Por Leandro Gamarra
“Cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente.”
(Ramón Pérez Ayala)
“Las verdades más sencillas son aquellas a las que el hombre llega más tarde”
(Ludwig Feuerbach)
Aclaremos, Centenario no es una revista de chimentos. Sabemos que sonará indiscreto, pero digámoslo de una buena vez: el kirchnerismo profesa un amor no correspondido con un fantasma al que llama “Burguesía Nacional”.
La paradoja incomprensible por lo retorcida, es que justamente, ese espectro evanescente al que para encontrarlo hay que buscarlo con lupa, no le da ni cinco de cabida.
Así y todo, llama la atención que la moral donjuanesca del kirchnerismo jamás decaiga o se dé por vencida, dado que cada vez hace más y mejores méritos para seducir a ese conjunto de parásitos a los que en realidad habría que llamar “gran burguesía globalizada”, y no de otra manera.
No olvidemos por ejemplo, aquellas memorables palabras que alguna vez pronunció Cristina Fernández refiriéndose a sus competidores macristas: “yo soy mucho más capitalista que ellos; no me jodan, estos son malos capitalistas, conmigo sí que había capitalismo”. Pavada de confesión que, parece ser, pasó inadvertida para los buscadores de gatos con cinco patas, o para los cráneos que maquinan gólems inverosímiles del tipo “gobierno en disputa” y otras paparruchadas metafísicas por el estilo, que nada tienen que ver con las categorías de la dialéctica materialista.
Palabras aquellas, las de Cris, que por su descarada honestidad, no solamente son congéneres de un célebre texto de Roberto Arlt(*) , sino que además representan la materialización de algo con lo que el esloveno Slavoj Zizek da en el blanco, cuando señala que frente al desprecio y la desconfianza de la élite tecnócrata liberal, el populismo no se presenta como lo exactamente opuesto a ella, sino como lo “intrínsecamente neutral”, pudiéndose “ incorporar a diferentes compromisos políticos” dentro del sistema de representación y gobernabilidad burguesa (**).
El problema es que esa élite tecnócrata liberal, que no es una entelequia, sino la expresión ideológica y concreta de la fracción del capitalismo más globalizado y dinámico del planeta, es decir, la fracción del complejo industrial-granario-financiero, está poco interesada en que un grupo de maleantes de poca monta vengan a decirle cómo se debe manejar el negocio del saqueo y la explotación a gran escala. Porque para eso están solamente ellos, más todo el aparato material y cultural del imperialismo con el que cuenta como apoyo logístico.
Pero volvamos. Cristina tiene razón. Si lo que se discute es la capacidad de un gobierno para reordenar y garantizar la reproducción del capital, sofisticando los mecanismos de expoliación y transferencia de riqueza de la clase productiva a la clase parasitaria, no hay duda que nadie pueda ganarle a más capitalista. Ni a su gobierno ni al de su marido. Por esa razón, se hace difícil (pero no imposible) entender por qué la gran burguesía autóctona y globalizada la odia tanto; no solamente a ella en particular, sino más en general a eso que llaman “populismo”. Porque vamos, he aquí un verdadero incordio que es la manifestación patológica de otro enorme misterio nacional: esa clase, que no la puede ver ni en figuritas, ya es hora que sepa que constituiría un gran acto de justicia levantarle un par de monumentos a la compañera ex presidenta, hoy vicepresidenta. Uno, en la puerta de Wall Street, eso seguro. El otro, en la entrada de algunos de los puertos de la hidrovía del Paraná privatizados por Menem en los ’90 a los que el kircherismo, durante 12 años continuos, aportó dinero con recursos del Estado nacional para su mejora y dragado.
Recordemos que dentro de ese entramado de relaciones de producción complejas e intervinculadas con el capitalismo global, hay quince empresas que dominan el quiosco de la comercialización en el mercado externo de los productos que prodiga el suelo argentino, sin contar las mercancías de origen boliviano y paraguayo que llegan al Gran Rosario para sus transbordos a buques oceánicos. No hay que ser tan insensible con esa pobre gente de Cargill, A.D.M., Bunge, o incluso Vicentín, que “se sacrifican” por el país juntando unos 28.000 millones promedio de billetes-dólar al año, para además de regalarle los puertos, tener que pedirle a semejantes cirujas que pongan unos mangos para acondicionar los puertos donde se mueven con total libertad y jurisprudencia. No, que va. Porque caramba, no solamente los bancos fueron (y siguen siendo) los grandes ganadores durante el kirchnerismo, (ni hablar mientras gobernó Macri), quienes se cansaron de prestarles dinero al Estado a tasas interplanetarias mediante el sistema de títulos, bonos y cupones, sino que también de un modo directo o indirecto, lo ha sido todo el complejo industrial de la producción agropecuaria. No me refiero a lo que el común de la gente llama “el campo”, ni tampoco a esos carcamanes oligárquicos de la Sociedad Rural que son la expresión patética y más reaccionaria de ese modelo de acumulación, sino al gran capital transnacional concentrado del que no se dice ni mu, porque como a los grandes pezzonovanti de la mafia siciliana no conviene ni mencionarlos, ya que si se los visualizara para enfrentarlos, las masas de trabajadores se darían cuenta que allí está ni más ni menos que la yugular del capitalismo argentino.
Hemos visto en las últimas semanas de qué manera la “expropiación” fallida de Vicentín ha vuelto a exponer, aunque más no sea de un modo involuntario, la relación antagónica entre el actual modelo de producción granaria y la declamada “soberanía alimentaria”.
Polvaredas, montañas de humo ha levantado el kirchenismo como para no desconfiar una vez más de sus épicas de pacotilla. Basta recordar el cacareado “desendeudamiento”, que no fue otra cosa que un decorado que a muchos hasta el día de hoy no los deja ver los 245.000 millones de dólares de deuda que nos dejó la “década ganada”, más todos los fallos en contra del país por juicios sometidos a la juridiscción extranjera; o la “expropiación circense” de YPF, pagándole a Repsol – una empresa de cuatreros españoles – a precio de mercado y con cupones atados al PBI que todavía se están gatillando con plusvalía argentina.
Relatos que surgen cuando con astucia y cinismo, pretenden disfrazar de gestas populares acciones que sólo han de garantizarle al gran capital enormes ganancias.
Pero por eso, dejemos tranquila por el momento a la actual vicepresidenta y miremos estos primeros 7 meses del gobierno de su epígono, el “liberal de izquierda” Alberto Fernández.
Los comunistas no somos videntes ni tiramos las cartas cuando nos ponemos a analizar los hechos de la realidad concreta para transformarlos en diagnósticos o caracterizaciones. Adivinar el futuro no es nuestro oficio. Pero tenemos la experiencia histórica y el punto de vista de clase siempre a mano como para no caer como mamertos en las trampas del gattopardismo. Si estos mismos lo han hecho una y otra vez, ¿por qué no lo harían ahora que la pandemia y la cuarentena exacerba todas las tensiones de una crisis económica y social sin precedentes dentro del capitalismo del que tanto se sienten sus exégetas y sus impulsores?
Porque lo falso es susceptible de una infinidad de combinaciones, pero la verdad no tiene más que una manera de ser (***), y cotejando los discursos con cifras, estadísticas y hechos concretos, no hay chamuyo que resista a tanta sobrada evidencia de que estamos frente a un gobierno de ajuste, promercados y con pronóstico de represión (después de ser testigos de las bravuconadas del impresentable Señor Berni) si sus políticas despiertan el descontento social de los sectores más vulnerables.
Pero mientras Alberto nos cuida del Covid-19, su gobierno, entre marzo y junio, es decir, los meses que llevamos de cuarentena, ya emitió 617.000 millones de pesos en Leliqs para “financiar el gasto público” (¿querrá emular al tándem Macri-Sturzenegger?), es decir más deuda. De esa sola emisión, ya se les puso en los bolsillos de los usureros 179.000 millones de pesos en concepto de intereses. Divino. Si sos monotributista categoría B con suerte cobrás las 10 lucas de subsidio. ¿Qué más? El Banco Central sigue quemando millones de dólares para sostener el tipo de cambio, ergo, para engordar el mercado paralelo. Y el muy apuesto Jefe de Gabinete Santiago Caffiero que tantos suspiros despierta entre las muchachas progres, señaló hace apenas unos días que por décima tercera vez en el año, el Estado modificaría la reasignación de partidas de gastos. Veamos cómo: 1) más eximiciones de impuestos a empresas ; 2) más ATP (subsidios para cubrir salarios a empresas) ; 3) más Fogar (ayuda a Pymes); 4) más tranferencia de recursos de las Obras Sociales a la medicina privada…Todo por cifras que se cuentan en miles de millones de pesos.
Ah, ¿el IFE? Sí, por supuesto, 80.000 millones de pesos que siguen sin modificarse y veremos de qué bolsillo salen, ya que del mentado “impuesto a la riqueza” hace rato que no tenemos noticias.
Pero veamos además cuán preocupado está Alberto por los efectos de la pandemia: 1) para insumos sanitarios y farmacéuticos se destinaron partidas por 7.000 millones de pesos; 2) para construcción de hospitales modulares y de emergencia: 4.000 millones de pesos. Es decir, comparado con lo anterior, la nada misma.
Y aunque lo mencionamos más arriba, dejemos en puntos suspensivos el tema de la fallida “expropiación” de Vicentín, ya que por ahora y al cierre de esta edición, este novelón de folletín entró en zona de punto muerto desde el momento en que el gobernador Perotti intercedió a favor de la patronal para que Alberto no solamente reculara, sino para que abandonara la peregrina idea de hacerle creer a mucha gente que con el trabajo sucio de blanqueo y estatización de una deuda privada de origen espurio estaríamos logrando la “soberanía alimentaria”. Un disparate.
Por eso y para terminar, permítaseme una pertinente digresión.
En muchos tramos de la literatura rusa del siglo XIX, según se mire, suelen condensarse todos los elementos de lo que podríamos llamar la manifestación simbólica de una decadencia moral y espiritual que experimentaron los rusos como sociedad desde la revuelta de los decembristas en 1825, hasta la revolución fallida de 1905.
Entre los personajes principales de esa literatura, nunca deja de ser motivo de todo tipo de análisis la personalidad de Pózdnyshev, el personaje de Sonata a Kreutzer, una de las novelas más perseguidas por la censura zarista debido a la crudeza con la que León Tolstoi desnuda ciertas hipocresías de los valores burgueses de su tiempo.
Pózdnyshev es un cínico que por momentos razona con cierta resignación lacónica. En un párrafo de la narración, nuestro protagonista recuerda:
“Paseaba un día por una feria de París visitando los espectáculos y entré a uno, seducido por la muestra en la que presentaban a una mujer barbuda y una foca. Resultó que la mujer no era más que un hombre en traje escotado, y la foca, ni más ni menos que un perro cubierto con piel de foca que nadaba en una gran tina. No había, pues, nada de atractivo en todo ello. Cuando salí del barracón el dueño me señaló ante el público diciendo: «Preguntad a este señor si vale la pena entrar o no, ¡Adelante damas y caballeros! ¡No cuesta más que un franco por persona…!” En la confusión, no me atreví a contradecir a aquel hombre, y es probable que éste contaba con ello.”
Es evidente que las diversas expresiones de los partidos patronales, sobre todo las que se maquillan de progres, se nos presentan de un modo oculto, con una apariencia que esconde lo que tienen de esencial, es decir, su carácter de clase. Y a diferencia del personaje de Tolstoi, una vez descubierta la trampa, no estamos aquí para reforzar los mecanismos que intentan disfrazar los hechos concretos con palabras y con consignas vacías, sino para desenmascarlos, por mucho que a más de uno le resulte incómodo llegar a la cruda verdad.
El momento histórico a escala global que estamos protagonizando nos obliga a ser más cautos, pero más ortodoxos en nuestros análisis.
Porque la ingenuidad en estos casos se paga caro. Ingenuos nunca.
Ni un tantico así.
(*) ¿Quiere usted ser diputado?, Aguasfuertes Porteñas, Roberto Arlt, publicado por primera vez en Diario El Mundo, el 14 de febrero de 1930.
(**) Slavoj Zizek, “Contra la tentación populista”.
(***) Jean Jacques Rousseau.