba a las 10 millones de personas y que la totalidad de la población europea osilaba entre las 60 millones y 70 millones de personas. La población mundial en el año 1500 según Angus Maddison rondaba los 438 millones de habitantes. Si nos basamos en los datos de Dobyns el exterminio se aproximaría a un cuarto de la población mundial del año 15009, llevado al mundo actual un porcentaje equivalente significaría unas 1800 millones de personas. No estamos contabilizando las numerosas “proezas” coloniales de Occidente en África y Asia o los millones de africanos muertos en su traslado hacia la esclavitud en América.
¿Porque llamo la atención sobre estos datos?, porque esas grandes masacres fueron un pilar decisivo del despegue y la victoria mundial del capitalismo. Hacia el año 1500 Europa Occidental representaba apenas algo menos del 20 % del Producto Bruto Global (contra 25 % de China y 25 % de India)10 por otra parte los recursos naturales aparentaban ser una fuente mundial inagotable, esa mirada era falsa sin embargo dichos recursos eran una masa explotable tan grande que las necesidades del relativamente pequeño naciente capitalismo colonial-europeo podían ser satisfechas a través de un saqueo multisecular sin un límite temporal a la vista.
La situación actual es radicalmente diferente, nos encontramos ante numerosos recursos naturales cuyo ciclo de explotación comienza a declinar, los bajos costos de la explotación minera o petrolera pertenecen al pasado, el panorama se agrava ahora porque la decadencia se expresa como crisis deflacionaria, sobre todo desde 2014, entonces los precios por ejemplo del petróleo cubren cada vez menos sus costos de explotación, por otra parte una suba de esos precios a causa de un derrumbe extractivo provocaría una estampida efímera de precios que agravaría la crisis industrial en los países importadores causando desocupación, empobrecimiento y después más deflación.
Además el costo de las aventuras militares imperialistas son cada vez más difíciles de soportar por las economías sobre-endeudadas del capitalismo central, sus probables beneficios no compensan lo invertido. En fin, la experiencia de los tres últimos lustros de guerra imperialista contra la periferia, a partir de los autoatentados de septiembre de 2001, nos muestran que la OTAN ha conseguido destruir algunos países como Irak, Libia, Afganistan, Ucrania o Siria pero sin poder lograr el control estable (colonial) de sus recursos naturales y sin producir cambios geopolíticos que recompongan su hegemonía global. En realidad ha creado espacios caóticos y focos de desestabilización regional en los que se enredan sus estructuras militares, se degradan sus aparatos de inteligencia.
En síntesis, nos encontramos ante un mega-parásito imperial (occidental) que para sobrevivir como tal necesita crear áreas periféricas de superexplotación, desestabilizar y si es posible destruir a sus rivales, interviniendo en todos los rincones del planeta, fabricando conflictos, amenazando, alentando o imponiendo gobiernos vasallos que se sumergen en crisis de gobernabilidad. Se trata de una imparable fuga hacia adelante que aparece como tentativa de destrucción del resto del mundo pero que deviene autodestrucción (degeneración, avance de la decadencia) en el centro imperialista. No presenciamos por consiguiente un mega saqueo nutriendo a un eventual salto hacia adelante del capitalismo como fue la acumulación originaria desde los siglos XV y XVI dando nacimiento a la Europa burguesa, aplastando a la periferia y a las resistencias internas. Para encontrar algún paralelo útil deberíamos estudiar por ejemplo la decadencia y desintegración final del Imperio Romano condenado a militarizarse y superexplotar a sus súbditos para reproducir su parasitismo sin poder sostener a largo plazo el despliegue bélico y sin poder controlar las resistencias de sus víctimas.
Trampas occidentales-elitistas
Pero la alternativa como fuerza contracultural superadora, como presencia física universal desafiante tarda en emerger. Han aparecido resistencias débiles como el progresismo en América Latina o de potencias periféricas intentando preservar margenes de autonomía frente al Imperio como China o Rusia pero en todos estos casos el horizonte es el capitalismo cuya declinación perciben como una deformación elitista o bien como una supremacía occidental corregibles. Se trata de opciones internas al sistema, en consecuencia son desbordadas por su decadencia, arrastradas por una marea imparable que opera al mismo tiempo como agotamiento interno y como fuerza negativa externa, como límites burgueses propios y como acosos internacionales de tal manera que las tentativas de independencia relativa, de reproducción heterodoxa quedan maniatadas por la naturaleza transnacional-financiera de sus élites económicas más encumbradas mientras se aproxima el verdugo bajo la forma de crisis (desintegración) global .
François Furet, un historiador conservador y eurocentrico, intentó cerrar completamente la salida a la trampa sistémica al sostener dos tesis fuertemente interrelacionadas. La primera de ellas es que en última instancia el comunismo no ha sido el resultado de la confrontación de la clase explotada contra su opresor capitalista es decir la expresión de un proceso contacultural de autoemancipación proletaria opuesto a la civilización burguesa sino el producto de un desgarramiento ideológico en el seno de la propia cultura dominante generadora de contradicciones explosivas. La sociedad burguesa, señala Furet, se basa en el mito de la igualdad de oportunidades (en teoría cualquiera puede llegar a ser un burgués independientemente de su raza o de la condición social de sus progenitores) en oposición a las sociedades esclavistas o feudales. Pero esta legitimidad igualitaria “es permanentemente negada por la desigualdad de las riquezas producto de la competencia. Su desarrollo contradice sus principios. La sociedad burguesa no cesa de producir desigualdad – más desigualdad material que ninguna otra sociedad- mientras proclama a la igualdad como un derecho imprescriptible del ser humano… (en consecuencia) en la sociedad burguesa la desigualdad es una idea que circula de contrabando, contradictoria (de ese modo) la idea de igualdad funciona como un horizonte imaginario nunca alcanzado. Los jacobinos de 1793 eran burgueses partidarios de la libertad de producir, es decir de la economía de mercado y eran al mismo tiempo revolucionarios hostiles a la desigualdad de las riquezas producidas por el mercado, señalados como los que inauguraron el reinado de la burguesía ofrecen sin embargo el primer ejemplo claro de burgueses que detestan a los burgueses en nombre de principios burgueses”11. A similares contradicciones podríamos llegar cuando comparamos la libertad proclamada por la sociedad capitalista y la carencia concreta de libertad de la mayoría aplastante de sus miembros sometidos a la dependencia laboral y al bombardeo de los medios de comunicación concentrados o cuando colocamos frente a frente a los discursos solidarios, generosos con la realidad del egoismo exacerbado. En suma los tres principios universales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, base fundacional del edificio ideológico burgués aparecen en la práctica como una farsa.
Entonces, explica Furet, emerge una ruptura irreparable entre la legitimación ideológica y la ilegitimidad práctica, “la desgracia del burgués no consiste solo en estar dividido al interior de si mismo sino también en que una mitad de si mismo es criticada por su otra mitad”12. Las promesas ilusorias son desmentidas por la realidad generando “una capacidad infinita para producir seres humanos que detestan al régimen social y político en el que han nacido”13. La conclusión es que el capitalismo como sistema mundial engendra brotes revolucionarios anticapitalistas desde sus propias filas, hijos de familias burguesas o pequeñobuguesas que en determinadas circunstancias históricas encabezan, organizan movimientos nutridos por las masas oprimidas, objeto de la explotación capitalista pero que también serían según el autor objeto de sus liberadores (manipuladores) comunistas.
La segunda tesis se deriva lógicamente de la primera, ampliando (globalizando) el eurocentrismo estrecho de Furet, sería posible señalar al siglo XIX como el de la culminación de la conquista del planeta por parte de Occidente, sus potencias centrales europeas (los Estados Unidos, neoeuropa transatlántica, emergerá recién en el siglo siguiente) impusieron su cultura en todos los continentes, instalaron la modernidad y su mito del progreso, generaron burguesías periféricas que absorbían, adaptaban a sus fines o eliminaban según los casos (sobredeterminados por la dinámica de dominación de sus amos imperialistas) formas anteriores, precapitalistas de opresión. Se consolidaba el subdesarrollo que la mitología progresista calificaba de “atraso” cuando en realidad se trataba de la modernización periférica de las sociedades conquistadas, de su incorporación al capitalismo bajo la forma de satélites.
Al mismo tiempo las burguesías europeas acumulaban riquezas no solo a partir del saqueo periférico sino también de la superexplotación de su proletariado interior, imponiendo estructuras autoritarias, exhibiendo su egoísmo desenfrenado, entonces fabricaban el desgarramiento ideológico, la ruptura entre sus promesas y sus actos y en consecuencia la insurrección ética, anticapitalista de una parte de sus hijos que se extendió más adelante, en el siglo XX, a la periferia aburguesada.
Aunque Furet no fue nada original, en su libro publicado en 1995 exacerbó y torció hacia la derecha concepciones elitistas de socialismo de la vieja socialdemocracia europea. Karl Kautsky publicaba en 1908 “Las tres fuentes del marxismo”. Considerado en su tiempo como el máximo divulgador del pensamiento de Marx en realidad lo instaló (deformó) como ortodoxia, ideología, articulación de leyes y verdades inmutables, sacralización como base para la fundación de una iglesia marxista en la que un pequeño círculo de sacerdotes supremos preservaban la Fe presentada como ciencia. La clave del procedimiento consistió en romper con el principio autoemancipatorio de Marx14 pilar decisivo de su obra (Marx: “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera”). En su texto Kautsky sostenía de manera tajante que “el movimiento obrero y el socialismo no son idénticos”15, el primero sería el resultado natural de la extensión de la explotación capitalista, sus protestas en si mismas no podrían superar el horizonte de las reivindicaciones económicas o de reivindicaciones políticas democráticas muy limitadas. A diferencia del primer caso según Kautsky “el socialismo supone el conocimiento profundo de la sociedad moderna… partiendo del punto de vista de la clase obrera”, sería el resultado del pensamiento de una elite de científicos sociales encargada de elaborar la crítica teórica del capitalismo, tanto de su dinámica general, de su evolución mundial como de sus especificidades locales trazando la vía de su superación socialista que descendería desde sus cerebros contestatarios hasta la masa explotada, incentivando, haciendo eficaz, encarrilando su descontento, esclareciendo el sentido histórico de sus luchas.
El jacobinismo burgués de la Revolución Francesa que desde las alturas de la Razón pretendía liberar a la plebe inculta reaparecía con Kautsky y sus científicos sociales portadores de la “ciencia proletaria”, patriarcas iluminados del proletariado convertidos en jacobinos socialistas. El elitismo eurocentrico opera como puente, como visión compartida por Kautsky y Furet porque la Europa del siglo XIX fue el polo dominante planetario, sus burguesías abarcaron la totalidad del escenario mundial imponiendo colonias y semicolonias. En el territorio europeo se desarrollaban innovaciones tecnológicas, transformaciones políticas, descubrimientos científicos, cambios culturales, etc. que operaban como paradigmas imitados por las elites modernizantes (colonizadas) de la periferia incluyendo sus desgarramientos ideológicos. En ese sentido Furet puede escribir que la historia de la idea comunista es sobre todo una historia europea16, las tesis de Kautsky llevan a una conclusión similar porque es en Occidente donde se encontraba la elite científica global. El elitismo cientificista de Kautsky converge con el elitismo eurocentrico de Furet, la burguesía occidental pasa a ser lo importante, el resto del mundo queda condenado a observar, obedecer o a rebelarse al ritmo de las melodías propaladas por sus amos o sus hijos contestatarios. La soberbia elitista le impide a Kautsky ver la historia europea del comunismo, el despertar obrero inicial, su compleja autopraxis que va elevando su nivel de conciencia, su rebeldía a los largo del siglo XIX finalmente bloqueada, degradada por el ascenso imperialista, el éxito colonial de las economías industriales que extienden sus mercados internos consiguiendo integrar culturalmente a una porción decisiva de sus clases obreras dándoles participación en el enriquecimiento general. Estos trabajadores ascendían socialmente y aburguesaban sus cerebros. Una de las expresiones culturales de ese cambio, perceptible al comenzar el siglo XX, fue la transformación del pensamiento rebelde, la impaciencia revolucionaria de Marx en el pensamiento ortodoxo, gradualista, burocratizante, prolijo de Kautsky y sus colegas que se convirtió antes de la Primera Guerra Mundial en la legitimación ideológica del reformismo socialdemocrata. Kautsky no se daba cuenta de las causas profundas de su éxito efímero como eminencia teórica.
Nueve décadas después de la publicación de la biblia kautskiana, Furet desde lo alto de su soberbia eurocentrica reiteraba el elitismo de Kautsky y decidía ignorar el hecho abrumadoramente periférico de las revoluciones socialistas del siglo XX, el mix eurasiático de las culturas populares del Imperio Zarista, el asiatismo chino, el comunismo victorioso de Vietnam y Cuba, en suma el carácter antiimperialista de esas rupturas radicales que repudiaban a sus respectivas burguesías coloniales y semicoloniales. La ola comunista del siglo XX fue principalmente una rebelión periférica que entre otras cosas logró al finalizar la Segunda Guerra Mundial ampliar su poder llegando hasta las puertas de Occidente ocupando Europa del Este e instalándose en una parte de Alemania.
En oposición a Kautsky y otros divulgadores ortodoxos, Marx desde su pasos teóricos iniciales y hasta el final de su vida negó esa jerarquía supuestamente salvadora cientificista del saber liberador, no excluyendo a los intelectuales revolucionarios, no aislándose en un obrerismo cerrado sino planteando el fenómeno autoemancipador como una convergencia no elitista entre “la humanidad sufriente que piensa y la humanidad pensante oprimida” tal como el joven Marx le escribía a su amigo Ruge hacia 184317 rompiendo con el jacobinismo según el cual la plebe solo podía ser liberada por sus salvadores-pensantes conduciéndolas hacia un mundo de igualdad, libertad y fraternidad. Marx señalaba a la “masa sufriente” (el proletariado) capaz de pensar y en consecuencia de autoemanciparse a la que se integrarían fraternalmente en pie de igualdad los intelectuales como él sin aspirar a dirigirlos sino a interactuar, a fusionarse con los explotados en el combate común18.
También Marx rechazó, a veces con vehemencia, las tentativas de convertir sus ideas en un recetario infalible, en una ciencia congelada, promovidas por algunos de sus seguidores, Engels dio a conocer en repetidas oportunidades la célebre expresión de Marx: “todo lo que yo se es que yo no soy marxista”19.
Revolucionario riguroso y en consecuencia desprejuiciado, flexible, deseoso de nutrirse de la realidad cambiante, en su última etapa intelectual Marx focalizó una porción decisiva de sus estudios hacia Rusia, periferia subdesarrollada próxima a Occidente. Se opuso a “marxistas” rusos de gran prestigio como Plejanov, Axelrod o Vera Zasulich que señalaban a la comuna rural de Rusia como expresión de atraso precapitalista y en consecuencia destinada a desaparecer. Por el contrario Marx la consideraba una forma precapitalista de resistencia social al capitalismo que podía prefigurar el futuro socialista. En su carta a Vera Zasulich señalaba con respecto a la comuna rural que: “el estudio especial que he hecho sobre ella, que incluye una búsqueda de material original, me ha convencido de que la comuna es el punto de apoyo para la regeneración social de Rusia”20. Marx ponía al descubierto en sus estudios rusos no solo como el capitalismo heredaba, utilizaba formas precapitalistas para afirmar su dominación sino también la persistencia de estructuras sociales y su carga cultural también precapitalitas opuestas a la explotación capitalista portadoras de futuro comunista. Esa presencia comunal no era para Marx una señal de “atraso”, de lamentable falta de capitalismo que la historia se encargaría inexorablemente de remplazar por una organización burguesa superior para dar paso más adelante a la superación socialista (inevitable y aburrida sucesión de “etapas”) sino la reproducción en tiempo presente de un pasado anunciador de futuro. La especial simpatía de Marx hacia el populismo revolucionario ruso y su tesis acerca del posible salto ruso no hacia el capitalismo de estilo occidental sino hacia el socialismo nos muestra a quien fue ampliando su visión del mundo enriqueciéndola con la complejidad periférica lo que le hace escribir a Teodor Shanin que “el triple origen del pensamiento analítico de Marx sugerido por Engels – filosofía alemana, socialismo francés y economía política inglesa – debería en realidad complementarse con un cuarto: el populismo revolucionario ruso”21.
Se trata entonces de un Marx no-elitista, libertario, zambullido de cuerpo y alma en las luchas proletarias de Europa, que va extendiendo, transformando su pensamiento adentrándose en la complejidad periférica y que debe ser instalado en su época, tiempo europeo de revoluciones populares, de insurgencias obreras, de crisis, de ilusiones acerca de la próximo (cercano) desmoronamiento del capitalismo y de la victoria comunista. Optimismo exagerado que llevó no solo Marx y a Engels sino a una sucesión de generaciones revolucionarias del siglo XIX a confundir muchas veces los dolores del parto burgués con los de su agonía y que Marx solía justificar como necesidad espiritual de los combatientes. Cierta vez señaló que “una profecía puramente teórica, y por tanto inevitablemente fantástica del programa de acción para una revolución futura alejaría simplemente la atención del pueblo respecto de la lucha actual. La creencia de que el colapso del mundo era inminente permitió a los cristianos primitivos levantarse en guerra contra el imperio mundial de Roma y les dio confianza en su victoria” 22
La herencia europea
Es posible describir una trayectoria de insurrecciones y revoluciones populares en Europa partiendo desde fines del siglo XVIII cuando despega la industrialización en Inglaterra y la aristocracias ya constituyen híbridos decadentes desbordados en espacios decisivos como Francia por una marea burguesa que venía ascendiendo de manera compleja, irregular, presentando múltiples rostros.
Podríamos tomar a la Revolución Francesa como ruptura inicial irreversible (la tentativa posterior de “restauración” aristocrática no hizo más que confirmar con su fracaso la marcha de la historia) y establecer hitos como el de 1848 llegando hasta 1871 cuando la Comuna de París marca el punto más alto de la conciencia proletaria. Desde 1789 y hasta el encumbramiento de la jefatura jacobina (pero ya manifestando brotes igualitarios) avanzando en las décadas siguientes de manera desordenada, experimentando progresos, deformaciones, retrocesos y luego nuevos progresos en su autopraxis al ritmo de la extensión de los tejidos industriales, rebelándose contra la superexplotación y al mismo tiempo diseñando caminos hacia el postcapitalismo, digiriendo utopías socialistas, desatando insurgencias, atravesada por conspiraciones blanquistas, organizaciones y debates comunistas.
Se trata de una larga marcha alimentada por la interacción entre dos sujetos europeos en formación que el joven Marx describía como la “humanidad sufriente” que peleaba y desarrollaba su cerebro y la “masa pensante” que también desarrollaba su cerebro mientras se sumergía en las luchas sociales, fue la prolongada época marcada en el plano de las ideas por personajes como Proudhon, Marx, Bakunin, Engels, Blanqui y otros intelectuales revolucionarios que legaron a nuestro presente lo que podría ser calificado como la herencia europea ineludible en el proceso de construcción de un pensamiento insurgente global. Conformación de una visión del mundo, reproduciéndose desde la pretensión de universalidad parisina inicial hasta cuando Marx luego de la derrota de la Comuna de París cifraba sus esperanzas en el populismo revolucionario ruso y metía su cabeza en la periferia no para constatar como “progresaba” aburguesándose sino como podía llegar a superar su capitalismo subdesarrollado, autocrático, proponiendo a la comuna rural rusa (basada en la propiedad colectiva comunal) como punto de apoyo de la regeneración socialista de Rusia, valorando sus raíces precapitalistas, proyectándola hacia los capitalismos considerados avanzados. Marx atacaba el mito del progreso y en unos de sus borradores de respuesta a Vera Zasulich señalaba de manera explícita que esa comuna rural regenerando a Rusia pasaría a ser “un elemento de superioridad sobre los países aún esclavizados por el régimen capitalista” visualizandolo como “un renacimiento en una forma superior de un tipo social arcaico” por lo que según él “no deberíamos pues, asustarnos demasiado por la palabra arcaico”23. A comienzos del siglo XXI aparecen otras potenciales valorizaciones revolucionarias de viejas (“arcaicas”) resistencias culturales colectivistas al capitalismo como el ayllu andino y muchas otras supervivencias comunitarias en la periferia.
Destaco entonces la existencia en el siglo XIX europeo de un ciclo de pensamiento revolucionario comunista visible desde los años 1840 que se fue radicalizando y que en consecuencia durante su tramo ascendente final fue extendiendo su visión hacia la periferia, la des-occidentalización ya descripta de Marx en sus últimos años es una muestra de ello.
El ciclo conservador
Pero mientras ese ciclo revolucionario avanzaba un segundo ciclo mucho más potente que terminaría por doblegar al primero se desarrollaba como una ola envolvente. A lo largo del siglo XIX se produjo lo que algunos autores denominan la segunda gran expansión europea-occidental luego de las conquistas de los siglos XVI y XVII. Se combinaron expulsiones de población hacia la periferia, implantaciones coloniales de población, colonizaciones, sometimientos semicoloniales, inversiones, expansiones comerciales e intervenciones militares. La superficie terrestre ocupada por europeos o bajo su control era del orden del 35 % en 1800, del 70 % en 1880, del 85 % en 1914. Entre 1800 y 1878 la media de la expansión imperialista fue de 560 mil kilómetros cuadrados por año24 y hacia finales del siglo XIX emergía un imperialismo neoeuropeo, los Estados Unidos. Si la primera transferencia masiva de riquezas de la periferia al centro posibilitó el despegue irreversible de la civilización burguesa la segunda posibilitó su dominación planetaria, su industrialización, y en las última décadas de ese siglo la integración a la prosperidad de sus clases medias y de vastos sectores de sus clases bajas generando una aristocracia obrera que engullía una porción de la explotación imperialista. Al calor de la prosperidad y de la inclusión social internas el pensamiento comunista rebelde fue desplazado, absorbido por un recetario dogmático, un pensamiento congelado manipulado por elites “socialistas”, Marx pasó a ser codificado por Kautsky y otros interpretes de las sagradas escrituras que legitimaban la integración al sistema con ilusiones reformistas25. El marxismo domesticado de la socialdemocracia incorporaba viejos y nuevos paradigmas del imperialismo en expansión, se arrodillaba completamente ante el mito del progreso, glorificaba sus tecnologías describiendo al socialismo como la prolongación de un desarrollo obstaculizado, frenado por la irracionalidad capitalista. Perdía potencial crítico y ante el ascenso estatal-industrial-militar evidente en los capitalismos más avanzados de Europa en el tramo final del siglo XIX adhería “desde la izquierda”al nuevo paradigma burgués sucesor del liberalismo: el estatismo y la planificación centralizada de tipo militar.
El “progreso” aparecía como un fenómeno imparable, sus hipotéticos sucesores socialdemócratas imaginaban su culminación natural “socialista” como resultado del despliegue gradual de fuerzas industriales generadoras de una clase obrera cada vez más organizada receptora y ejecutora de una racionalidad superior. La democracia burguesa sometida a sucesivas reformas se convertiría en democracia socialista.
Ciclo financiero, crisis y revolución en la periferia
Mientras la ola proletaria se disolvía en el océano de la prosperidad burguesa, industrial e imperialista, desde el interior de esta última emergía el parasitismo financiero como resultado del proceso de concentraciones económicas y saturaciones comerciales que frenaban para luego comprimir las tasas de ganancias en las áreas productivas. El primer ciclo (revolucionario) era devorado por el segundo (la prosperidad burguesa) a su vez corroído por un tercer ciclo parasitario.
Karl Polanyi idealizaba a la aristocracia financiera de esa época señalando su rol positivo en la preservación de la larga “pax europea” (salpicada por conflictos menores) vigente desde el fin de las guerras napoleónicas hasta 1914. La “haute finance” como la llamaba el autor cumplía según él una función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Pero Polanyi solo miraba la superficie del fenómeno en realidad los negocios de la “haute finance” se fundaban en la vertiginosa acumulación de capitales provenientes principalmente de la rapiña imperialista del mundo uno de cuyos pilares esenciales era la acción de los estados occidentales, el desarrollo de sus aparatos militares (fuente decisiva de negocios) y de las consiguientes megalomanías “patrióticas” de las respectivas burguesías nacionales rivales. Polanyi señalaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”26. En realidad el rol “pacificador” de los Rothschild formaba parte de un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado excitaban a las bestias alentando sus ambiciones (y de inmediato les pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban hacer un desastre, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a
monstruos que absorbían drogas cada vez mas fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.
De esa gran crisis emergió la revolución rusa que fue el disparador de una enorme ola periférica que se prolongó durante más de seis décadas atravesando la segunda guerra mundial, produciendo la revolución china hasta llegar a la revolución cubana, la liberación de Vietnam y más adelante la revolución nicaragüense. A lo que es necesario incorporar al conjunto de revoluciones antiimperialistas, grandes reformas populares e independencias periféricas desde la revolución boliviana de 1952, el primer peronismo (1945-1955), el nasserismo y la marea del nacionalismo árabe hasta la revolución islámica de Irán. El comunismo fue la expresión más radical de ese proceso, sin embargo desde el punto de vista ideológico su radicalidad quedó a medio camino, su hibridez inicial derivó más adelante en graves deformaciones burocráticas que lo llevaron a la implosión final. El ala bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso pasó a llamarse Partido Comunista, retomó la vieja tradición insurgente de Marx, rechazó al “renegado Kautsky” pero sin desprenderse completamente de los paradigmas burgueses de la época.
Algunas pistas pueden ayudarnos a explicar el fenómeno, un factor decisivo fue el peso abrumador de la cultura estatista ascendente, novedad de fines del siglo XIX y arrolladora desde la Primera Guerra Mundial. Robert Kurz señaló acertadamente la admiración de la dirigencia bolchevique hacia el estado planificado de la economía de guerra del imperio alemán que aparecía como el último grito de la técnica y de la organización planificada27. En ese sentido la ruptura respecto del “marxismo” aburguesado de Kautski fue parcial, desechó el etapismo al que la socialdemocracia europea condenaba a los revolucionarios rusos asumido plenamente por los mencheviques, los bolcheviques no esperaron a que una supuesta revolución burguesa les abriera el espacio para una futura transformación socialista, se acercaron al Marx tardío que visualizaba la posibilidad de saltar desde la autocracia zarista a la revolución socialista pero al mismo tiempo se rindieron culturalmente al mito de la centralización estatal, de la gran maquina planificadora manejada con férrea disciplina militar. Stalin llevó esa tendencia hasta sus últimas consecuencias.
Esa deformación ideológica se vio reforzada por condicionantes externos que acorralaron a la URSS y a las siguientes revoluciones anticapitalistas. Cercos económicos, agresiones imperialistas directas, tentativas de desestabilización reforzaron las tendencias internas a la militarización, al control de la población y a la eliminación de las disidencias. Las burocracias socialistas legitimaban con la agresión externa real a sus sistemas de control interno, los abusos y privilegios de funcionarios y la restricción del desarrollo democrático relegando a un futuro muy lejano la promesa de extinción del estado. El hecho más terrible fue la invasión alemana de la que la Unión Soviética pudo librarse aportando 27 millones de muertos (tragedia que salvó a la humanidad de la primera gran ola de barbarie fascista, ese solo hecho alcanza para legitimar la existencia de la URSS). El aparatismo estatal-militar fue a la vez expresión de resistencia y fortaleza, de opresión interna y de debilidad cultural ante los paradigmas ideológicos occidentales.
A los condicionantes externos debemos agregar, tanto en el caso soviético como en el conjunto de revoluciones periféricas del siglo XX, la presencia de resistencias culturales internas profundas a la transformación socialista no solo en las clases privilegiadas afectadas por el cambio sino también en las bases populares. Se trató de la convergencia entre el aburguesamiento cultural subdesarrollado (admiración del estilo de vida occidental, de sus clases medias y altas) y la persistencia de tradiciones despóticas integradas al capitalismo periférico pre-revolucionario. Convergencia perversa no superada por la estatización socialista (en ciertos casos agravada).
El cuadro queda completado con la evidencia de que tanto la revolución rusa como las posteriores victorias comunistas se apoyaron en la declinación, la podredumbre de sus respectivos capitalismos ingobernables por las elites dominantes, pero el nuevo poder necesitaba para consolidarse de jefaturas enérgicas que se colocaban por encima de las masas populares asi como un estado mayor se coloca por encima de sus soldados. De ese modo la eficacia del aparato reemplazaba la inexistencia o débil presencia a nivel popular de capacidad de auto-organización, de experiencia democrática previa no borrada de la memoria colectiva base indispensable para el desarrollo autoemancipatorio. Debemos tener presente el aplastamiento por parte de la modernidad burguesa de los elementos de comunitarismo campesino y otras formas de solidaridad social de origen precapitalista allí donde estas existían.
Los desmoronamientos capitalistas les abrían paso a las insurgencias populares que amenazaban convertirse en impotencia caótica. La solución jacobina resolvía el problema… pero a largo plazo la solución se transformaba en trampa burocrática, en el predominio de círculos viciosos autoritarios que bloqueaban las iniciativas populares e instauraban complejos aparatos de control cuyo resultado final era invariablemente la decadencia del sistema. El partido único (homogéneo, “monolítico”) y la estatización integral de la sociedad parecían asegurar la transformación socialista, el Partido se apoderaba del estado y lo reconvertía al mismo tiempo que este último engullía a la sociedad, más adelante el estado devoraba al partido, lo convertía en un apéndice de su dominación, la “razón de estado” trituraba a los sueños comunistas.
Insurgencia global, comunismo insurgente
Al promediar la segunda década del siglo XXI la decadencia sistémica global se va acercando hacia una crisis de enorme magnitud, desplegando una mirada sobre la superficie del fenómeno y parafraseando a Proudhon podríamos llegar a afirmar que las tradiciones revolucionarias están gastadas sobre todo la proveniente del comunismo del siglo XX que pretendió heredar al comunismo europeo del siglo XIX. Lo logró parcialmente mientras impulsaba la mayor rebelión anticapitalista de la historia que se expandió por todos los continentes, derrotó a la barbarie nazi y alentó movimientos antiimperialistas de diverso signo.
La primera herencia comunista parecería haber quedado sepultada para siempre, convertida en pasado muerto, reducida a la curiosidad de historiadores, marxólogos o especialistas en Bakunin. La segunda herencia, más cercana en el tiempo, carga con el estigma del fracaso, las banderas rojas victoriosas de 1917 en Petrogrado, de 1945 en Berlín, 1949 en China quedan ocultas bajo los desastres de la implosión soviética de 1991, la caída del muro de Berlín, el auge capitalista de China. Furet en el libro ya citado exagerando sus deseos quiso constatar a mediados de los años 1990 que: “el comunismo termina en una suerte de nada, de vacío absoluto, no abre la vía, como tantos lo han deseado y previsto, a un comunismo mejor” 28. Dicho de otro modo: después de (muertas) las ilusiones comunistas de los siglos XIX y XX no quedaría en pie otra cosa que capitalismo y más capitalismo, neoliberal optimista primero y ahora neofascista, tanático, decadente.
Primera objeción, la memoria histórica, social no es un objeto muerto, sino el resultado, inserto en el devenir de sucesivas reconstrucciones conscientes y subconscientes del pasado, de sus recorridos complejos, de sus reproducciones temporales visibles u ocultas, haciendo vivir en rincones discretos formas culturales latentes que pueden reaparecer de manera “inesperada”. Freud se refirió al “fenómeno de la latencia es decir a la aparición incomprensible de fenómenos y condiciones pertenecientes a sucesos muy lejanos, más tarde olvidados”29. En ese sentido existen numerosas señales de la existencia de una latencia comunista, muchas de ellas visibles, reproduciéndose al calor de las luchas de clases, de las resistencias culturales frente a un capitalismo crecientemente salvaje que ya ni siquiera esgrime un discurso optimista sino llamados a la resignación o al odio racial o religioso o a la limpieza étnica30 y también de un legado teórico formidable de tal manera que por ejemplo resulta imposible entender el funcionamiento general del capitalismo sin el aporte de Marx, ni realizar la crítica del Estado prescindiendo del debate europeo entre comunistas marxistas y libertarios, ni abordar las especificidades nacionales-regionales del desarrollo capitalista global y las consiguientes alternativas poscapitalistas sin las reflexiones de Marx sobre Rusia o las de Proudhon acerca de la reproducción plural de las sociedades, de su heterogeneidad creativa, igualitaria, opuesta a la normalización autoritaria de los sistemas elitistas fundados en jerarquías opresivas (y en consecuencia del comunismo como realización de la libertad).
Segunda objeción, la reproducción de la latencia comunista es el resultado de un desgarramiento social en el sentido más amplio del término de la sociedad universal, de su totalidad, de su manifestación plural, cambiante. No de un desgarramiento ideológico elitista en el seno de la cumbre burguesa sino de rupturas que involucran a grandes masas humanas, de procesos moleculares que pueden llegar a generar saltos cualitativos en la conciencia popular. Su mecanismo de reproducción deriva de la confrontación entre el discurso generoso y democrático, hipócrita del capitalismo y su realidad siniestra, suele expresarse como lucha de clases, se potencia con las crisis y marcha hacia rebelión social integral de sus víctimas (insurgencia contarcultural, violenta, desborde de las clases bajas que rompe los muros del sistema).
Tercera objeción, la experiencia comunista del siglo XX, su fracaso, no terminó en la nada quedó grabado en la memoria, sus proezas están almacenadas en el alma de los justos, de millones de oprimidos, esta siendo digerida por la historia, no puede desaparecer de manera absoluta porque es permanentemente legitimada por la dinámica criminal del capitalismo que al ingresar en su etapa decadente presenta dos grandes escenarios posibles: la degradación ad infinitum o la superación poscapitalista. Se trata de memorias del primer ensayo de superación del capitalismo, imágenes, historias que sobreviven a los deseos de los promotores de la nada, a los ataques nihilistas del pesimismo, las grandes proezas revolucionarias no se esfuman en el vacío, son recuerdos activos, semillas de futuro sembradas en el vasto espacio de la insurgencia global.
Ya que la insurgencia constituye la única vía posible (presentada como imposible por la maquinaria ideológica del sistema) confirmada por los fracasos de las reformas progresistas, nacionalistas, productivistas, democratizantes ante un capitalismo bajo hegemonía parasitaria, marcado por vertiginosos procesos de concentración de ingresos y de acumulación de autoritarismo hasta llegar al neofascismo. Insurgencia contra invasiones extranjeras, contra dictaduras explícitas o implícitas, con rostro militar o civil, contra saqueos desenfrenados de recursos naturales y desastres ambientales que hacen peligrar la supervivencia humana. Desde México hasta la Argentina pasando por Colombia, desde Marruecos hasta Afganistan pasando por Palestina, desde Ucrania hasta hasta Grecia, siguiendo hacia Libia y más hacia el sur de África… ¿que otra alternativa seria que la insurgencia les queda a esos pueblos?, en algunos de esos casos la rebelión ya está en marcha en otros se va aproximando la hora de la pelea. El comunismo del siglo XXI tiene su lugar en esas luchas, debería ser su componente más abnegada, incentivando el desborde popular, la auto-organización a todos los niveles en el doble proceso de destrucción del sistema opresivo y de construcción de conciencia superadora, poscapitalista, autopraxis fundada en la constatación histórica de que el poder de los de abajo solo puede desarrollarse sobre la base de la desestabilización, el deterioro, el retroceso y finalmente de aniquilamiento del poder opresor. Se trata de una mirada combatiente de la realidad social visualizada como campo de batalla, ensayando todas las formas de lucha posibles.
Herencias, medios y fines
Necesidad histórica del comunismo y en consecuencia de la revolución capaz de realizar la transición socialista hacia ese horizonte, ¿pero de que socialismo-comunismo estamos hablando?.
La superación completa del socialismo estatista aparece como un pilar decisivo de la construcción de la conciencia liberadora, es decir el balance crítico de esa deformación, su ubicación temporal concreta no para instalar una suerte de relativismo histórico conformista sino para entender los condicionantes culturales que lo forjaron. Es de gran utilidad retomar el viejo debate entre comunistas marxistas y libertarios, en un texto anterior31 yo señalaba lo siguiente:
1º: el anarquismo planteaba la liquidación revolucionaria del Estado como acto inaugural de la ruptura, por el contrario el marxismo y mas duramente en su versión leninista original planteaba la destrucción del estado burgués y la construcción inmediata de un estado proletario que desde el inicio sería un estado “en extinción”.
2º: la opción anarquista era inviable ya que si tenía éxito llevaría a un caos o a un sistema débil fácilmente destruido por la reacción burguesa porque la cultura comunista del pueblo no emergía a la velocidad que el esquema anarquista esperaba y porque la burguesía era lo suficientemente fuerte a escala global como para aplastar al brote libertario.
3º: la promesa marxista del estado en extinción tampoco era viable dada la inmadurez cultural comunista del pueblo y la fueza de la burguesía global ante lo cual el estado revolucionario para defenderse se centralizaba, burocratizaba, militarizaba enterrando definitivamente la promesa inicial.
4º: los anarquistas tuvieron razón ante experiencias revolucionarias exitosas del siglo XX que terminaron engendrando monstruos burocráticos antesala de restauraciones capitalistas desde el interior del sistema enlazando con el capitalismo global aun dinámico.
5º: pero también los marxistas tuvieron razón porque en las condiciones concretas del siglo XX solo la construcción de un estado revolucionario podía impedir la restauración burguesa.
6º: en realidad ambos estaban equivocados, los primeros porque condenaban a la revolución a un rápido fracaso y los segundos porque la condenaban a su burocratización 7º: la solución fue aportada por la historia, por el tiempo que terminó por traer la senilidad del capitalismo es decir su declinación cultural universal y una gigantesca acumulación universal de experiencias democráticas en los pueblos sumergidos, en el proletariado, humanidad plural rodeando a las potencias centrales pero extendiéndose más adelante hacia el interior de las mismas como consecuencia de la decadencia del sistema que proletariza a porciones crecientes de sus propias poblaciones.
Más allá de la corrupción sindical, de los fraudes electorales y de la usurpación de la voluntad popular por parte de las “democracias representativas”, lo cierto de que varios miles de millones de personas han participado durante el siglo XX en actos electorales, han realizado huelgas, han intervenido en revoluciones, en organizaciones vecinales, etc., en fin han terminado por conformar lo que podría ser calificado como “patrimonio cultural democrático de la humanidad” base real en la que pueden apoyarse procesos de autoemancipación social, de autopraxis revolucionaria. Las revoluciones socialistas del siglo XX no contaron con ese potencial inicial con el agravante de que las vanguardias en muchos casos subestimaban o despreciaban tradiciones populares colectivistas consideradas restos de precapitalismo, atraso campesino, desorden que podía ser aprovechado por el enemigo.
Precisamente ese potencial de auto-organización existente con sus especificidades culturales y diferentes niveles de desarrollo, producto de la propia dinámica de la civilización burguesa y de las experiencias anticapitalistas, es decir del siglo XX, brinda la posibilidad de construcción de estructuras descentralizadas, de redes populares insurgentes capaces de desestabilizar, aislar y luego quebrar el funcionamiento de los mega-aparatos de control, desbordando sus instrumentos represivos, sus sofisticaciones tecnológicas.
La concentración del poder por parte de las elites dominantes pone a su disposición estructuras capaces de acumular y procesar enormes masas de información y realizar operaciones puntuales muy precisas, así como estrategias de degradación y sometimiento de amplios sectores populares combinando la hiper-concentración mediática que apabulla a la sociedad con acciones represivas de diverso tipo, “legales” e ilegales, todo ello formando parte del paquete conocido como Guerra de Cuarta Generación32. Esos sistemas pueden aislar y descuartizar vanguardias centralizadas, burlar sus compartimentaciones celulares, dicho de otro modo pueden derrotar a organizaciones revolucionarias del siglo XX, pero tienen enormes dificultades para enfrentar a un monstruo popular descentralizado, desplegándose en miles de iniciativas autónomas, practicando una amplia variedad de formas de lucha, conformando redes sociales complejas.
Fines y medios se articulan históricamente, auto-organización popular y comunismo del siglo XXI pasan a ser las dos caras de la insurgencia revolucionaria posible, el sistema capitalista queda al descubierto como un gigante con pies de barro. La civilización burguesa con su despliegue político-militar, económico y tecnológico, su hipertrofia urbana, su revolución comunicacional, ha conseguido crear monstruosos aparatos opresivos pero al mismo tiempo, y sobre todo en su etapa decadente termina generando las condiciones organizacionales para ser derrotada por sus víctimas.
La revolución fundada en la auto-organización popular define otro tipo de transición socialista hacia el comunismo, propone un nuevo estado que se acerca mucho más a la imagen descripta por Lenin en “El estado y la revolución” como híbrido, construido luego de la destrucción del Estado burgués (no de su transformación gradual) que se presenta como una sucesión de reorganizaciones (democratizaciones) estatales-revolucionarias marchando hacia la extinción de ese poder33, no como promesa de la dirigencia jacobina sino como proceso real de ascenso de las comunidades de base, del comunalismo que aleja el fantasma de la revolución congelada por la burocracia.
El concepto de autopraxis revolucionaria resulta indisociable de la reconceptualización del sujeto universal capaz de realizarla: el proletariado del siglo XXI. Como sabemos el concepto de proletariado aparece en la Roma imperial abarcando a la llamada “sexta clase”, la más baja, carente de propiedades y que solo disponía de sus hijos (su prole) para nutrir los ejércitos del Imperio. Desde mediados del siglo XIX se refiere a la masa de trabajadores modernos que no disponen de la propiedad de sus medios de producción. Necesitamos ahora un concepto de proletariado que identifique al sujeto potencial del proceso de superación del capitalismo en su etapa decadente y globalizada donde el parasitismo es el centro del proceso de reproducción (la etapa de la hegemonía industrial y productiva en general ha quedado enterrada en el pasado), donde dicha reproducción despliega fuerzas destructivas que amenazan a la existencia humana (el capitalismo del siglo XXI entendido como sistema de autodestrucción a escala planetaria). Ya a mediados de los años 1980 Ernest Mandel pronosticaba la nueva disyuntiva sucesora de la formulación realizada por Rosa Luxemburgo a comienzos del siglo XX, “el dilema ya no es – señalaba Mandel- socialismo o barbarie sino socialismo o muerte”34.
Dicho concepto debe servir para señalar a la masa social universal que para sobrevivir, para superar la acumulación de desastres en curso necesita destruir al capitalismo, a la que la dinámica del sistema empuja a convertirse en negadora absoluta de la civilización burguesa o en caso contrario pasar a ser una masa multiforme, gelatinosa de subhumanos. Se trata de un espacio plural abarcando a diversas categorías sociales: obreros industriales, trabajadores de la agricultura y el comercio, pequeños campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, microempresarios industriales, etc., a pobres e indigentes en general como por ejemplo la población de aproximadamente mil millones de personas clasificada por la OIT como la que sobrevivía en 2012 con un ingreso de 1,90 dólares diarios o menos (medido a paridad de poder adquisitivo – PPA- del año 2011), a la que es necesario agregar la franja siguiente sobreviviendo con un techo de 3,10 dólares diarios medido de igual manera. Evidentemente el concepto de proletariado no cubre a la totalidad de los asalariados ya que es necesario excluir a los asalariados de clase alta y media-alta como los gerentes de bancos, de empresas de diverso tipo, técnicos de alto nivel, altos funcionarios del Estado, etc. que tanto en los países centrales como en los periféricos integran el área de las elites dominantes y sus círculos de servidores privilegiados. Quedan entonces excluidas diversas capas de asalariados y deben ser incluidas otras de no asalariados. A estos cortes según niveles de ingresos y localización en el sistema se agregan numerosas especificidades regionales, nacionales y locales, étnicas, etc. Se trata entonces de la “masa sufriente“ que señalaba el joven Marx pero en la condiciones del siglo XXI y que comienza a pensar en la medida en que pelea por su dignidad, desde su lugar concreto, desde sus herencias e innovaciones culturales, buscando afirmar su identidad solo posible si se embarca en la tarea de destrucción del infierno capitalista. Masa sufriente-pensante que puede ser potenciada en su proceso autoemancipador con el ingreso a sus filas de la masa pensante que sufre, se rebela contra la injusticia, masa pensante-sufriente que se humaniza realmente a condición de no reivindicar la letra del discurso demagógico democrático del sistema para contraponerlo con su práctica siniestra (“desgarramiento” inútil) sino que rechaza de manera absoluta a esa alternativa civilizatoria buscando destruírla mediante la lucha revolucionaria, fusionándose con la autopráxis liberadora del proletariado. Dialogar y combatir, todo al mismo tiempo.
De todos modos no existe una frontera prolija, perfectamente delimitada entre el proletariado y el resto, aparecen más bien fronteras borrosas que van siendo atravesadas de manera desordenada al ritmo de la decadencia sistémica por estratos superiores que se empobrecen. Esto ocurre hoy en los países centrales pero también en los periféricos donde las clases medias son acorraladas por los programas de ajuste.
La insurgencia global se presenta entonces como una posibilidad concreta derivada de la necesidad de sobrevivir al desastre en curso y de la existencia del sujeto proletario. El comunismo renovado, desprovisto de sus viejas trabas castradoras constituye el horizonte poscapitalista accesible recorriendo los caminos de las transiciones socialistas35: revolución de la pluralidad creadora, conquista de la libertad, desborde multicultural de miles de millones de seres humanos destruyendo la cárceles del capitalismo.
1Citado en Pierre Olivier, “La Commune”, Ch. 1, Gallimard, Paris, 1939.
2Destaco dos textos recientes: John Pilger, “Why the rise of fascism is again the issue”, Johnpilger.com, 25 February 2015 (http://johnpilger.com/articles/why-the-rise-of-fascism-is-again-the-issue) y Dmitry Orlov, “Financial collapse leads to war”, Cluborlov, March 03, 2015 (http://cluborlov.blogspot.fr/2015/03/financial-collapse-leads-to-war.html).
3Evidentes en la marea reaccionaria con claras componentes racistas que llevó al gobierno a Mauricio Macri en Argentina, en el antichavismo duro en Venezuela, en expresiones abiertamente fascistas en movilizaciones opositoras en Brasil.
4Valentin Katasonov, «La Seconde guerre mondiale organisée par les ploutocrates anglo-américains», Parte 1: http://lesakerfrancophone.net/la-seconde-guerre-mondiale-organisee-par-les-ploutocrates-anglo-americains-i/ – Parte 2: http://lesakerfrancophone.net/la-seconde-guerre-mondiale-organisee-par-les-ploutocrates-anglo-americains-ii/
5Domenico Losurdo, “Las raices norteamericanas del nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos Aires.
6Laurence H Summers: “Reflections on the ‘New Secular Stagnation Hypothesis” y Robert J. Gordon: “The turtle’s progress: Secular stagnation meets the headwinds” en “Secular Stagnation:Facts, Causes, and Cures”, CEPR Press, 2014.
7O. Giarini et H. Loubergé, “La civilisation technicienne à la dérive. Les rendements décroissants de la technlogie”, Dunod, Paris, 1979.
8Marx-Engels, “La ideología alemana” (1845-46). Marx-Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974.
9Dobyns, H. F.,»Their number become thined: Native American population dynamics in Eastern North America», Knoxville, University of Tennesee Press, 1983.). Cook, S. F. y W. W. Borah, «The indian population of Central Mexico», Berkeley, University of California Press, 1963.). Angus Maddison, “Historical Statistics of the World Economy: 1-2008 AD”, http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/home.htm.
10Angus Maddison, op. cit.
11François Furet, “Le passé d’une illusion”, Chap 1. RobertnLaffont-Calmn Lévy, Paris 1995.
12ibid.
13ibid.
14Maximilien Rubel rescató el concepto elaborado por Marx de “autopraxis histórica del proletariado”, proceso de autoemancipación a la vez crítico y destructivo, teórico-práctico del sistema, capaz de elaborar en el combate anticapitalista el camino de la superación socialista-comunista (Maximilien Rubel, “L’autopraxis historique du proletariat” en “Auto-émacipation ouvrière et marxisme politique”, Économies et Sociétés, Etudes de Marxologie, Cahiers de l’ISMEA, Série S, n.º 18, Paris, Avril-Mai 1976).
15Karl Kautsky, “Les trois sources du marxisme”, Chapitre IV, “L’ union du mouvement ouvrier et du socialisme”, Ed. Spartakus, París, 1947.
16“Europa, madre del comunismo, es también su principal teatro, la cuna y el corazón de su historia”, F. Furet, op. cit, pág. 15.
17Carta de Karl Marx a Arnold Ruge, Mayo de 1843, en Karl Marx, Arnold Ruge, «Los Anales franco-alemanes». Ediciones Martinez Roca, S.A. 2a edición, Barcelona 1973.
18Jorge Beinstein, “Carta de Marx a Ruge, Mayo de 1843”, Programa 123 – Escuela de cuadros, Caracas, Julio de 2013, https://www.youtube.com/watch?v=CpxQ08dghkY.
19Maximilien Rubel reunió varios testimonios de Engels referidos a esa expresión de Marx (carta de Engels a la redacción de Sozialdemokrat 7 de septiembre de 1890, carta a Bernstein 3 de noviembre 1882, carta a C. Schmidt 15 de agosto 1890, carta a Paul Lafargue 27 agosto 1890), Maximilien Rubel, “Marx critique du marxisme”, pág. 21, Payot, Paris 1974.
20Karl Marx – Réponse à Vera Zasulich, 8 mars 1881, Marxist.org, https://www.marxists.org/francais/marx/works/1881/03/km18810308.htm
21Teodor Shanin, El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo”,pág. 38, Editorial Revolución, Madrid, 1990.
22Marx-Engels Werke, vol 35, pág 160-161, citado por Teodor Shanin, op. cit, pág. 94.
23Marx & Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. III.
24Favid Fieldhouse, “Economía e Imperio. La expansión europea 1830-1914”, Ed. Siglo XXI, México, 1990.
25El desplazamiento no fue completo, subsistió la miseria proletaria en importantes espacios urbanos y rurales modernizados de Europa al igual que intelectuales revolucionarios que enlazarían más adelante, desde 1917, con la ola revolucionaria proveniente de Rusia, periferia próxima. Aunque el liderazgo (reformista) del socialismo en Europa quedó en manos de la aristocracia obrera y sus pensadores ortodoxos, la socialdemocracia alemana era el ejemplo a seguir.
26Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
27Robert Kurz, “La economía de guerra alemana y el socialismo de estado”, http://www.exit-online.org/textanz1.php?tabelle=transnationales&index=3&posnr=42&backtext1=text1.php
28François Furet, op. cit., pág. 13.
29Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteista”, Editorial Losada-Editorial La Página, Buenos Aires, 2004.
30El neofascismo europeo y el “estado islámico”, el primero en el centro y sus suburbios -desde París a Kiev- y el segundo en la periferia constituyen ejemplos extremos de capitalismo tanático, punta de iceberg de un espacio ideológio-político más vasto que incluye a neoliberalismos salvajes como los del México de Peña Nieto, la Colombia de Santos o la Argentina de Macri extendiéndose a otros sistemas conservadores menos escandalosos pero profundamente decadentes.
31Jorge Beinstein, “Comunismo del siglo XXI. De la decadencia de la sociedad burguesa global a la irrupción del post capitalismo revolucionario”, Ediciones Trinchera, Caracas 2011.
32Jorge Beinstein, “La ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema de intervención militar de los Estados Unidos y sus consecuencias para América Latina”, Ediciones Trinchera, Caracas 2013. Texto alojado en: http://beinstein.lahaine.org/b2-img/beinstein_militarismo.pdf
33Lenin aclara que con la victoria de la revolución “el estado burgués no se extingue sino que es destruido… el que se extingue después de la revolución es el Estado o semi-Estado proletario” (V. I. Lenin, “El Estado y la Revolución”, en V. I. Lenin – Obras Escogidas, tomo 2, pág. 315, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú 1960.
34Ernest Mandel, “El socialismo en el umbral del siglo XXI”, Mesa Redonde 1985 – El socialismo en el umbral del siglo XXI, Međunarodna Tribina Socijalizam u svetu, Beograd 1985.
35En el texto antes citado Ernest Mandel señala que la transición socialista visualizada como fenómeno universal “no es ni el paraíso terrestre, ni el establecimiento de un armonía perfecta entre el individuo y la sociedad ni entre la sociedad y la naturaleza. El objetivo es más modesto: resolver seis o siete problemas que han sido la fuente de los principales sufrimiento humanos; la explotación del hombre por el hombre, la guerra y la violencia masiva, las hambrunas, la desigualdad, la discriminación institucionalizada y sistemática de las mujeres, razas y o grupos étnicos considerados inferiores, etc., las crisis económicas, las crisis ecológicas, etc. Estamos convencidos que la solución de los seis o siete problemas mencionados constituiría un salto enorme hacia el progreso y la emancipación del género humano en general y de los individuos que lo constituyen, un progreso del mismo tipo como lo fue en el pasado la abolición del canibalismo y de la esclavitud”.