China, en la encrucijada del nuevo orden hegemónico global

Alejandro Szwarcman
Eduardo Ibarra            

Relación de China con la Unión Europea

Durante la última sesión plenaria del Parlamento Europeo, el representante de relaciones exteriores Josep Borrell, planteó una nueva estrategia frente a China desde una clara posición de inferioridad y vulnerabilidad de la Unión Europea.

Su propuesta estuvo basada en los datos económicos, financieros y tecnológicos que determinan las relaciones entre ambas potencias.

Entre los factores preponderantes destacó el desplazamiento de las inversiones europeas en determinados países periféricos, por parte de las inversiones Chinas, sobre todo en lo que hace a la provisión de materias primas y en su rol como principal acreedor de esos países.

En lo que respecta a la relación comercial entre ambos actores internacionales, Josep Borrell, puso el toque de alarma frente al déficit comercial de 400 billones de Euros, por parte de Europa, frente a 470 billones de superávit de China. Mientras que las exportaciones chinas a la UE ocuparon el primer lugar, las importaciones europeas a China se ubicaron en el tercero.  

Dentro de este aspecto remarcó que estos números no sólo implican una cuestión cuantitativa sino también una modificación en la composición de los productos exportados de China, los cuales han dejado de ser mercancías baratas y de bajo valor agregado para dar paso a productos de alto desarrollo tecnológico.

Para Borrell la gran causa de esta situación radica en que la reglas no las impone el mercado sino la planificación del Estado chino, lo para el funcionario implica una gran deferencia con respecto a las relaciones de la UE y EEUU.

En el plano geopolítico propuso que la UE tome en cuenta a los países del sur del hemisferio, porque ven que China está construyendo un nuevo orden mundial en base a una alianza con los países periféricos del capitalismo mundial.

Frente a este diagnóstico de vulnerabilidad e inferioridad, el responsable de las Relaciones Internacionales, alertó que no es posible un desacoplamiento entre ambos actores, ya que la dependencia de Europa es tan grande que la haría todavía más débil y vulnerable, y además, podría significar la posibilidad de que surjan nuevos actores internacionales que tomen su lugar y la desplacen aún más del tablero mundial. Por lo tanto, para lograr una mayor autonomía propone una mayor diversificación de sus inversiones comerciales y de su capacidad militar.

Al término de la exposición de Borrell, la Presidente de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, hizo hincapié en el mismo diagnóstico, junto con la imposibilidad de un desacoplamiento con China. Al referirse a su encuentro con el Presidente Xi JinPing remarcó, a modo de conclusión, que el crecimiento económico fortalece la estrategia del Partido Comunista de China para desplegar su dominio hacia Taiwán y hacia la hegemonía mundial.

Por lo que para Von der Leyen, el gobierno chino ha dejado atrás la era de reforma y apertura para pasar a una nueva era de seguridad y control, haciendo que China deje de depender de otros países pero que a su vez todos dependan de ella. Esto se encuentra en consonancia con el cambio de la estrategia económica del gobierno chino, que ha reemplazado al sector externo, como base de su crecimiento, por el mercado interno.

A pesar de este diagnóstico político su mensaje a Xi Jinping fue la de seguir fortaleciendo las relaciones bilaterales y, principalmente, del intercambio comercial que implican para Europa unos 2.300 millones de euros diarios.

Al igual que Borrell propuso una mayor diversidad en las inversiones para paliar la vulnerabilidad de los sectores más críticos, pero apuntando a no permitir que los avances tecnológicos sean usados en cuestiones militares por los competidores sistémicos de Europa (eufemismos para no nombrar a China y Rusia).

Detrás del discurso, los hechos

Más allá de lo que se dice y de las formalidades diplomáticas están los hechos y situaciones en los que se encuentra el viejo continente occidental.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha perdido su posición en el centro del orden mundial, siendo relegada a un mero apoyo a las políticas e intereses del imperialismo norteamericano. Si bien durante la segunda mitad del siglo pasado fue un actor importante para enfrentar a la URSS y al pacto de Varsovia, una vez terminada la guerra fría el rol de Europa quedó relegado ante la globalización y ante el cambio de estrategia de EEUU. Por lo que la conformación de la Unión Europea respondió más a una necesidad por debilidad que por identidad e intereses en común. La crisis financiera de los países del sur de Europa y el Brexit Británico fue una de las tantas consecuencias de esa heterogeneidad política y económica. 

Contrariamente al axioma de que el todo es mayor a la suma de las partes, el ingreso de los países de la ex Yugoslavia y del ex bloque socialista a la UE ha dado mayor grado de inestabilidad y complejidad social.

En la actualidad, Europa se encuentra sostenida más por la fortaleza interna de Alemania, que por su capacidad ante el resto del mundo.

Frente a la estrategia china de la franja y ruta de la seda que tiene a Europa como un eslabón en la gran cadena de desarrollo global, y frente a la retracción de EEUU que trata de fortalecerse internamente mientras le hace pagar a la eurozona los costos de la crisis por la guerra entre Ucrania y Rusia, el parlamento europeo trata de jugar en dos frentes:

Uno, fortalecer aún más la alianza con EEUU para tratar de no ser un peón sacrificable en el tablero mundial, dentro de un viejo orden que se va terminando. Lo cual pone a Europa en la paradoja de depender cada vez menos de las relaciones comerciales de EEUU, mientras sigue conservando una mutua identidad política junto con la estrategia militar de la OTAN.

El otro, frente es su relación con China, de la que depende económicamente pero que, con suspicacia, se enfrenta a la línea política que lleva adelante el Gobierno y Partido Comunista chino.

Una ambivalencia que pone a Bruselas como una socia menor de la potencia económica asiática y una enemiga política del naciente nuevo orden mundial.

El futuro ya llegó (hace rato)

Todos los especialistas en economía y relaciones internacionales plantean que China será inexorablemente la nueva potencia mundial, así también como el eje ordenador del sistema capitalista mundial.

El primer aspecto a tener en cuenta es la supremacía comercial de China, en tanto volumen, con respecto a EEUU. China fue el primer exportador de mercancías con 2.844.304,9 millones de euros, mientras que Norteamérica se ubicó en tercer lugar, detrás de Alemania, con 1.483.535,8 millones de euros. En volumen de importaciones de EEUU superó a China con 2.483.419,1 millones de euros frente a 2.272.367,8 millones de euros de la potencia asiática.

Por lo tanto, en cálculos de la balanza comercial, es China la que logra un superávit de 571.937,1 millones de Euros y es EEUU el que queda con un déficit de -999.883,3 millones de Euros.

El PBI sigue siendo mayor para EEUU con 24.181.102 millones de euros, ante unos 17.096.220 millones de euros de China. Si bien estos números siguen siendo favorables a los norteamericanos, la agencia Bloomberg pronosticó que para el 2030 China será el país con mayor porcentaje de PBI mundial con un 22,6% frente una caída del PBI norteamericano del 11.3 % (incluso superado por India con un 12.9%).

A la puja comercial y económica se suma el ámbito financiero en el cual EEUU presenta una alta vulnerabilidad, ya que el mayor porcentaje de su deuda externa, de 1,3 billones de dólares de finales del 2013, se encuentra en manos del gobierno chino, por un monto de $ 870.000 millones de dólares.

Pero no sólo de números se trata. La competencia por el avance científico tecnológico pone a China  cabeza a cabeza con EEUU en el desarrollo de la física cuántica, la inteligencia artificial, la exploración del espacio exterior, las comunicaciones con la tecnología 5g y el avance en las nuevas energías renovables.

Ante estos pronósticos habrá que plantearse cómo será la nueva configuración del orden mundial, teniendo en cuenta que la India se proyecta como el próximo actor económico de relevancia global. Pero, si bien en términos demográficos los indios han superado recientemente a los chinos, con 1.428 millones de habitantes y con un rápido crecimiento económico, en términos absolutos, la situación interna difiere ampliamente con China. Tanto en aspecto del desarrollo social como en infraestructura, India posee una inmensa masa de población pauperizada junto a una carencia habitacional y de servicios sociales, mientras que China proyecta acabar con la pobreza para la próxima década.

¿Desdolarización o dolarización?

Una noticia que pasó bastante desapercibida en los últimos días es una que proviene del ámbito de «los analistas económicos internacionales». Más precisamente, de parte de un tal Richard Dias, prestigioso consultor de Acorn Macro Consulting, una compañía de investigación macroeconómica con sede en Inglaterra, quien proporcionó un gráfico donde se constata por primera vez en la historia del capitalismo de post-guerra, que el grupo de países que conforman los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ya han superado en este último período a los países del G7 en términos de porcentajes de lo que cada uno de ellos aporta al PBI mundial. Agrega Días, que «el crecimiento de la economía china ha dado un gran empujón al bloque, al superar el PIB estadounidense» y, que el gráfico además «muestra el crecimiento constante de los BRICS en comparación con el G7 prediciendo que, en los próximos años, la brecha irá en aumento.»

En el mismo sentido de lo que señalamos anteriormente, podríamos resumir en dos aspectos las consecuencias directas e indirectas que sobrevendrán de esta sustancial transformación:

1) Que en los próximos años el mundo se prepara para cambiar de amos.

2) Que no sabemos cuándo con exactitud, es decir, mañana, pasado o de aquí a unos pocos años, pero lo cierto es que ahora mismo estamos llegando al fin de la hegemonía monetaria que en su momento impusieron los EEUU con los acuerdos de Bretton Woods y luego, con los petrodólares, cuando obligaron a todos los países del mundo a acumular reservas en esa divisa como patrón de convertibilidad internacional, con las consecuencias que tuvo tal imposición para nuestros pueblos: endeudamiento, empobrecimiento, esclavización y propagación de guerras civiles.

El primer síntoma que está comenzando a evidenciarse es la depreciación del dólar en todo el mundo y especialmente, en la misma economía interna de los norteamericanos. Síntoma que, además, se manifiesta en la creciente inflación, índices de desocupación y pobreza extrema, aumento del delito, etc. Todo eso sin mencionar la última crisis de los derivados, que más temprano que tarde, hará estallar por los aires una nueva burbuja inmobiliaria y financiera.

En nuestro país, parecería ser que no solamente se omiten estas realidades, sino que por el contrario, la discusión pasaría por el lado opuesto. Las políticas de gobernabilidad del peronismo y del liberalismo en los últimos 40 años, basadas en la emisión de deuda, el extractivismo brutal y la sumisión a los organismos de la usura internacional, le siguen «dando aire al dólar» sencillamente, porque nadie se anima a romper ese paradigma. De izquierda a derecha y de derecha a izquierda, todos están atados a ese esquema de simulacro de «democracia». En ese marco, la “dolarización” que suele levantar el patético Milei y muy fogoneada por los medios, se exhibe como una solución mágica, cuando sólo puede acarrear consecuencias catastróficas en términos de licuación de los salarios y las jubilaciones. Lamentablemente, no nos debería costar tanto esfuerzo en explicar algo tan simple: para “dolarizar” la economía sería necesario llevar el dólar a un valor inimaginable, dada la masa de circulante y activos en pesos.

Revista comunista de análisis y debate