A vencer o morir por la tierra de la promesa y un pueblo libre…

Por Padre Camilo

…La lucha de liberación nacional en la guerrilla de los Macabeos

Me propongo mostrar, siguiendo los aportes del sacerdote y biblista asesor del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) brasileño Sandro Gallazzi, algunos trazos de una historia poco conocida y todavía menos comprendida que encontramos en los dos libros que reciben el título ‘Macabeos’ en las biblias cristianas: la historia de la guerrilla macabea, que estuvo activa en el siglo II antes de Cristo.

Por razones de espacio me limitaré principalmente al primer libro de los Macabeos. Concretamente sólo en la primera parte de este libro, donde narra las hazañas de Matatías y Judas (I Mc 1-9,22). Sus sucesores, Jonatán y Simón liderarán un ejército “rentado” y “regular” propio de un estado constituido y de alguna manera unificado o centralizado; no tanto ya un ejército popular e irregular (I Mc. 10,8; 14,32).

1. ¿Quién luchó en el ejército popular macabeo? De acuerdo con I Mc., tres fuerzas se sumaron para enfrentar a los enemigos:

1.1. La “casa”. Las expresiones usadas por nuestro texto para indicar el primer núcleo de resistencia activa, el cual lideró por bastante tiempo la guerrilla, son: “Matías y sus hijos” (2,16); “yo, mis hijos y mis parientes” (2,20); “él y sus hijos” (2,28). Es la casa, el núcleo familiar del interior, del campo, el que se levanta contra el poderío dominador del ejército enemigo. Es el campesinado judaico, organizado alrededor de la casa, el que se arma contra el proyecto opresor de Antíoco y de sus aliados judíos de la ciudad. La ciudad saqueada, el templo profanado, la ley prohibida, provocan lamentaciones, llantos, martirios y huidas. Pero cuando son alcanzados la casa y el campo, la reacción es la lucha armada. En Modín, en el interior, en las casas, son conservadas la memoria y la mística del pueblo de la tierra, que luchó por una sociedad igualitaria contra los reyes cananeos, que produjo un profetismo corajudo y sin temor, que resistió porfiadamente las diferentes formas de opresión venidas del palacio, del cuartel y del templo. La casa conserva las líneas maestras de una sociedad sin oprimidos, solidaria y unida alrededor de la “alianza de los padres” (2,20). Aunque más tarde alguien haya transformado a Matatías en un sacerdote de Jerusalén (2,1), nadie consiguió suprimir la memoria de la simiente libertaria conservada en la casa campesina. ¡Allí estaba depositado el “celo” por la ley y por la Alianza (2,27); allí estaba la firme decisión de no obedecer las órdenes del rey! (2,21). Matatías y sus hijos irán a las montañas (antiguo lugar de lucha y de resistencia de las casas patriarcales y tribales); allí ellos se organizaron; allí comenzaron a luchar. Este será el primer núcleo del ejército popular guerrillero.

1.2. La sinagoga de los Leales. Son los israelitas “fuertes, corajudos y fieles a la ley” (2,42). Ellos van a sumar fuerzas y van a ser un elemento importantísimo de este ejército.

Entraron en la lucha cuando el proyecto orgulloso de Antíoco quiso acabar con el culto a Yahvé, con la observancia de la ley, abolir la circuncisión y quemar los libros sagrados (I Mc.1,41-61). Por esa causa ellos se rebelaron, al haber quebrantado el rey el antiguo acuerdo de convivencia entre el judaísmo oficial y el poder imperial. Entraron en la lucha por haberles sido impedido vivir conforme a sus leyes (6,59). Ellos se unieron entonces en el mismo frente con Matatías y su “casa”, en la lucha contra el enemigo griego.

1.3. Los que buscaban la justicia y el derecho. Son los que “huyen de los males” y que se unen y fortalecen el grupo (2,29s.43). Posiblemente son gente de la ciudad, de Jerusalén. Ellos no comulgan con el proyecto helenizante de la aristocracia de Jerusalén (1,11-15) y resisten valientemente las presiones. Dentro de ellos, muchos “preferirán morir a profanar la santa alianza” (1,63). Ellos huyen de  los “males”, palabra muy genérica usada en I Mc. para indicar los frutos producidos por el imperialismo griego (1,9) y por la aristocracia sacerdotal, corrupta y vendida (1,15). Para ellos, la primera opción es el “martirio”, o si no, la fuga al desierto para establecerse allá y, lejos del conflicto, vivir en fidelidad a la justicia y al derecho. Pero, cuando el conflicto es inevitable, entonces la solución es el sacrificio, es la muerte: “muramos todos juntos en nuestra inocencia” (2,37). La teología de la casa es diferente. El morir no resuelve nada. Es preciso combatir (2,40s). El martirio puede ser una opción decidida por individuos; no por los grupos organizados. Esta reflexión modifica el comportamiento de aquellos: de la huida a la lucha. Ellos entonces suman sus fuerzas. Se unen a Matatías, a la casa y a la sinagoga de los leales, y se convierten en un refuerzo importante y esencial para el ejército popular. Podríamos resumir diciendo que el ejército popular es el resultado de un frente amplio, de una coalición de fuerzas diferentes que se unen en la misma lucha: la casa, la sinagoga y los que buscan la justicia. No es un solo grupo, ni un grupo homogéneo. Más tarde, después de alcanzado el objetivo común, eso generará problemas.

2. ¿Cómo luchó el ejército popular? De la narración de I Mc. se sigue que la lucha popular adquirió diferentes formas en distintos momentos. Veamos:

2.1. La guerrilla. Es sobre todo el momento de Matatías y de las primeras acciones de Judas. Es la acción rápida, imprevista, de sorpresa. El grupo desciende de la montaña para “golpear” al enemigo. Es la acción contra los judíos que se entregaron al imperialismo griego y que traicionaron las causas populares. Haciendo “incursiones”, ellos atacaban objetivos inmediatos y pequeños, como los altares idolátricos, evitando el conflicto mayor con el ejército enemigo. A pesar de que el texto usa ya la palabra “ejército”, la acción descrita aquí es la de grupos valerosos, poco armados y poco entrenados. Se trata de acciones audaces y valientes, las cuales consiguen acrecentar la fama de los combatientes y atraen al grupo cada vez más gente armada que sale de todas las aldeas de Judea dispuesta a luchar. Una remembranza interesante de estas acciones la encontramos en I Mc. 7,46.

2.2. Los despojos. El ejército popular está mal armado y poco alimentado (3,17). El mismo Judas, repitiendo el gesto de David con Goliat, toma la espada de Apolonio (3, 12). Es así, a través del saqueo y la expropiación, que el ejército popular se sustenta y se refuerza (3,12; 4,23; 5,28.35.51…). Todo esto provoca la rabia del rey, al saber que “los judíos se fortalecieron con las armas y los abundantes despojos tomados a los ejércitos derrotados” (6,6). No obstante, es importante notar que el saqueo es únicamente un objetivo estratégico, no es el objetivo final del grupo. Ellos son guerrilleros, no asaltantes. La destrucción de la moral del enemigo debe ser lo primero. Al grupo que se podría entregar al saqueo luego de haber vencido solo parcialmente, Judas le recomienda controlar el afán de provecho y continuar el combate. Solamente después recogerán los despojos tranquilamente (4,16-18). Esta es también una técnica de la guerrilla para “vengar las injusticias contra el pueblo” (2,67).

2.3. Reunir siempre más gente. El grupo no se puede aislar, los combatientes no pueden renunciar al arraigo y apoyo popular. Esta es la orden del viejo Matatías en su lecho de muerte: “reúnan a su alrededor a todos los que observan  la ley”.

Es un grupo organizado. Tienen un jefe político, Simón, y un jefe militar,

Judas (2,65s). Y es un grupo que crece cada vez más. II Mc. 8, 1 habla de que

Judas llegó a reunir seis mil combatientes “fieles al judaísmo”, con los que pasó a la lucha.

En una narración más simbólica, I Mc. muestra un crecimiento siempre

mayor del grupo. En la primera confrontación contra Apolonio, parecería incluso

que Judas estaba solo (3,11). Contra Serón tenemos ya una “asamblea de fieles”

(3,13), compuesta todavía de poca gente (3, 13. 16). Ya contra Gorgias, el número de combatientes llega a tres mil (4,6), Y finalmente, contra Lisias, estarán combatiendo diez mil (4, 29).

Este crecimiento del grupo denota una clara y firme estrategia orientada a ganarse el apoyo y la simpatía populares. Los libertadores son del pueblo, son portavoces del pueblo, son apoyados por el pueblo, son servidores del pueblo (diría Mao).

2.4. La guerra santa

Es justamente este constante incremento del grupo lo que permite pasar de acciones inmediatas y sorpresivas, típicas de la guerra de guerrillas, a una confrontación abierta con el enemigo, propia de la guerra revolucionaria. Solo que aquí la guerra tiene todas las características de la antigua “guerra santa”. Un pasaje sobre todo, I Mc. 3, 44-60, nos permite visualizar mejor este aspecto.

Antes de empezar el gran combate, es organizada una “asamblea para prepararse para la guerra”. La asamblea no es solamente una reunión de carácter táctico, sino que es también un momento público de oración y de súplica. El lugar escogido es

Mispá, un antiguo lugar cúltico del Israel tribal. La celebración tiene connotaciones penitenciales: ayuno, ceniza, vestiduras rasgadas… En cierta forma, esta asamblea sustituye al Templo, que todavía está en manos de los enemigos.

Ahora bien, todas las características de la guerra santa están ahí: el sonido de las trompetas; la división en grupos con sus respectivos jefes; la autorización de abandonar las filas a quien construye su casa, se casó, plantó una viña, o a los que tienen miedo… Todo conforme a las precisas instrucciones del libro llamado Deuteronomio (20, 1-9).

Los integrantes del ejército popular están ciertos de que Dios está a su lado, siempre y en todo lugar. Más aún: ellos tienen la certeza de que la guerra es entre el enemigo y el propio Yahvé. Los soldados son únicamente las manos ocasionales del Dios que combate por ellos.

Esta es la mística que anima a aquellos valientes. Ellos están combatiendo, poniendo el cuerpo; sin embargo, quien combate a través de ellos es el propio Dios: “¡Derrótalos con la espada de los que te aman!” (4,33).

Dentro de la guerra santa, hay dos elementos que llaman la atención:

—el sonido de las trompetas. Siempre que se inicia el combate, el ruido de las armas se mezcla con el grito del pueblo y con el sonido de las trompetas (3, 54; 4, 13; 7. 45s…). El grito del pueblo y el sonido de las trompetas son la alarma que llama al propio Dios al combate junto al pueblo:

“Cuando salgáis a combatir contra el enemigo que os oprime, tocaréis las trompetas. Así Yahvé se recordará y seréis salvos de vuestros enemigos” (Números 10, 9).

—la oración de memorial. En esta misma línea, para recordar que el gran combatiente es Dios, antes de la lucha siempre se tiene la exhortación, la oración, y en este momento se hace la memoria de las antiguas guerras en las que el pueblo experimentó salvaciones imposibles que entendía fueron debidas a la directa intervención de Dios. Es la memoria de la victoria del Mar Rojo (4,9). La memoria de la victoria de David contra Goliat (4, 30). La memoria de Senaquerib derrotado por el Ángel del Señor (7, 41).

Todo esto nace de la experiencia de debilidad vivida por los guerrilleros:

“¿cómo podremos resistir si tú no nos ayudas?” (3, 53), y de la respuesta que siglos de lucha permiten dar: “La victoria en la guerra no está en el número, pues del cielo viene la fuerza” (3, 19). Si la guerra es santa, entonces, ¡la victoria es cierta!

Todo esto, no obstante, no impide que el grupo tome todas las providencias militares necesarias. No serán dispensadas las fortificaciones (4, 60s), las máquinas de guerra (6, 52) …

  1. ¿Por qué luchó el ejército popular? Se suele decir que la guerra de los macabeos fue una guerra en defensa del judaísmo, contra el helenismo que Antíoco IV quería imponer. Esta es la versión de los hechos dada por II Mc. Por su parte, I Mc. tiene otra óptica. El grupo que inició y lideró la lucha, la casa del pueblo de la tierra, tenía objetivos mucho más amplios.

No puede olvidarse que por largos años judaísmo y helenismo convivieron pacíficamente, y que los dos juntos fueron una pesada carga sobre los hombros del campesinado judío, que con su trabajo debía sustentar los dos sistemas.

En la visión de II Mc. todo estaba bien, bastante bien, hasta la llegada de

Antíoco IV con sus abusos (II Mc. 3, 1-3). Sin embargo, para nuestro texto los males se iniciaron con Alejandro el Grande y sus sucesores (I Mc. 1, 1-9).

Ahora bien, cuando el campesinado comenzó la guerra, varias razones confluyeron para justificar el levantamiento.

3.1. En defensa de la ley y de la alianza

El grito convocante de Matatías es todo un símbolo: “El que sienta celo por la ley y quiera guardar la alianza, ¡qué me siga!”. La ley y la alianza constituyen para este grupo un binomio indisoluble.

Se trata de la ley en cuanto ligada a la alianza de los padres (2, 20s. 50…): la ley al servicio de un proyecto mayor, un proyecto de tierra repartida, de pan para todos, de igualdad y fraternidad. No obstante, desde los tiempos de Esdras, el judaísmo pasó a ser un proyecto eminentemente urbano y legitimador de la explotación del campo. La ley detallista y minuciosa, fue igualmente un instrumento de opresión y de “pago” por los pecados cometidos.

Matatías y su casa entran en la lucha no en favor de esta ley, sino de un proyecto de vida más profundo y liberador. Por eso, su lucha no terminará después de conseguir la autorización legal de practicar sus usos y costumbres; continuará hasta conseguir la independencia y autonomía económica y política. (Los leales, en cambio, abandonaron el conflicto satisfechos con el permiso de practicar la ley…).

Pero, ¿cuál era el proyecto de la casa de Matatías?

3.2. En defensa de la tierra

La alianza de la aristocracia judía con el imperialismo griego estaba conduciendo al peligro del surgimiento del latifundio esclavista, principalmente en las planicies y en la sefelá de Judea.

En última instancia, este era el proyecto helenista. Aumentar los polos comerciales; transformar Jerusalén en una ciudad griega, para todos los efectos jurídicos y económicos; y transformar el campo, mediante el latifundio, en productor especializado de bienes comerciales. El esclavismo era el modo de producción que iba a ser implantado, también en Judea, para favorecer este esquema.

Es contra esto que se levanta la guerrilla campesina. Importantísimo a este respecto es el estudio del testamento de Matatías, el cual resume toda la mística del ejército popular. Luego de exhortar a los hijos a “celar por la ley y a dar la vida por la alianza de los padres” (2, 50), Matatías rememora las grandes proezas de los antepasados.

En esta lista de nombres se nota inmediatamente la ausencia de Moisés y de

Aarón. Por primera vez, una memoria olvida nombres de ese calibre, algo así como si en historia argentina se olvidara a San Martín y Belgrano. Y eso por parte de un grupo que quiere defender la ley y el santuario. ¡No deja de ser extraño!

Pero todavía más extraño es el hecho de que esta memoria sea literalmente construida en torno a un centro que tiene como héroe fundamental, a

Caleb. Este es recordado porque recibió una tiara en heredad, por haber dado testimonio delante de la asamblea (2, 56).

El testimonio de Caleb, tal como nos dice el libro de los Números, fue el de incentivar al pueblo, que estaba lleno de miedo, a subir y conquistar la tierra:

“¡nosotros podemos hacer eso!” (Números 13,30).

Esta es la memoria fundante, el objetivo central del grupo: la tierra libre del yugo griego y de la explotación de la ciudad y del Templo.

3.3. En defensa de la casa

De cierta forma, es lo mismo que hablar de la defensa de la tierra. La casa y la tierra son inseparables para el campesino que está en la lucha. La guerrilla busca luchar y resistir contra quienes “vienen contra nosotros, llenos de insolencia e injusticia, para aniquilamos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos y saquear todo lo que tenemos” (3, 20).

Es preciso luchar por nuestras vidas (3, 21); solo así también la ley será defendida. El imperialismo griego, imponiendo el latifundio, destruye la pequeña propiedad del agricultor, imponiendo el esclavismo, destruye sus vidas.

Es el mecanismo humillante de la opresión, que desde siempre maltrata a los pobres. Como allá en Egipto, donde entregar la tierra es entregar la vida: “Nosotros y nuestras tierras seremos esclavos del faraón” (Gn. 47, 18s).

La asamblea de Mispá se realizó para preparar la guerra santa, luego de que quedó claro el proyecto imperialista de reducir Israel a la esclavitud: “los traficantes de la región… corrieron para el campamento… a fin de comprar a los israelitas como esclavos” (3, 41). Judas toma la iniciativa de la lucha cuando descubre que la orden del rey era la de “destruir y exterminar al pueblo” (3, 42).

La defensa de la casa no es solamente la defensa de la familia, sino también la defensa del pueblo oprimido como un todo. Es la defensa de un proyecto más amplio, en el que haya un lugar para todos, en el que todos sean considerados hermanos.

El capítulo 5 de I Mc. es altamente simbólico de este gran objetivo de la lucha popular. Es preciso defender a los “descendientes de Jacob” de la opresión de todas las naciones (5, 1s). El pueblo pertenece a una sola casa: la de Jacob.

Por eso todos son “hermanos”. Hermanos no son más únicamente los de la familia de Judas, Jonatán y Simón. Hermanos son todos, sean ellos amenazados por los edomitas o por los amonitas; estén ellos en Galilea o en Galaad. A su grito de socorro precisa acudir en su auxilio. La gran asamblea se debe reunir para “resolver qué hacer en favor de los hermanos que estaban en dificultad” (5, 16). En el momento del conflicto, en la hora del ataque, Judas no tienen más que estas palabras: luchen hoy por sus hermanos (5, 32).

El objetivo que, en la defensa de la tierra, parecía principalmente de carácter económico, pasa a ser un objetivo más político. Se trata ahora del pueblo y de su organización. Simbólicamente, Simón y Judas, que fueron hasta el exterior para defender la vida de los hermanos, terminan reconduciendo a Judá a todos los que fueron salvados, junto con sus mujeres, sus hijos y sus pertenencias (5, 23. 45).

Es un nuevo éxodo, rumbo a la tierra prometida; es una nueva vuelta del cautiverio… Sea como fuere, es importante rever en la figura de Judas la imagen política del pastor que “iba reuniendo a los que estaban rezagados y animando al pueblo durante la marcha, hasta que llegaron a la tierra de Judá” (5, 53). De cierta forma, para el pueblo de la tierra sólo ahora termina el “cautiverio”.

Así pues, la lucha por la casa es la lucha por la reconstrucción política del pueblo. Solamente de este modo, y solamente ahora, Judas realiza la gran hazaña por la cual siempre será cantado y recordado: él reunió un pueblo que estaba muriendo (3, 9).

Cualquier otro objetivo que no sea este, llevará la lucha al fracaso; no será más la lucha ni del pueblo, ni de Dios. Por eso tuvieron que morir José y Azarías, que entraron en combate no por la vida de los hermanos, sino para hacerse famosos (5, 55-62).

3.4. En defensa del Santuario

Para llegar a este objetivo mayor, es preciso pasar también por la liberación del Santuario: “vamos a luchar por nuestro pueblo y por el santuario” (3, 43).

Es verdad que alrededor del Templo de Jerusalén, nació un esquema de opresión que pesaba fuertemente sobre los campesinos. No obstante, igualmente es verdad que el Templo era un elemento importantísimo dentro de la mística del pueblo de la tierra y de su proyecto (Hageo 1, 9s).

Debe ser un Templo del cual será expulsado todo ladrón y todo aquel que jura

en falso (Zacarías 5, 3). Únicamente de esta manera el proyecto de paz, de justicia, soñado por el pueblo de la tierra (Zacarías 8), se realizará. Por eso lucha el ejército

popular.

I Mc. 4, 36-59 narra de manera simbólica la retoma del Templo por parte del campesinado judío.  Parece que nuestro texto se propone cancelar 350 años de historia del Segundo Templo. Recién ahora, el Templo que Nabucodonosor destruyó parece que viene a ser reconstruido.

Solo ahora, después que el pueblo retoma el control del Santuario, la historia parece continuar. Esta es la dimensión ideológica del proyecto guerrillero: el Templo debe estar al servicio de la alegría del pueblo, y no de los intereses y del provecho de la aristocracia sacerdotal y de la clase dominante aliada a ella.

No se trata solamente de derrotar el proyecto imperialista de los griegos, sino también de acabar con la opresión de un judaísmo manipulado por unos pocos inescrupulosos que no tienen miedo de usar el nombre de Dios para legitimar todos sus abusos. Retomar el control popular del Santuario, es parte inalienable del proyecto del ejercito popular.

4. Contradicciones e inconsecuencias internas

El libro primero de los Macabeos es, de alguna manera, una serena y profunda autocrítica de la experiencia guerrillera. A la par de la memoria de los momentos heroicos, guarda el recuerdo de errores e inconsecuencias. ¡Quién sabe para que otras luchas no sufran la misma derrota! Veamos:

4.1. La presencia de los traidores
Tenemos por ejemplo a  José y Azarías quienes, por una actitud y proyecto individualista, llevaron a la derrota al ejército popular y a la muerte a dos mil combatientes. No obstante, lo más grave es no haber logrado controlar y derrotar a la antigua aristocracia. A la primera ocasión, ésta va a exigir la intervención del rey con el fin de recuperar sus antiguos privilegios.

4.2. El abandono de la lucha
Nuestro texto expone también lo frágil de la coalición que constituía el ejército popular. Después de recuperada la autonomía cultual y religiosa, el grupo de los escribas y de los Leales no ve ya más motivos para el combate. La presencia de Álcimo, sumo sacerdote al servicio del imperialismo griego, hace que ellos fallen seriamente en la valoración de los hechos y abandonen la lucha. La aparente “legitimidad” de Álcimo es motivo para llegar a pactos y acuerdos con los antiguos enemigos. ¡Nada más engañador! (7,5-18). La misma actitud de connivencia con el poder opresor de los griegos es denunciada en los sacerdotes y ancianos de la ciudad, quienes salen del Templo para acoger cordialmente a Nicanor y mostrarle “el holocausto que se ofrecía por la intención del rey” (7,33). Para este grupo, es suficiente con volver a la antigua situación de equilibrio que precedió a las locuras de Antíoco. Para ellos, es siempre posible retomar la armónica correlación de fuerzas entre el judaísmo y el imperialismo que fue iniciada por Esdras: la ley de Dios es la ley del rey (Esdras 7,26; 9,9).

4.3. En busca de un falso apoyo
El capítulo 8 es el centro de la denuncia y de la autocrítica. El movimiento guerrillero va a experimentar la derrota no tanto por la presencia de estas contradicciones, sino por los errores de valoración del propio Judas. Buscando un apoyo más consistente, él se alía militarmente a otro imperialismo que está emergiendo en el escenario internacional: los romanos. Nótese que nuestro texto, al describir sus hazañas, usa los mismos verbos empleados para denunciar la opresión de los griegos: dominaron, sometieron, esclavizaron, etc. Únicamente cambia el nombre, pero el proyecto romano es el mismo de los griegos. Judas repite el mismo error de quienes en su momento se aliaron a los griegos (1,11s). Es, en definitiva, aquella ilusión de pensar que un imperialismo pueda “sacudir la dominación de otro”, de pensar que la esclavitud de los griegos sería suprimida por los romanos (8,18). ¡La historia futura se encargaría de demostrarlo!

4.4. Una mística agotada
La consecuencia de esta última opción política es la derrota del ejército popular y la muerte de Judas (9,1-22). No obstante, esta narración nos muestra además otras falencias. La más grave es la ausencia de mística. ¿Dónde están los rezos y arengas de combate? ¿Dónde está la certeza de la victoria que siempre animó a los combatientes? Imprevistamente, aquello en lo que creen queda muy lejos. El miedo penetra en las subjetividades y muchos desertan (9,6). Judas por su parte pierde su poder de convocatoria, de reunión. Sin embargo, lo que es más grave: ¡Judas pierde la confianza en sí mismo y en el proyecto! Para Judas, todo cambió: el “kairós”, el tiempo oportuno para convocar al pueblo, ya pasó. Ahora, ¡el “kairós” es el tiempo propicio para morir! (9,7-10). El heroísmo valeroso de los últimos remanentes del ejército popular no basta ya para evitar la derrota. ¡Va a ser una muerte tan heroica, como inútil!

Espero que haber hecho este recorrido por la lucha de los Macabeos – como una parábola – nos ayude en el camino de (re)pensar, (re)organizar y (re)tensar la fuerza popular amplia y unitaria necesaria para enfrentar al Imperialismo y a sus socios locales allí donde quiera que éste se encuentre, se muestre con el disfraz que se muestre. En cualquier caso, es mi convicción que los comunistas estamos desafiados a persistir en la certeza de la victoria pues la revolución y el socialismo han de ser fruto maduro de la iniciativa, determinación y creatividad heroica de los pueblos en medio de las más duras circunstancias. Como dijera Mao: “Luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo, volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria”. Por lo menos en cuanto luchamos “por nuestras vidas y por nuestros hermanos” del pueblo trabajador y pobre, sujeto plural de la transformación en NuestrAmerica.

Revista comunista de análisis y debate